La madre de uno de los políticos más polémicos de los Países Bajos, el ultraderechista Geert Wilders, nació en las Indias Orientales Holandesas. En esas mismas tierras, la actual Indonesia, la doble espía Mata Hari aprendió a mover su silueta al ritmo oriental con el que embrujó después a su público desde los escenarios parisinos. Durante la Segunda Guerra Mundial, la tía –y primera mujer del padre- del primer ministro Mark Rutte murió en cautiverio japonés en esa excolonia holandesa. Los lazos entre ambas sociedades se remontan al siglo XVI y siguen más vivos que nunca gracias al turismo y al intercambio cultural. Pero la descolonización a mediados del siglo pasado de la actual Indonesia es una herida aún abierta en las relaciones entre los dos países, cuyo destino unió la historia y ahora no logra pacificar la Justicia.
Para los Países Bajos, esas tierras a orillas del mar de Java eran en aquel 1816 una colonia rentable y un terreno virgen en el que los holandeses podían practicar sus envidiables artes para el comercio. Sin embargo, la insurgencia local se rebeló contra tal ocupación y, después de años de colonialismo, la convivencia se tensó y algunos tuvieron que sobrevivir a la represión. Al final, los holandeses cedieron el control del archipiélago, después de la guerra de independencia de Indonesia (1945-1949), dejando algunas cuentas pendientes que hoy influyen en las relaciones bilaterales. “Tenemos que mirarnos bien en el espejo de nuestro propio pasado. Fue una página negra en la historia y un momento muy doloroso para todos”, sentenció el exministro de Exteriores holandés, Bert Koenders.
Crímenes de guerra
Precisamente esta última etapa de la contienda es la que impide hoy hacer las paces. Para eso, las víctimas exigen que se haga justicia y se reconozca el daño causado: un gran número de publicaciones científicas y periodísticas han revelado que el Ejército holandés utilizó una violencia “excesiva y estructural” durante esos cuatro años. El Gobierno de La Haya, alarmado por estas afirmaciones, acaba de destinar un total de 4,1 millones de euros a tres centros de investigación –Real Instituto de Estudios del Sudeste Asiático y del Caribe (KITLV), el Instituto Holandés de Estudios de Guerra, Holocausto y Genocidio (NIOD) y el Instituto Holandés de Historia Militar (NIMH)- para que lleven a cabo un estudio exhaustivo sobre “el uso de la violencia” desde el lado militar pero también el apoyo que tuvo la supuesta “mano dura” en las acciones políticas, administrativas y judiciales que se aplicaron en la moderna Indonesia. La cuestión central es si el personal militar holandés es culpable de crímenes de guerra. Unos 220.000 soldados holandeses lucharon en la guerra perdida que pretendía evitar la independencia de las Indias Orientales, un conflicto armado que se cobró la vida de 100.000 indonesios y 5.000 soldados holandeses.
“Han pasado muchísimos años. La mayoría de los testigos ya no están y los que siguen con vida no recuerdan cada detalle de lo que ocurrió durante esos años. Sin embargo, creo que se trata de una cuestión de principios. Los derechos de las víctimas deben ser reconocidos por nuestro país”. La prominente abogada holandesa Liesbeth Zegveld explica a la Gaceta Holandesa su lucha contra su propio Estado para que se cierren las heridas del pasado. Esta letrada lleva el caso de los descendientes de más de 500 hombres que fueron ejecutados por el Ejército holandés en las Indias Orientales entre 1945 y 1949. Exigen al Gobierno de La Haya que les indemnice por los daños causados por sus soldados, por una matanza que se mantiene viva en la memoria histórica. Zegveld envió al Ministerio de Exteriores y al de Defensa una lista de 520 nombres de hombres y mujeres huérfanos de padre a causa de esa contienda, la lista incluye el lugar y la fecha de la ejecución de los padres que se mencionan, víctimas de asesinatos en la isla de Célebes o Sumatra o de la conocida masacre del pueblo de Rawagede, en el oeste del mar de Java.
