Ni el Duque de Alba fue un valeroso héroe, según dirían los españoles, ni tan sanguinario, como ha quedado en la cultura popular neerlandesa. Este año se celebra en Holanda el 450 aniversario del inicio de la guerra de los Ochenta Años, una excusa idónea para charlar con el historiador de la universidad de Leiden, Raymond Fagel, experto en la materia, sobre los mitos y leyendas que circulan en torno a esta historia compartida. Tras desvelar que algunos pueblos holandeses festejan victorias que no ocurrieron como se cuenta y que antes de la guerra hubo sesenta años de feliz convivencia entre españoles y holandeses, Fagel asegura que la historia siempre tiende a simplificarse y que el ser humano no es capaz de aprender de los errores del pasado. Confirma, por si no nos habíamos dado cuenta, que la Historia la escriben los folloneros.
¿Cómo estudian la guerra de los Ochenta Años, que enfrentó a España y a Holanda en el siglo XV y XVI?
Lo hacemos sobre todo a través de las crónicas militares. En este momento estamos estudiando cartas de unos 20 comandantes españoles que estaban en Flandes entre 1567 y 1577, durante la primera fase de la guerra. Y es curioso leer cómo cada militar tuvo su propia versión de lo que pasó. Por ejemplo, sobre el asedio y cerco de Amberes de 1576 tenemos crónicas en las que cada uno da cifras muy distintas: mientras unos hablaban de 1.000 bajas, otros decían que fueron 18.000. Nuestra tarea es investigar por qué describían los acontecimientos de la forma que lo hacían. Y fijándonos en los protagonistas intentamos recomponer la historia alejándonos de la imagen que Holanda o España pueden tener de aquella época. Lógicamente los españoles tienen una opinión distinta que los holandeses sobre esta guerra pero si volvemos a aquella época, no es tan fácil hacer esta diferenciación, empezando porque ni España ni Holanda existían como los países que son hoy.
Y el Duque de Alba ¿era tan temido por los holandeses y tan admirado por los españoles como se cuenta?
Esa es la versión simplificada. Hemos encontrado cartas en las que soldados españoles criticaban duramente al Duque de Alba. Y es que no pareció ser un personaje tan valiente como ha trascendido. A pesar de que él, en sus cartas, transmitía una imagen valerosa de sí mismo, al llegar a la Corte española en 1573 le echaron por la mala gestión que hizo de la guerra y a su hijo lo llevaron a prisión por un lío de faldas. Tras su muerte, se sabe que la familia del Duque de Alba pagó a dramaturgos y autores para que escribieran obras en las que él aparece como un héroe. Era esencial limpiar su imagen y para ello se inventaban relatos en los que el Duque de Alba participaba en famosas batallas cuando en realidad sabemos que no estuvo allí, como la de San Quintín de 1557. Se cuenta que el Duque tuvo un papel importante en esta contienda mientras los historiadores tenemos la certeza de que él estaba en Italia cuando la batalla ocurría en Francia. Y a base de muchos relatos que ensalzan su figura, desde el siglo XIX en España ha ganado esta imagen del temido y valeroso Duque de Alba, a pesar de que si vamos a las crónicas del siglo XVI vemos que él nunca quería entrar en batalla, porque tenía miedo de perder.
¿En qué se basa entonces el mito holandés del temor al Duque de Alba? ¿fue sanguinario con la población civil?
Sí, con la población civil sí lo fue. Pero los holandeses también fueron sanguinarios, pero como pasa en todas las historias, necesitaban a un villano. Existen cartas de Guillermo de Orange a familiares suyos en Alemania donde pregunta si es mejor atacar al Duque de Alba en lugar de al rey de España, y deciden ir a por el Duque porque era menos peligroso. Crean todo un argumento por el cual el Rey de España aparece como el bueno de la película y el Duque de Alba como el malvado. Además, entre 1609 y 1621 hubo una tregua durante la cual los dos bandos holandeses se unieron contra los españoles, y fue cuando realmente empezó esta propaganda de temor hacia el Duque de Alba en las escuelas y entre la población. Y estamos hablando de cincuenta años después de que éste llegara a Holanda.
Su proyecto de investigación pretende averiguar por qué la Historia holandesa no ha hecho las paces con su eterno enemigo español, ¿tiene ya una respuesta?
