Se cuenta que en los años cincuenta, Albert Plesman, primer presidente de la aerolínea holandesa KLM, sobrevolando el área donde posteriormente se construiría el aeropuerto internacional de Schiphol, divisó cómo las ciudades holandesas formaban un anillo rodeando un gran espacio verde. Y lo llamó Randstad, que podría traducirse como “ciudad de borde” o “ciudad anillo”.
A mediados del siglo XX los holandeses decidieron que sus ciudades no se convertirían en metrópolis. La postura del gobierno holandés y de los planificadores urbanos encargados del desafío fue definitoria: se limitaría al mínimo la construcción de viviendas en las mayores ciudades holandesas y se animaría a hacerlo masivamente en otras a su alrededor, ya existentes o creadas exprofeso para poder responder a las necesidades del llamado “Babyboom” que experimentaba el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Y es que históricamente, los maestros de la planificación urbana siempre han rechazado la construcción de una gran ciudad holandesa. Ámsterdam es la capital y con sus 800 mil habitantes difícilmente puede caracterizarse como una metrópolis ni siquiera a nivel europeo. Por poner solo dos ejemplos, Londres tiene un número 10 veces mayor de habitantes y Berlín la quintuplica. Pero, si Ámsterdam es la ciudad con mayor población del país ¿dónde viven los otros 16 millones de holandeses? No viven en el campo entre vacas, flores y molinos de viento.
El territorio entre Ámsterdam, La Haya, Róterdam y Utrecht se transformó en pocas décadas en un vasto espacio urbano. Ni campo, ni ciudad, lo que Plesman llamó el Randstad es una verdadera megalópolis, una red de más de 30 ciudades entrelazadas que ocupa una enorme superficie en el centro del país (8000 km2 frente a los 1700 km2 que ocupa Londres) y que da habitación a más de siete millones de habitantes. Casi mil habitantes por kilómetro cuadrado, más del doble de la densidad que en el resto del país. Allí se ubican además grandes infraestructuras como el aeropuerto de Schiphol y el puerto de Róterdam. El enorme anillo que forma esta megalópolis holandesa rodea un gran espacio verde, el Groene Hart o corazón verde, conformado por parques naturales y campos de cultivo y pastoreo, históricamente desprovisto de construcciones por ser una geografía muy húmeda y pantanosa.
Es bien conocido por todos el uso masivo de la bicicleta en las ciudades holandesas. Algo de lo que ellos pueden estar muy orgullosos por muchas razones. Pero ¿quién habla de los kilométricos atascos en todo el país que cada día convierten a las carreteras holandesas en ríos de metal que apenas se mueven? ¿o de la contaminación del aire debido a esta megalópolis? Entonces es cuando uno comienza a darse cuenta de que vive en una dimensión urbana que supera, en este caso, la limitada y tradicional definición de “ciudad”.
Desde hace siglos, Holanda juega sobre plano y con el plano. Sobre un territorio escaso y semi sumergido y con el plano de las ciudades en las que habitamos 17 millones de habitantes.
«Los Holandeses crearon Holanda” se dice habitualmente, y la frase no es del todo errónea si pensamos que al menos medio país se encuentra bajo el nivel del mar. Si todavía mantenemos nuestros pies secos es gracias a una enorme infraestructura de diques, lagos, ríos y canales que desde hace siglos contienen, almacenan y conducen el agua de abajo a arriba y hacia el océano (casi 7 metros en su punto más bajo). Antes lo conseguían con molinos de viento y hoy con bombas eléctricas y un monitoreo computarizado que no deja ni un segundo por cubrir.
Una vez, un profesor de construcciones en la facultad de arquitectura nos decía: “al agua no hay que detenerla sino saber conducirla”. En Holanda el agua está presente y penetra por cada trozo de territorio: el campo y la ciudad quedan unidos y supeditados a una estructura hídrica que es vital para la supervivencia humana. Sin duda la omnipresencia del agua y la obligación de trabajar con ella es una de las razones por las que también la planificación urbana haya tomada la relevancia que hoy tiene en este pequeño país del norte europeo. Y no es exagerado decir que muchas particularidades de la mentalidad y la cultura holandesas podrían explicarse por la misma razón.
La ciudad holandesa se enfrenta a nuevos desafíos. La elevación del nivel del mar a causa del calentamiento global pone a prueba sus sistemas defensivos. El inminente agotamiento de su pozo de gas natural obliga a buscar soluciones alternativas de manera urgente. La llegada de inmigrantes confronta a su población con las miserias del mundo más allá de sus fronteras, mientras se reduce fuertemente la cantidad de viviendas sociales y se recortan servicios sociales básicos. La inestable y cambiante economía mundial exige respuestas rápidas y flexibles que hacen tambalear el entramado burocrático local. La acuciante degradación del medio ambiente enciende las alarmas mientras que los desplazamientos poblacionales demandan más viviendas en la zona central, el Randstad, y otras van quedando prácticamente deshabitadas, con los problemas que esto acarrea.
Holanda juega con el plano y plana es su geografía, entre agua y ciudad. Ninguna de las dos puede detenerse, solo conducirse: este es el desafío titánico al que se enfrenta este pequeño país a diario, algo que desde nuestro nuevo blog de Gaceta Holandesa intentaremos desentrañar poco a poco.
Fotos: SUJU