Hace tres años, un tribunal de la ciudad de La Haya respaldó a las víctimas de aquella masacre en una sentencia en la que confirmó que las viudas de los asesinados tienen derecho a una compensación. Esta misma corte consideró que el Estado es “responsable” de las masacres y de las ejecuciones sumarias por parte de los soldados holandeses, que tuvieron lugar durante las operaciones policiales y militares que se llevaron a cabo en aquella época. El Comité de la Deuda de Honor de los Países Bajos también exigió acelerar la indemnización de las víctimas de los crímenes de guerra holandeses durante la descolonización de Indonesia. El historiador Remy Limpach, que escribió un libro de investigación titulado “La quema de las aldeas”, muestra de manera concluyente que hubo violencia sistemática en masa y crímenes de guerra durante esa contienda. «Me encontré con miles de casos de violencia extrema, todas las formas de violencia que se pueden imaginar, la tortura, la violación, el asesinato de prisioneros y la quema de aldeas», dijo Limpach en una carta al Gobierno holandés.
Más de cuatro siglos de historia común
El primer contacto entre Países Bajos e Indonesia ocurrió mucho antes de la ocupación. En 1595, partió la primera flota –de miles- hacia las Indias Orientales en busca de productos nuevos, extraños o valiosos que abundaban allí. El mercado holandés se interesó sobre todo en la seda, la porcelana, las piedras preciosas, el oro y especialmente las especias, como el pimiento, la canela, el clavo y la nuez moscada, como se muestra por ejemplo en los archivos de la compañía holandesa de las Indias Orientales, (Verenigde Oostindische Compagnie, VOC), la primera multinacional europea con negocios en Asia. VOC, fruto de las colaboraciones entre las distintas cámaras de comercio, había disfrutado del derecho exclusivo de comerciar al este del Cabo de Buena Esperanza. El comercio también llevó a la mezcla cultural que a día de hoy se observa en los Países Bajos en nombres de estaciones de tren como Lan Van Oost Indie en La Haya o las piezas valiosas que conservan los museos para recordar la historia.
En Frisia, por ejemplo, se cuenta con orgullo la historia que relaciona con Indonesia a su hija predilecta, la bailarina, cortesana y espía holandesa Margaretha Geertruida Zelle. La famosa Mata Hari contrajo matrimonio a los 18 años con Rudolph MacLeod, un capitán 20 años más mayor, que servía en el Ejército real holandés. La pareja, que tuvo dos hijos, Norman y Non, se trasladó a las Indias Orientales en 1897, donde el marido debía servir en la colonia holandesa. Allí perdieron a su hijo. Él ahogó el dolor en la bebida pero ella lo superó gracias a la cultura javanesa y a las danzas folclóricas balinesas, que la convirtieron en la cortesana que fue.
Dos siglos antes de que eso ocurriera, el pintor holandés Johannes Vermeer viajó a la actual Indonesia para comprarle a los mercaderes los colores con los que pintó sus mágicos retratos que a día de hoy decoran los museos holandeses de todo el país. Los contactos comerciales también llevaron al intercambio de ideas y religiones, aunque a diferencia de otros Estados, los holandeses no enviaron misioneros para intentar convertir a la población musulmana al cristianismo. A nivel religioso, los indonesios no se sentían oprimidos por los holandeses y eso permitió a los Países Bajos desarrollar su poder en Indonesia.
Sin embargo, el malestar general estalló en 1825. El respeto por la administración holandesa empezó a perderse cuando se impusieron nuevas políticas agrícolas: en lugar de pagar el impuesto, la población indígena dedicaría una quinta parte de sus tierras a la exportación al resto de Europa de semillas, azúcar y café. Los ingresos que provenían de las Indias Orientales llegaron incluso a suponer una cuarta parte de los ingresos de los Países Bajos. Esta política también beneficiaba a los gobernantes locales, pero los campesinos lo veían como una carga adicional de trabajo que traía consigo corrupción y explotación. Esto provocó revueltas populares sangrientas que dividieron más a la sociedad.
Al mismo tiempo que crecía la tensión, diferentes organizaciones cristianas y progresistas intentaron educar a la población con el objetivo de que participase en la vida política de su propio país. Lucharon por la prevención de la pobreza, por aumentar la escolarización de los pequeños y por la construcción de obras de riego y carreteras para mejorar las condiciones económicas de la población de las Indias Orientales. Estas instituciones tuvieron poco éxito, excepto por una pequeña parte de la población que aprovechó las oportunidades educativas y logró hacerse un hueco en la política.
- Escuela para niños indonesios durante la colonia, a comienzos del siglo XX © Nationaal Museum voor Wereldculturen
- Antiguo ayuntamiento de Batavia, hoy museo Nacional de Historia de Yakarta.
