Un 14 de mayo de 1940 cambiaría la historia de Róterdam para siempre. A las 13:30 bombarderos alemanes dejaban caer 97.000 kilos de explosivos sobre el centro de la ciudad portuaria. 24.000 viviendas quedaban convertidas en cenizas, entre 600 y 900 personas murieron y 80.000 quedaban sin techo. No fue ésta la única ciudad afectada por la Segunda Guerra Mundial en Holanda: Nimega, Eindhoven y Midelburgo fueron también destruidas completamente, y en este caso por los aliados.
Sin embargo, en su reconstrucción Róterdam navegó un rumbo muy distinto al de sus compañeras de destino. Mientras que éstas fueron reconstruidas tomándose en cuenta su historia y su trazado antiguo con fachadas que recordaban a las que habían sido destruidas, en Róterdam se tomó una decisión opuesta: modernizar la ciudad completamente. ¿Cómo sucedió?
Aunque es habitual encontrarnos con la relación BOMBARDEO – MODERNIDAD cuando se habla de Róterdam, esto no es suficiente para entender el proceso por el que ha pasado esta ciudad portuaria para acabar destacando sobre el tradicional paisaje holandés como el patito feo entre sus ciudades hermanas. Y es que el turista desprevenido suele entonar un “no me gustó” después de visitarla. No es para menos cuando el atractivo de este país son los molinos, los tulipanes y las ciudades de calles angostas, canales y casitas con fachada de ladrillo que recuerdan al mueble de la abuela. Róterdam se presenta al visitante como todo lo contrario. Una ciudad ultra moderna de avenidas amplias y calles colmadas de torres de viviendas y oficinas con formas, materiales y colores atrevidos que rompen con la homogeneidad de la típica postal de ciudad holandesa. Todo es nuevo, todo es moderno, dibujado por la pluma de los arquitectos de aquel modernismo futurista de mediados de siglo XX, que veían en lo antiguo un estorbo a demoler, muy lejos de nuestra actual visión conservacionista del patrimonio histórico.
Sin embargo Róterdam no nació ayer. Es desde la edad media la ciudad portuaria de Holanda por excelencia. Ubicada estratégicamente en el delta que forman el río Mosa y el Rin, la ciudad tuvo una función portuaria desde su origen, siendo su puerto hoy el más grande de Europa. A principios de siglo XX, aunque Róterdam ya era una ciudad pujante, no se diferenciaba demasiado de las demás holandesas en cuanto a lo que a arquitectura se refiere.

Vista aérea de Róterdam en 1946, cuando todo estaba por construir © Aviodrome
La reconstrucción
Tan sólo cuatro días después del bombardeo, el gobierno de la ciudad le asignaba al arquitecto Willem Gerrit Witteveen (1891-1979) la tarea de dibujar un nuevo plano para el centro de Róterdam y poco después expropiaba toda la superficie afectada por el bombardeo y el posterior incendio. El ansia de renovación era tan grande que casi de inmediato se emprendió la demolición de todo lo que había quedado en pie, entre ellos algunos edificios importantes como el Bijenkorf, del arquitecto Dudok. La nueva Róterdam podía comenzar a edificarse, completamente, desde cero.
Witteveen trabajó con su equipo día y noche. Había montado su estudio en una planta de la biblioteca donde además se instalaron camas para poder dormir allí. Les urgía la necesidad de actuar rápidamente, también por el temor a que los nazis se entrometieran en la reconstrucción con un proyecto del arquitecto de Hitler, Albert Speer. En pocas semanas, Witteveen tenía su propuesta dibujada. El arquitecto se había basado en el trazado anterior de la guerra. Resolvía problemas funcionales, pero la ciudad mantenía su carácter histórico, con arquitectura tradicional y fachadas historicistas y tejados a dos aguas. El plan fue adoptado en 1941 y fue exhibido en el museo Boijmans Van Beuningen en octubre de ese año. Si se hubiese realizado el proyecto de Witteveen, hoy Róterdam se vería muy distinta.
- Retrato del Witteveen, el primero en esbozar un nuevo plan para la ciudad. Arriba, uno de los bocetos.
Las ideas cambiaron
Por falta de recursos, los trabajos se atrasaron y en poco tiempo el plan aprobado comenzó a ser boicoteado. Un grupo de hombres de negocios que se reunían habitualmente bajo el nombre de Club de Róterdam, liderados por Cees van der Leeuw, el director de la fábrica de tabaco, chocolate y café Van Nelle, no dudaron en expresar sus críticas sobre el proyecto. Consideraban que la reconstrucción debía pensarse más en términos económicos que en los estéticos planteados por Witteveen. No lo decían por nada. El edificio de la fábrica Van Nelle, construida entre 1925 y 1931, ya fue considerada entonces, e internacionalmente, como un monumento a la arquitectura moderna, con sus fachadas de cristal y sus muros blancos exentos de toda decoración.
La presión de estos hombres de negocios y de los arquitectos modernos fue tan fuerte, que Witteveen renunció a su cargo en 1944, abandonó Róterdam, y no la pisó nunca más. Cornelis van Traa tomó su cargo y se encargó de dibujar un plan completamente nuevo bajo los lineamientos teóricos del llamado “funcionalismo”. No se mantuvo nada del plan de Witteveen.
Róterdam hoy
Róterdam creció y se desarrolló como el patito feo, especialmente luego de que todo el movimiento de la arquitectura moderna dejara paso, a partir de los setenta, a ideas más amables con la historia. Serían años de revueltas urbanas, con Jane Jacobs a la cabeza. Esta periodista y activista estadounidense-canadiense, se enfrentó a la maquinaria tecnocrática modernizadora en Nueva York, a través de su obra “Muerte y vida en las grandes ciudades”, que cambió la historia del urbanismo de occidente para siempre. El modelo de ciudad tradicional volvía a ser el centro de atención.
Pasaron varias décadas hasta que, a finales del siglo XX, la arquitectura soltó las amarras del pasado y las formas desenfadadas y originales volvieran a verse con buenos ojos por los profesionales y por el público general. Róterdam resurgió de nuevo para convertirse en el cisne que es hoy en día. A partir de la construcción del puente Erasmus, en 1996, la ciudad encontró su lugar en el concierto del mundo, convirtiéndose en la “urbe de la arquitectura” y acogiendo uno de los encuentros internacionales de arquitectura más importantes del mundo. Es la ciudad en la cual todo está permitido. Los edificios que van surgiendo no parecen tener un orden o una lógica, más allá de la pura modernidad. El patito feo hoy se siente cisne, y su perfil de metrópolis moderna, aunque asusta a los visitantes distraídos, logra que sus habitantes declaren sin titubeos que no la cambiarían por ningún otro sitio. Tal y como a menudo dicen los holandeses ante lo diferente: “necesito un poco de tiempo para poder acostumbrarme”.
Toda la información sobre el 75 aniversario del comienzo de la reconstrucción puede consultarse aquí.
- Róterdam, hoy. Arriba, el puente Erasmus construido en 1996. Foto: SuJu