Se cifra en decenas de miles, alrededor de 20.000, los objetos y obras de arte que los nazis se llevaron de las casas de familias judías durante la Segunda Guerra Mundial. Confiscado en un banco de origen judío, este patrimonio perdido pasó a manos del Estado holandés a partir de 1945 y todavía hoy, la colección conserva más de la mitad de estos objetos, desde arte de primer nivel hasta mobiliario, porcelanas, tapices o libros. Con la puesta en marcha, el pasado año, de una web para facilitar a los descendientes la reclamación de estos bienes, el Gobierno holandés muestra buena voluntad, algo que contrasta con los testimonios de familias que se quejan del exceso de burocracia. Un documental sobre el tema y la primera exposición que les pone cara a las víctimas del expolio nazi han puesto de actualidad un drama enterrado durante décadas.

Si para muchos, los vagones de tren camino de los campos de concentración es la imagen que mejor describe el terror del Holocausto, para muchos holandeses lo es también los camiones de mudanza de Abraham Puls. Este empresario judío se dio a conocer durante la ocupación nazi por ser el encargado de vaciar las viviendas y transportar los enseres de las familias judías cuando éstas eran deportadas, un trabajo que tiñó de mal fario su nombre y sirvió para acuñar un nuevo término, el de “pulsear”, en referencia al acto de desvalijar las casas durante la guerra. Se cuenta que uno de sus camiones aparcó frente a la casa de la familia Frank, cuando Anna y los demás fueron deportados en 1944. “Gracias a este archivo, al menos conocemos lo que se registró, que fue mucho, sí, pero seguramente un tercio de todo lo que se perdió” relata Perry Schrier, investigador responsable del archivo Origen Desconocido, fundado por el Gobierno holandés para devolver los objetos robados durante la Segunda Guerra Mundial. Desde su publicación en internet en diciembre de 2016 ha recibido unas 150 solicitudes de información, en su mayoría de fuera de Holanda, de países como Estados Unidos o Suiza. “La gente no sólo nos pregunta acerca de los objetos que tenemos catalogados: a veces nos hablan de obras que saben que cuelgan en museos de Alemania, por ejemplo, y nos piden más información. Entonces nosotros nos ponemos en contacto con ese museo, solicitamos datos sobre el origen de la obra y contrastamos lo que nos mandan con lo que tenemos nosotros” explica Schrier. Pero el procedimiento es lento y la petición voluntaria, por lo que en muchos casos, si el museo no colabora o los datos no están claros, la solicitud no va más allá.

El valor de una foto

En el sótano del Archivo Nacional se conservan miles de formularios datados entre 1945 y 1951, cuando Holanda recuperó gran parte del arte robado y los supervivientes comenzaron a solicitar su devolución. Son formularios impresos en papel de muy mala calidad y al igual que las obras que en ellos se reclaman, su estado de conservación empeora cada año. Y es que fue durante este período cuando los familiares lograron recuperar el mayor número de objetos perdidos, a pesar de las restricciones que imponía el nuevo Gobierno para restituirlas: “No era nada fácil. Los Países Bajos se habían nazificado y a los judíos que volvían de los campos de concentración y reclamaban sus bienes no se tenía en cuenta por lo que habían pasado. Se decía que todo el mundo había sufrido durante la guerra y que no se podía discriminar. Y no sólo no tenían ayuda de ningún tipo sino que además debían pagar el precio de mercado anterior a la guerra para recuperar sus obras” relata Daaf Ledeboer, historiador de arte y responsable de la última exposición sobre arte robado organizada en Holanda, en la Bergkerk de Daventer, hasta el pasado mes de agosto.