Creo que tiene que ver con lo que esta guerra significa para la historia de la formación de Holanda como país. Guillermo de Orange, la salida de los españoles, todo ello forma parte del relato patriótico sobre el que se construye la nación holandesa. Y a todos nos enseñaron que este país se creó luchando por la libertad de religión y de ideas políticas y contra un tirano, contra un régimen cruel. Se recrea una imagen simbólica, sin rostro y deshumanizada, del enemigo, porque así es más fácil luchar contra él. Los españoles han sido los villanos de la historia de Holanda hasta que llegó el siglo XX y los alemanes les desplazaron. Cuando en ambos casos, tampoco los holandeses fueron unos santos. En el caso de la guerra de los Ochenta Años, la imagen del español tirano sirve para esconder que esta fue también una guerra civil, entre los holandeses protestantes y los que no lo eran, ya que por aquel entonces sólo un diez por ciento de la población en Holanda era protestante. Pero eso no queremos decirlo, porque preferimos construir un relato según el cual todos luchamos unidos contra los españoles, con esta idea de una Holanda protestante que acaba dominando todo lo demás, a pesar de que eran minoría. Incluso hoy en día, cuando le hablo de esto a mis alumnos veinteañeros, al leer sus trabajos vuelvo a ver al héroe Guillermo de Orange y a los terribles españoles, una dicotomía que simplifica la verdadera historia.
Una anécdota que demuestra esta simplificación son las fiestas que cada año se celebran en Brielle, un pueblo al sur de Holanda. Cada año los ciudadanos del pueblo se dividen en dos bandos, el de los españoles y el de las tropas rebeldes (watergeuzen) y al término de la fiesta cuelgan al comandante español de una soga. Lo sorprendente de todo esto es que Brielle venció porque en aquél momento no había tropas españolas.
¿Podemos decir entonces que existió una guerra que duró Ochenta Años?
Tampoco. Fueron distintos periodos bélicos con otros de paz entre medias. Llamándole así estamos diciendo que lo que pasó en 1648 tiene que ver con lo que pasó en 1568, mientras que la única conexión entre estas dos épocas es la lucha contra los españoles. Porque lo que Guillermo de Orange quiso instaurar en 1568, un Estado unido, no calvinista y no republicano eran objetivos totalmente diferentes de aquellos por los que se luchó ochenta años después. Además no hay que olvidar que antes de la guerra hubo un tiempo en el que los holandeses y los españoles se llevaban bien y formaban parte del mismo imperio, el de Carlos V. El intercambio económico favoreció mucho al comercio de ambos países, hubo un flujo migratorio importante, que ayudó a mucha gente, y tanto el ejército de Flandes como el de España, durante el reinado de Carlos V, colaboraban mutuamente. Eso se terminó al estallar la guerra, pero es necesario recalcar que existió. Hubo 60 años de matrimonio y 80 de divorcio.
Con todo lo que cuenta, de mitos que hay que desterrar y datos incorrectos, ¿cómo puede un historiador de una época lejana conocer la verdad de los hechos?
La única verdad es que hubo varias verdades, eso es lo que podemos demostrar. Hay partes de la historia que uno nunca logra descifrar, porque las pruebas que tenemos se contradicen, pero otras verdades sí se pueden rebatir como las experiencias que vivieron los 20 comandantes cuyas cartas estamos estudiando. Sus palabras están ahí.

Estas cartas son de los máximos representantes de la milicia, pero del vulgo y del resto de soldados ¿no se puede conocer su versión de la historia?
No. Los historiadores nos enfrentamos a menudo a este hecho: los que dejan algo por escrito, además de ser personas que sabían escribir, algo que no podía hacer la mayoría de la población, era gente que quería protestar por algo. Y los que gritan siempre se oyen mejor. Así que, con lo que contamos hoy es sobre todo con textos de los religiosos católicos y de los protestantes, dos grupos con ganas de luchar. Pero de la mayoría silenciada, de los que estaban en medio, no sabemos nada. Y en esta época hubo españoles y neerlandeses que intentaron buscar soluciones y evitar el conflicto, pero de esos no ha quedado casi nada. Como en la guerra civil española, la voz de la gente moderada, la que llamaríamos “normal”, se ha perdido en el camino.
Entonces la Historia, ¿la escriben los folloneros?
Así es, totalmente. La historia que permanece es la de las posiciones extremas. Por ejemplo, en el discurso acerca de la inmigración, es más fácil decir que ninguno puede entrar o que todos son bienvenidos, lo complicado es tomar la postura intermedia del “sí, pero”.
