Originaria de Westland, una de las localidades cerca de La Haya que más se ha desarrollado económicamente en los últimos años, Conny Groenewegen recuerda que su madre les hacía la ropa porque la economía familiar no daba para más. Esta defensora de las tiendas de segunda mano, de darle a la ropa el valor que se merece y de encumbrar el plástico a categoría de material de lujo, fue ganadora del Premio Nacional de Diseño en 2013. Desde entonces dio un giro a su carrera profesional para centrarse en la creación, y en lugar de internacionalizar su marca, Electricco, la hizo exclusiva y sólo accesible a unos pocos. En un estudio en Ámsterdam de techos altos y repleto de retales de seda, lanas de todo tipo e hilos de plástico, recibe a Gaceta Holandesa una tarde de verano, enfundada en unos vaqueros vintage.
Sus diseños, las prendas tan exclusivas que hace y que superan los 4.500 euros, ¿a quién van dirigidos?
Cuando diseño no tengo una mujer en mente, bueno quizás mi alter ego, ese universo al que secretamente me gustaría pertenecer. En general son mujeres que vienen del mundo del arte, de la arquitectura, y que buscan una pieza casi artística que puedan ponerse y que puedan crear conjuntamente conmigo. No sólo la adapto a su fisonomía sino a sus gustos: se puede decir que es una pieza única que yo elaboro con la persona interesada.
Y su coste, ¿qué incluye?
El coste de un diseño mío incluye, sobre todo, horas y horas de investigación y el mensaje de que la moda puede ser de otra manera. Hasta 2013 vendía mis diseños a un precio mucho más barato. Y trabajaba tanto en Holanda como en Japón. Pero a medida que mi marca crecía y se internacionalizaba, yo me dedicaba más y más a la gestión de la producción, de la logística, dejando a un lado el aspecto creativo e innovador. Estaba constantemente ocupada en estos procesos y toda la preocupación era acerca del precio, de lo que iban a costar mis diseños. Y llegó un momento en que me dije que no podía seguir así, que el precio de una prenda no debía ser lo primero, lo más importante. Además, yo quería pagar a mis empleados un sueldo justo, tener mis ingresos y seguir invirtiendo en investigar y en innovar, algo que en el mundo de la moda no es tan común. Así que decidí dejar de trabajar de esta manera y darle totalmente la vuelta: el precio ya no es lo principal. Y si alguien está dispuesto a pagarme esta cantidad es porque valora el desarrollo que hay detrás de la prenda y la filosofía que su elaboración encierra.
Este no era el camino que seguía cuando ganó el Premio Nacional de Diseño, enfocado a impulsar la carrera internacional de talentos holandeses ¿que significó para usted obtener este galardón?
El premio me pilló en medio de la expansión de mi empresa. Y obtenerlo fue todo un honor porque yo admiraba mucho a los miembros del jurado: uno de ellos tiene una firma alternativa, underground pero muy exclusiva, en París, que yo visitaba constantemente cuando viví allí. Así que para mi fue un reconocimiento que venía de profesionales que valoro mucho. También significó que podía pagar mis deudas (ríe). Después empecé a viajar mucho, conocí a mucha gente y mi marca empezó a conocerse fuera de Holanda. Pero, siempre hay un pero para todo…, la situación me superó completamente. No era capaz de hacer frente a toda la presión que suponía crecer tan rápido porque yo quería seguir creando. Y claro, si uno para la máquina de golpe, en seguida te pasan por delante otros jóvenes talentos que sí saben hacer todo esto, planificar bien sus objetivos a largo plazo, y tener éxito. Decidí dar un paso atrás en el mundo de la moda y empezar a hacer proyectos artísticos, financiados de antemano, donde exploro nuevos materiales y formas de producción. Cuando recibí el premio yo era una soñadora que volaba sin una cuerda que le atara al suelo. Ahora estoy mucho más asentada, sé lo que quiero hacer y cómo.
Y ahora que lo menciona, ¿entre la moda y el arte, en qué mundo se siente usted más cómoda?
No sabría calificarme, prefiero que lo hagan otros por mí. Quizás porque si lo hago siento que me estoy restringiendo, porque lo cierto es que hoy en día estas fronteras están mucho menos definidas, y una diseñadora como yo puede colaborar con un filósofo, con un artista…me siento bien en ambos mundos. Aunque sé que no formo parte ni del discurso en torno al arte contemporáneo, ni del lenguaje típico de la moda. No encajo del todo en ninguno, pero eso lo veo positivo porque la gente viene a mí de una manera muy abierta, nadie me ve como una amenaza. Esta postura poco definida es la mejor para trabajar con todo tipo de gente.