Perry Schrier muestra una copia de un formulario que se conserva en el depósito del Archivo Nacional. © Fernández Solla Fotografie

Perry Schrier muestra una copia de un formulario que se conserva en el depósito del Archivo Nacional. © Fernández Solla Fotografie

Si bien, en la mayor parte de los casos, estas declaraciones no sirvieron de nada, hoy representan una prueba irrefutable para que un familiar pueda reclamar un objeto. “A medida que el tiempo pasa, cada vez es más difícil probar la propiedad de algo. Porque aunque antes se pedía todo tipo de documentación, fotografías o justificantes de compra y ahora ya no, los investigadores nos tenemos que basar en las historias que nos cuentan sus familiares y trazar los datos a partir de eso. A veces, nosotros sabemos más de sus familias que ellos mismos” explica Annelies Kool, investigadora en la oficina Origen Desconocido (Herkomst Gezocht).

Entre estos casos se encuentra el que narra la directora Ditteke Mensink en su documental “The Claim, the search for stolen art from WWII”, presentado el año pasado en el festival internacional de cine documental de Holanda. En él, el holandés Lion Tokkie reclama al museo de Arnhem la obra “Niños en la playa” del pintor holandés Isaac Israels, cuyo valor podría alcanzar los 400.000 euros, según otras pinturas similares del artista subastadas recientemente. Tokkie asegura que se trata del cuadro que colgaba sobre el aparador en la casa de su abuelo, judío fallecido durante la guerra. Pero en sus memorias de infancia sólo recuerda que la escena incluía unos niños subidos a un burro y paseando por la playa, un tema recurrente en la obra de Israels. ¿Cómo se puede determinar que ese cuadro le pertenece? El caso sigue en marcha, como tantos otros del mismo tipo. “Uno de los más emocionantes es el de una pintora que fue deportada a Polonia en 1943. En el archivo tenemos fotos de ella con su hija pintando y sabemos que hay al menos 50 obras suyas que fueron confiscadas y vendidas después. La mayor parte siguen desaparecidas” relata Annelies.

Arte a la vista de unos pocos

Desde finales del siglo XIX y sobre todo durante el período de entreguerras, Ámsterdam se había convertido en el centro europeo del comercio del arte. Coleccionistas como Jacques Goudstikker, los hermanos Katz, o el banquero Fritz Mannheimer amasaron grandes fortunas en un patrimonio artístico que acabó en manos de los nazis. “Antes de 1942, lo que se llevaban los alemanes comprándolo a precios irrisorios no se consideraba extorsión, pero sí lo era, porque estos coleccionistas perdieron en pocos días todo lo que tenían” relata Daaf Ledeboer, “Hermann Göring fue uno de los oficiales nazis que más arte adquirió de coleccionistas holandeses. De Goudstikker compró 1.200 obras de una sola vez, muchas de ellas de primer nivel” añade. La historia de este marchante es de las más controvertidas ya que se estima que el Gobierno holandés conservaba cerca de mil obras de esta colección, de las cuales sólo 200 han sido devueltas a su primogénito, por lo que al parecer todavía atesora otras 800. “El Estado holandés está devolviendo las obras, eso es cierto, pero lo hace bajo unas condiciones que no son estrictamente legales, y eso hace que el procedimiento sea debatible” señala Ledeboer, quien además hace alusión al arte de dudoso origen que museos como el Rijks guarda en sus depósitos. “Algunos como el Boijmans van Beugeningen ya se han puesto a hacer inventario pero el Rijksmuseum va muy despacio con esto. No hay duda de que tiene muchísimas obras compradas después de la Segunda guerra mundial que son arte robado. Pero la gente no lo sabe, el ciudadano no sabe si una obra tiene una procedencia dudosa y nadie les investiga” sentencia.​

Las casas de subastas son parte responsable de que la mayor parte de este patrimonio pase de mano en mano sin investigación previa. En una entrevista concedida a Gaceta Holandesa, el detective experto en falsificaciones y arte robado Arthur Brand relataba cómo éstas, sobre todo en los años noventa, no solían preguntar dos veces sobre la procedencia de una obra, y en muchos casos sabían que las ofrecía un traficante de arte robado. En la actualidad muchas de ellas no quieren arriesgar y, tal y como comenta Perry Schrier, “a menudo nos llaman unos días antes de subastar algo para verificar que no lo tenemos catalogado. Pero si Sotheby’s vende 1.500 objetos cada año, está claro que no todo tiene un origen claro”. Una vez que la venta se produce y el objeto de valor entra en el circuito de las colecciones privadas, su rastro se pierde. “E incluso si sabemos dónde está la obra, como ocurre en algunos casos, que conocemos perfectamente quien lo tiene, publicarlo en nuestra web está prohibido porque violamos la privacidad de ese particular” explica Schrier, “entonces ponemos, de nuevo, desconocido” apostilla Kool.