Herida abierta
La situación se sostuvo entre tensiones y rebeliones, hasta que en plena Segunda Guerra Mundial, Indonesia fue ocupada por Japón durante unos años, dejando de lado a los Países Bajos. Cuando los japoneses se retiraron, el partido nacionalista indonesio, fundado por Sukarno en 1927, declaró la independencia de Indonesia en 1945, un hecho que los holandeses trataron de evitar. El Gobierno de La Haya envió a las tropas para que restaurar el orden y retomar el control. Las dos campañas militares que intentaron frenar esa independencia provocaron más muertes y desencuentros.
“Cada guerra es sucia y esta lo fue. Poca gente sabe lo que ocurrió allí. Es un tema delicado, pero los niños que murieron en esa contienda deberían haber recibido más respeto”, reconoció Jan Egberts, veterano de guerra que intentó ayudar a restaurar el orden después de la capitulación de Japón. En un programa para recordar aquella contienda, que emitió la televisión holandesa NOS, pidió arrojar luz sobre lo ocurrido y aplaudió que el Gobierno de Rutte se haya puesto manos a la obra con este asunto.
Como toda historia, esta también tiene dos versiones. Los holandeses hablan de que aquello fue una “acción policial”, mientras que en Indonesia no dejan de definirlo como “agresión militar” (Agresi Militer Belanda). Para la historiadora indonesia Bonnie Triyana este es un motivo que hace necesaria una investigación de lo ocurrido porque no es cuestión de blanco y negro. “En la historia de este periodo, el número de muertos está subordinado al resultado. Es el precio que tuvimos que pagar por nuestra independencia como nación”, afirma. Los soldados indonesios, dominados por el ansia nacionalista, mataron a miles de holandeses, chinos e indios entre octubre de 1945 y 1946. En su mayoría era niños, mujeres y ancianos, y no precisamente soldados en el campo de batalla. “Es importante que también se cuente este lado de la historia. Estas víctimas no fueron combatientes”, advierte.
En 1949 los Países Bajos reconocieron la independencia de la antigua colonia, bajo la presión internacional. Las Indias Orientales Holandesas se convirtieron en lo que hoy se conoce como Indonesia. Este país celebra su cumpleaños cada 17 de agosto, desde el 1945, cuando se declaró «merdeka» (libre, independiente). Las conmemoraciones son a lo grande: una fiesta en el palacio presidencial, recepción para los veteranos del levantamiento y banderas rojas ondeando en cada casa y ciudad. En Holanda, hay poco que celebrar. Los soldados holandeses que cayeron entre 1945 y 1962 también son recordados en la ciudad de Roermond cada septiembre.

La reina Juliana en el acto de transferencia de soberanía de Indonesia, junto al primer ministro Willem Drees en el Palacio Real de la plaza Dam (Ámsterdam) el 27 de diciembre de 1949. © Nederlands Fotomuseum
La deuda moral de las Islas Molucas
Las relaciones bilaterales entre ambos países siguen siendo difíciles aunque se intentan mantener diplomáticas. Además de las exigencias de una disculpa holandesa y un reconocimiento oficial de lo ocurrido, otros temas pendientes mantienen viva la tensión y suponen un obstáculo para pasar página. La cuestión de las Islas Molucas del Sur, tierra que los holandeses prometieron a los moluqueños a cambio de su ayuda en la guerra, y que hoy está bajo control de Yakarta, es una de las deudas morales de La Haya. Unos 4.000 soldados moluqueños combatieron en las filas de los Países Bajos motivados por el sueño de recuperar la independencia de sus islas con ayuda de los holandeses. Es un sueño frustrado.
Una vez terminada la guerra, estos fueron trasladados en grandes barcos a Holanda con sus familias y un máximo de tres hijos. Era una cosa temporal, hasta que se resolviera la situación y pudieran declarar su República de las Islas Molucas. Sin embargo, Holanda nunca cumplió su promesa y la independencia nunca llegó. Estos moluqueños fueron alojadas en cuarteles y antiguos campos de concentración, fuera de la sociedad y como ciudadanos de segunda clase, a la espera de su repatriación, que se hizo eterna. Su situación legal también era extraña: no querían tener un pasaporte holandés pero tampoco tenían el indonesio. Era apátridas y sin derecho a una pensión. Siete décadas después, siguen viviendo en Holanda y sus hijos, a veces renegados del holandés, son el núcleo nacionalista que mantiene presenta la gestión de aquella colonial y lideran la lucha contra el Gobierno por una promesa incumplida.