Si bien no hay holandés que no conozca las nubes, Herman Russchenberg es uno de los pocos que las estudia a conciencia. Desde hace 25 años analiza su comportamiento y el papel que éstas juegan en el calentamiento global. Como director del Instituto del Clima y catedrático de Teledetección Atmosférica en la universidad TU de Delft, Russchenberg investiga nuevas propuestas de geoingeniería que podrían ponerse en marcha en un futuro no muy lejano en caso de que no hagamos nuestros deberes y la Tierra se caliente dos grados más en este siglo. Desde transformar las nubes hasta disponer espejos en la estratosfera que reflejen los rayos del sol, estas soluciones teóricas tienen un denominador común: las nubes, las grandes desconocidas de nuestra climatología.

El comportamiento de las nubes ¿frenará los efectos del cambio climático o los reforzará?

Esa es la cuestión clave, porque la pregunta del millón es cómo responderá la Tierra al calentamiento global. ¿Será a través de una mayor evaporación? Hará más calor, por lo tanto puede haber mayor evaporación y más vapor de agua en la atmósfera. Este vapor de agua es, en sí mismo, un fuerte gas de efecto invernadero así que podríamos decir que amplifica los efectos del cambio climático. Pero el vapor de agua también da lugar a la formación de nubes. Y las que tenemos ahora sobre nuestras cabezas templan la Tierra una media de diez grados, reflejando los rayos del sol. Pero ¿qué pasará si, con los gases de efecto invernadero, las nubes reciben más vapor de agua? Pueden ocurrir dos escenarios: uno, que tengamos más nubes y por lo tanto que éstas rebajen más la temperatura de la Tierra; el otro, que haya más nubes pero que éstas sean menos densas, más finas, y no reflejen tanto los rayos del sol, lo que amplificaría el efecto del calentamiento global. Y ahora mismo no tenemos ni idea de lo que va a pasar aunque la mayor parte de los modelos apuntan a que el segundo escenario, el malo, es el más probable. ¿Será un grado más?, entonces no sería muy grave, pero ¿y si fueran dos? Sería devastador. No lo sabemos. Pero sin duda las nubes juegan un papel crucial en todo esto.

¿Estamos ya influyendo en cómo se forman las nubes?

Sí, porque las gotas de agua de las nubes no se forman por sí solas, sino a partir de partículas, en su mayoría de polvo, que suben a la atmósfera. Esto significa que si tenemos la misma cantidad de vapor de agua pero añadimos más partículas, por ejemplo de los aerosoles que usamos, la composición de las nubes se altera. Algunas tendrán gotas de agua más grandes, y otras tendrán muchas gotas con menos agua. Los aerosoles ya tienen un impacto en la formación de las nubes. Y estas tienen una influencia directa en el calentamiento global. Así que además del Co2, los aerosoles también tienen un efecto en el cambio climático. Y no hay más que ir a Asia para comprobarlo. En Europa y otros países occidentales vemos que, desde los 70, cuando se impusieron regulaciones en torno a su uso, el aire se está limpiando. Todavía hay mucha polución en el aire pero la tendencia es descendente. En Asia, América del Sur y África, el crecimiento económico hace que la polución aumente. A pesar de que en China o en la India se pretende regular, es muy complicado.  

 

Herman Russchenberg, en un momento de la entrevista © Nacho Calonge

Para un científico que estudia el cambio climático, el acuerdo alcanzado en París, ¿no le parece insuficiente, decepcionante, quizás?

No, yo no diría que es decepcionante. Lo más importante es que los países llegaron a un acuerdo en el techo que no se puede sobrepasar. Es ambicioso pero no imposible y ya estamos viendo cómo muchos países se están empleando a fondo para lograr el objetivo. Pero estoy de acuerdo en que la letra pequeña, donde se establecían las medidas voluntarias que los países deberían implementar, es insuficiente. Ya empezamos a ver como la Unión Europea está cumpliendo sus compromisos, y Estados Unidos lo hacía antes de Trump. Pero China e India no lo están logrando, argumentando que todavía necesitan espacio para crecer económicamente. Y el problema es que estos tres países juntos, China, India y Estados Unidos ya emiten la cantidad de Co2 permitida para no calentar el planeta más de dos grados. El resto de países tienen que ser por tanto mucho más ambiciosos, pero creo que es posible. De verdad lo creo.