 

De Ámsterdam a Bilbao

A la derecha, declaración de la venta de una obra de la colección Goudstikker por parte de Alois Miedl a Hermann Göring. © Archivo Origen Desconocido

A la derecha, declaración de la venta de una obra de la colección Goudstikker por parte de Alois Miedl a Hermann Göring. © Archivo Origen Desconocido

​Al fallecer Goudstikker, el banquero alemán Alois Miedl se hizo cargo de su colección, de la que vendió gran parte acumulando una gran fortuna. En 1945, Miedl se exilió a España con, al menos, 22 obras de arte robado que fueron requisadas en el puerto de Bilbao. El exbanquero y marchante falleció en 1990 y se estima que acumuló hasta 200 lienzos de artistas como Rubens, Cranach, Van Gogh, Rembrandt o Cézanne, todos ellos de contrabando. Miedl nunca fue juzgado y se cree que la familia Goudstikker no le denunció porque protegió a la madre del coleccionista durante los cinco años que duró la ocupación nazi en Holanda, salvando su vida.

 

 

 

 

 

Una simple maquinilla de afeitar

De las 15.000 entradas que contiene el archivo de la colección estatal de arte robado (NK Collectie) y obras perdidas, menos de un tercio son piezas de arte. El resto son objetos de valor que quedaron en las viviendas al ser desalojadas o que las familias judías se habían visto obligadas a depositar en el banco Lippmann Rosenthal & Co.

Fundado por dos judíos holandeses, a partir de 1940 pasó a llamarse el “banco nazi” y dos años después atesoraba en su depósito los objetos de plata, oro, porcelana o antigüedades procedentes de todas las familias judías del país. Los formularios de este banco son una mina para investigadores como Annelies y Perry que se basan en ellos para hilvanar las historias de las familias que les contactan. “No se trata solamente de devolver las pertenencias a sus propietarios sino de ofrecerles un pedazo de su historia. Porque en muchos casos son objetos que no tenían valor, como una maquinilla eléctrica de afeitar, pero contaban mucho sobre estas personas. Y eso es muy emocionante” relatan. Y es que para muchos de los descendientes, tras la reclamación de un objeto aparecen más, lo que les aporta una imagen más completa de quienes eran antes de la guerra. Algunos se acercan a su oficina en busca de un interlocutor que pueda interesarse por su historia enterrada, y ambos agradecen esta otra faceta de su trabajo, recubierto de formularios en sepia y fotos sin nombre. “Porque sin historia, no tienes familia, es como si los tuyos no hubiesen existido”, resumen.

Arriba, juego de tenedor y cuchillo de plata, plegables, reclamados en 1947 según el archivo Origen Desconocido.

Arriba, juego de tenedor y cuchillo de plata, plegables, reclamados en 1947 según el archivo Origen Desconocido.

Annelies, mostrando una de las carpetas del archivo creado en 1945 y que se clausuró en 1951. En el centro, copia de una declaración denunciando la pérdida de un reloj y un collar. A la derecha, Perry en otro momento de la visita al depósito del Archivo Nacional © Fernández Solla Fotografie

Annelies, mostrando una de las carpetas del archivo creado en 1945 y que se clausuró en 1951. En el centro, copia de una declaración denunciando la pérdida de un reloj y un collar. A la derecha, Perry en otro momento de la visita al depósito del Archivo Nacional © Fernández Solla Fotografie