Alguna vez os habéis parado a pensar si sois considerados habitantes de primera, segunda o tercera categoría? ¿o si sois habitantes de calidad? Y para ir más lejos ¿alguna vez os habéis preguntado si las ciudades deciden cuál es el porcentaje de habitantes de calidad que puede haber en ellas y, de ser así, cómo le dan forma?. Suena casi a serie de Netflix, pero podríamos decir que en Holanda sí se tiene en cuenta.
Hace unos meses en el décimo número de la revista Rom, Laurens Ivens, concejal de la vivienda de Ámsterdam, se preguntaba: “Si Lelystad no quiere recibir a los grupos sociales de ingresos bajos de Ámsterdam, que cada vez están más presionados y deben salir de la ciudad, ¿quién construirá para ellos?”. La respuesta es desalentadora: “nadie”.
¿Pero por qué Lelystad? Esta ciudad del pólder creada de la nada en 1965, a la vez que la ciudad de Almere, estaba destinada a ser la capital de Flevoland y sería el punto neurálgico entre el norte y el sur, el este y el oeste del país. Desgraciadamente nunca ha pasado de ser “la ultima estación” de tren, un lugar al que sólo llegas si vives allí o si, por equivocación, te has quedado dormido en el tren de camino a Almere.
La ciudad surgió para dar respuesta a la necesidad de la vivienda en los años 60, período en el que en Ámsterdam se estaban derribando barrios completos para modernizar la ciudad, barrios con viviendas en malas condiciones y habitantes que apenas tenían para comer. ¿Pero a dónde tenían que ir estos habitantes? Lelystad fue una de las ciudades daría respuesta a esa necesidad.

Lelystad se construyó de la nada y sobre un pólder en los años sesenta, para ofrecer vivienda barata a los trabajadores d bajos recursos de Ámsterdam y alrededores. Foto: Oficina de Turismo de Lelystad
Para ello el gobierno (Rijksdienst Ijsselmeerpolder, el RIP) diseñó una ciudad anodina con dos centros demasiado amplios, llenos de bloques de hormigón: uno con un centro comercial que lindaba con las oficinas del RIP, oficinas de empresas y zonas de aparcamiento; otro, un kilómetro y medio más allá, con el ayuntamiento, las oficinas de Correos, el hospital, la diputación provincial y otro centro comercial. Con el tiempo se formaría un tercer centro, mirando al agua del IJselmeer, una oportunidad que habían dejado escapar cuando diseñaron la ciudad en los sesenta.
Lelystad es además una ciudad diseñada para el coche. La vivienda, barata y en su mayor parte social, se construyó de una sola vez y fue ubicada alrededor entre estos centros, tras largos muros para evitar el sonido de las (demasiado) grandes avenidas que los conectaban y que rodeaban la ciudad completa. La linea de tren que la uniría con el Randstad (Ámsterdam, La Haya, Utrecht y Róterdam) no llegaría hasta mucho más tarde, lo que todavía aisló más a la ciudad.
Debido a todo esto, Lelystad, que a penas se encuentra a 60 km de Ámsterdam, se ha desarrollado en el imaginario holandés como la ciudad de los pobres, esa a la que nadie va por placer, sólo cuando no tienes dinero o a dónde ir, una ciudad de ida de la que todos quieren volver.
Para modificar ésta imagen se intentó mejorar el entorno urbano y atraer a clases de mayores ingresos. Para ello se construyó un teatro, un centro cultural, un cine, un centro comercial outlet de grandes marcas en forma de ciudad fortificada y un gran campo de golf rodeada de casas lujosas que se vendían mostrando mujeres guapísimas tomando un café en su jardín mientras veían a sus maridos jugar al golf. A comienzos de 2000 se le encargó a la oficina de urbanismo West 8, con Adriaan Geuze a la cabeza, que le diese nueva vida a la ciudad, proyecto que todavía está en desarrollo y al que la crisis de los años pasados no ha ayudado mucho.

Teatro Agora. Foto: Frits de Jong, Pixabay
Gentrificación o las ciudades de calidad
Actualmente nos encontramos en una cuarta ola dentro del fenómeno de la gentrificación, entendiendo gentrificación como la transformación del espacio urbano para el uso de ciudadanos con un mayor poder adquisitivo. Lo que también implica un cambio urbano en la reorganización de la geografía social de la ciudad en su totalidad y así mismo a nivel regional.
Éste es el caso de Ámsterdam, una ciudad con el mayor porcentaje de vivienda social de Holanda y que está siendo sobresaturada de vivienda para las clases de altos ingresos, con la consecuencia de que las familias de clase media y los habitantes de bajos ingresos ya no encuentran cabida en ella y se están desplazando a otros municipios: Amstelveen, Haarlem o Leiden para las familias de clase media y más lejos, como Lelystad, entre otras, para los habitantes de bajos ingresos.
Pero en Lelystad lo tienen claro en lo que corresponde a su ciudad: “No queremos repetir el mismo error de antaño”, dicen desde el municipio y en declaraciones a la revista Rom, “la ciudad de Lelystad quiere seguir creciendo pero elegimos calidad ante cantidad”. Dando a entender que los habitantes de bajos ingresos no son de “calidad”. Uno de los acuerdos en el concejo municipal es que las nuevas viviendas que se construyan no se pueden vender por debajo de los €180.000 y el 30% será vivienda social, lo que limita mucho la cantidad de “emigrantes” urbanos que puede dar acogida la ciudad.
Pero Holanda no sería Holanda si no planificase hasta la gentrificación. En este momento diferentes ayuntamientos ya están tomando medidas: En Ámsterdam se ha acordado la llamada regla 40/40/20, que significa que en cada nuevo desarrollo urbano el 40% debe de ser destinado a vivienda social (alquiler), 40% al alquiler o venta de vivienda para ingresos medios y el 20% para el segmento de ingresos altos; en Utrecht se pretende limitar la realización de vivienda pequeña en el centro urbano (por debajo de los 40m2) y se propone que el alquiler privado de una vivienda de 40m2 no puede sobrepasar un determinado valor (el de la vivienda social).
Comenzamos el año a la expectativa de los acuerdos que seguirán y el debate sobre la ubicación de habitantes de más o menos “calidad”. Mientras, nosotros nos preguntamos, ¿es lícito hablar de ciudades y ciudadanos de calidad?