¿No hace falta además un cambio de hábitos de vida, también a nivel global?

Sin duda esto tendrá que llegar porque muchos de los problemas del cambio climático están ligados a nuestro comportamiento: a nuestro modelo de consumo, de alimentación, a nuestra forma de vida…esto pasará, porque no habrá otra opción. Llegará un momento en que las personas seamos testigos del cambio. Veranos más calurosos, sequías más prolongadas, y en un momento dado las personas reaccionarán. No necesitamos un desastre climático sino pequeños cambios que poco a poco vayan alertando a la población. Llevo quince años dando conferencias sobre cambio climático y he visto una evolución enorme en cómo la gente es más consciente del problema. Y cuando les hablo del impacto que tendrá lo que hagamos en nuestros hijos y nietos, generaciones muy cercanas a la nuestra, se dan todavía más cuenta.  

Ya es un hecho que las lluvias han aumentado hasta un 25 por ciento en el último siglo, pero ¿cuánto aumentarían en las próximas décadas si no se hiciera nada para combatir el cambio climático?

La cantidad total aumentará de forma gradual, no mucho más, pero la diferencia principal será en cómo serán estas precipitaciones. Habrá más tormentas, lluvias torrenciales y será un clima más extremo. Imagina que en lugar de registrar un mililitro de agua al día durante un año, toda esta cantidad de agua cayera en una hora de golpe. Y después nada durante una temporada.

Parece que todos sabemos más sobre el cambio climático, ¿cree que estamos realmente más concienciados?

Sí, lo creo. Cuando Al Gore lanzó su película hace más de diez años fue bien recibida entre los que apoyaban lo que él decía pero también provocó un fuerte movimiento de escépticos. Hoy, aunque se les siga oyendo, este grupo es una minoría. Y los políticos ya lo incluyen en todas sus agendas. A nivel estatal, aquí en Holanda, el Congreso ya está implementando medidas para mitigar los efectos del cambio climático como la transición a las energías limpias. Y a nivel local, la adaptación a este nuevo panorama lleva años produciéndose: cómo paliar el aumento del calor en las ciudades, el uso del agua para la agricultura o el control de los ríos. Esto siempre ha estado ahí.  

 

Detalle de un esquema colocado sobre un sofá en el despacho de Russchenberg © Nacho Calonge

Cuando se hablaba de dos grados más de temperatura, a los ciudadanos de a pie no nos sonaba tan catastrófico…

Exacto, incluso se solía pensar que dos grados más en invierno puede ser hasta agradable. Por eso es importante hablar de las tremendas consecuencias que tendrá ese aumento aparentemente pequeño. Si decimos que el clima será más extremo, con épocas de muchas lluvias seguidas de fuertes sequías, o que podrá haber grandes migraciones de distintas especies, tratando de adaptarse al nuevo escenario climático; la envergadura de lo que estamos viviendo se entiende mejor. Porque para lograr adaptar a las ciudades a un escenario como este, dentro de 30 o 40 años, hay que empezar ya. Afortunadamente en Holanda ya está pasando y ya era hora.

Y ahí entran ustedes con propuestas de geoingeniería como la creación de nubes o colocar espejos en la estratosfera que reflejen la luz solar. Discúlpeme pero parece de ciencia ficción.