Quizás las redes sociales permitan que el día de mañana historiadores como usted dispongan de mucha información sobre lo que pensaba la mayoría de la sociedad, ¿no cree?
Quizá, pero la cuestión será saber si los tuits y mensajes de las redes se conservarán por mucho tiempo. El papel del siglo XVI es muy bueno, es mejor que el del siglo XIX. Lo que corre peligro son los libros más recientes, paradójicamente. Y luego está la labor que hagan los que vengan después para conservarlo. Las cartas del Duque de Alba, por ejemplo, están conservadas en el archivo de la familia, porque evidentemente a ellos les interesa mantener viva esa historia. Habrá que ver qué pasará con internet…
Como profesor de la universidad de Leiden, ¿qué opina acerca de la polémica sobre el protagonismo del inglés frente al neerlandés en las aulas?
Ya puedes imaginar mi opinión sobre esto: ambas lenguas son necesarias. Porque ahora no vamos a retroceder un par de siglos e imponer sólo el neerlandés y tampoco vamos a obligar a que todo sea en inglés. Creo que nos aproximamos a una sociedad bilingüe, lo cual puede ser positivo, pero es necesario poner orden al nuevo sistema. Hasta hace poco, los holandeses aprendíamos inglés porque siempre pensábamos en salir fuera, no en que viniera gente a nuestro país. Ahora que la realidad es diferente, debemos mirar a lo que ha salido bien en sociedades bilingües como la belga, la vasca o la catalana y no caer en los extremismos. En esta época que yo estudio, en Europa todavía no existían los Estados-nación. Y creo que en muchos aspectos estos han limitado las múltiples identidades que pueden tener las sociedades, o cada uno de nosotros. Yo soy holandés, pero también vengo de una región católica y estoy casado con una persona que no es holandesa, mi vida tiene más identidades que la holandesa generalizada.
Estudiar la Historia, ¿le ayuda a relativizar el presente?
Es difícil saberlo porque yo no sé mirar a la vida con otros ojos que no sean los míos, y me siento historiador desde que era pequeño. Sí es cierto que tengo una tendencia a relativizar más o a dar por hecho que cuando alguien me cuenta algo, sé que esa es una verdad, y que habrá más, tanto en este momento como en el futuro. Esto me ayuda a entender lo que ocurre a mi alrededor. En Siria por ejemplo. Nuestra guerra de los Ochenta Años parece una contienda más limpia, donde los de un lado y el otro están bien definidos. Pero hay que saber que no es así, que nuestra guerra fue exactamente igual de compleja que la de Siria y que lo único que ha pasado es que a la primera la hemos limpiado, la hemos pulido, para que sea fácil de entender. El día de mañana los libros de Historia relatarán la guerra de Siria con la misma simplificación. En Siria hay una guerra civil y lo nuestro también lo fue, con todo el sufrimiento y el dolor que ello conlleva. Los europeos nos creemos con cierta superioridad y decimos que hemos luchado por causas nobles y justas en el pasado, y nada de eso: al igual que en el resto del mundo, aquí se ha luchado por dinero y para defender los intereses propios.
Lo de no aprender de los errores del pasado resulta más cierto que nunca al escucharle…
La historia no se repite pero los errores se cometen una y otra vez. ¿Seguir a un líder nacionalista loco y meternos en guerra? es algo que puede volver a pasar, por qué no. Que algo no sea bueno, que sepamos que las guerras no son la solución, no parece ser suficiente para que impidamos que se produzcan. Habrá más guerras y las soluciones, o su historia, no deberían simplificarse.
RETRATOS CRUZADOS
Con motivo de este aniversario de la guerra de los Ochenta Años, Gaceta Holandesa, junto con el Instituto Cervantes, ha realizado la exposición fotográfica “Retratos Cruzados” que abre sus puertas el 15 de septiembre en la sede del instituto en Utrecht. La muestra recoge quince retratos de neerlandeses y belgas flamencos residentes en España y de españoles residentes en Holanda, fotografiados por Alicia Fernández Solla en lugares que tuvieron importancia para la historia de la guerra. Con ellos, la exposición pretende trasmitir el cruce de identidades que existen entre muchos de los ciudadanos de ambos países y plantear la pregunta: ¿de quién es un país? ¿del que nace en él? ¿del que vive en él? ¿del que lucha por él?
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