Estamos siendo realistas, aunque no lo creas. Como digo, los compromisos de París sólo se cumplirán si somos más ambiciosos por lo que puede llegar un momento en el que para frenar el proceso sea necesario poner en marcha medidas como éstas, desde producir nubes hasta colocar estos espejos fuera de la atmósfera. Ahora mismo están en fase experimental pero las ecuaciones físicas están ahí para probar que es posible hacerlo, con la buena escala y el correcto control técnico. Y creo que es importante pensar y desarrollar esto ahora por si en 30 años nos hace falta, para tenerlo listo. No es una solución ideal, y no debería verse así, como una solución. Es una salida de emergencia en caso de que no logremos rebajar la temperatura de nuestro planeta a tiempo. Tenemos que desarrollar esta tecnología sin desatender la prioridad número uno de combatir el calentamiento global de la manera que lo estamos haciendo, con un cambio de paradigma. Esto sólo debería ser la cura antes del desastre.

Una medicina que podría costarnos bien cara porque usted mismo alerta de que estas medidas conllevarían riesgos asociados enormes si se dejaran de mantener como es debido…

Sí, porque se trata de aerosoles cuyas partículas lanzamos a la estratosfera para que actúen de espejo y reflejen los rayos del sol, y esto habría que hacerlo constantemente. Si, además, una vez que estuviera esto en marcha dejáramos de preocuparnos por la mitigación y siguiéramos emitiendo Co2 sin medida, y si por alguna razón los cañones que expulsan el gas dejaran de funcionar, el Co2 acumulado en la atmósfera provocaría una explosión de calor.

 

Imagen de cómo serían los cañones que expulsarían aerosoles a las nubes

¿Cree que nuestra sociedad sería capaz de garantizar un mantenimiento así de forma global, día tras día, año tras año?

Esa es la gran cuestión, la gobernanza. ¿Quién se hará cargo de esto?  ¿Serán las Naciones Unidas o una nueva institución global? Desde el punto de vista científico podemos decir que será factible, su mantenimiento es sencillo y no es caro de mantener, pero la cuestión de quien lo lidera es crucial para que no falle. Aun así, insisto, hay que desarrollarlo ya.

De estas soluciones que se barajan, ¿cuál es la más plausible?

Yo estoy a favor de una combinación de dos: por un lado expulsar gases que se transformen en partículas de polvo y actúen como espejo frente a los rayos del sol en la estratosfera. Esto se podría hacer con aviones capaces de volar a casi 20 kilómetros de altitud y que transportarían hasta 5 millones de toneladas de aerosol al año, un avance que ya están desarrollando aquí, en la Facultad de Ingeniería Aeroespacial. Y por otro, que desde la superficie grandes surtidores en varios puntos del planeta expulsen este gas a las nubes, más bajas, para transformarlas y hacer disminuir unos grados la temperatura terrestre. Ambas soluciones son ya técnicamente posibles. La otra alternativa de colocar espejos en la estratosfera sí que es todavía ciencia ficción. No digo que sean opciones ideales, porque no lo son, y cada una tiene sus pros y sus contras, como una distribución desequilibrada de los gases y que se formen más nubes en unos lugares que en otros. Pero por eso hay que empezar ya a investigar sobre ello para que si llega el momento, estemos preparados. Porque será la única salida. Si empezamos dentro de 20 años, será tan urgente que lo haremos mal y sin reflexionar bien sobre ello.

A pesar de lo que me cuenta parece mostrarse optimista…

Soy optimista y realista porque dispongo de los datos y de la información veraz. Y sabemos lo que puede pasar y las incertidumbres en torno a los prognósticos que manejamos. Pero también creo que para enfrentarnos al calentamiento global es necesario que la sociedad se abra más, que los países estemos dispuestos a compartir nuestro conocimiento y nuestra tecnología. No lo hagamos más complicado, ayudémonos los unos a los otros transmitiendo nuestras ideas y nuestra ciencia a los demás. Aunque aquí entra el factor humano, el comportamiento de los que vengan después de nosotros, eso es impredecible, una variable imposible de saber.  

Pizarra en el despacho de Russchenberg. A la derecha, el humedal de Las Tablas de Daimiel (Ciudad Real, España) el pasado mes de diciembre. ©Nacho Calonge