Conny Groenewegen en un momento de la entrevista, con una chaqueta diseñada y elaborada por ella con hilo de plástico. © Nacho Calonge
Fuera de Holanda, el diseño industrial se aplaude y se admira en el mundo entero, mientras que el diseño de moda apenas se conoce, al menos en España. ¿Por qué cree usted que pasa esto?
Quizás no se conozcan por sus nombres propios pero en las casas de moda francesas, las grandes firmas, muchas cuentan con diseñadores holandeses. Pero es verdad que la mayor parte no da el paso siguiente de crear su propia marca. Iris van Herpen, Viktor & Rolf, hay unos cuantos, pero sí, no son muchos.
Entre los expatriados hispanohablantes, es habitual escuchar lo bien que los holandeses amueblan sus casas pero lo mal que se visten…
¡Y es totalmente cierto! Los holandeses somos un poco brutos, descarados. Y no tenemos muchos convencionalismos sociales o factores culturales que nos influyan a la hora de vestir. No hay un consenso sobre cómo debería moverse o cómo debería ser la mujer o el hombre elegante holandés. Algo que en la cultura francesa sí existe. Y esta ausencia de una base sólida da lugar, a menudo, a creadores que van en contra de la moda. Muchos diseñadores holandeses optan por rebelarse con marcas anti-fashion que uno duda si son para embellecer a la mujer o como proclama, para que la industria de la moda cambie. Precisamente porque no existe esta industria, cada uno se siente a gusto en su propio nicho. En España es todo lo contrario: la tradición del sector textil es tan grande que ya hay una manera de hacer las cosas y quizás es más complicado romper esos moldes. Además, la mujer española es más refinada que la holandesa (sonríe).
Su diseños no se ajustan al cuerpo femenino y no pretenden embellecerla como lo haría un diseño de Valentino u otro modisto clásico, más bien al contrario. ¿Qué pretende comunicar con sus prendas?
Los diseños de mi marca Electricco son casi esqueletos externos, que causan fricción con el cuerpo de la persona que lo lleva. El hilo es plástico, lo obtengo de plástico sobrante y lo reciclo, y está combinado con lana. Me gusta mucho la estructura que ofrece, la mezcla de suavidad y rigidez, que resulte incómodo de llevar al mismo tiempo que es flexible al tacto. Después de tejerlos los lavo y cuando se encogen toman una forma extraña que es la que busco en el resultado final. Trabajar con plástico reciclado, que procede de redes de pescar o de estropajos, es una manera de comunicar, alto y claro, que a todo se le puede dar un valor, hasta a aquello que más se desprecia. Y no estoy de acuerdo con la forma en la que tratamos el plástico, de usar y tirar, porque es un material resistente, duradero, que ofrece muchas posibilidades, y que además si no lo reciclamos, es basura que se queda para siempre, porque no es biodegradable. Yo quiero darle el valor que se merece.
Y las prendas suyas hechas de plástico que ya no se utilizan, ¿qué pasa con ellas?
Las clientas que ya no quieran mi ropa pueden traérmela y la descomponemos. Ahora estoy colaborando con otro diseñador, Maurizio Montalti, que trabaja con un tipo de hongo llamado mycelium que puede descomponer el plástico. Como diseñadora me interesa no solamente el proceso de crear algo nuevo sino también el de hacerlo desaparecer de una manera circular, sin tener que destruirlo del todo.

Proceso de descomposición de varios tejidos al entrar en contacto con el hongo mycelium © Conny Groenewegen y Maurizio Montalti
Ya existen varias firmas de moda que utilizan este plástico y otros materiales reciclados, ¿cree que estamos asistiendo a un cambio hacia una moda más sostenible o queda mucho camino por recorrer?
Desde los años noventa el plástico de las botellas se transforma en poliéster y en el material con el que se hacen las sudaderas. Es lo que se llama hilo ecológico. Aunque esto no es suficiente porque el plástico que se sigue produciendo es demasiado. Yo no estoy de acuerdo con esta forma de aprovecharlo porque ahora el poliéster es un problema y una excusa para los que producen las botellas. Para uno de mis proyectos llamado Fashion Machine, fuimos a estos almacenes donde tienen las montañas de ropa desechada y compré pacas y pacas a un precio muy bajo. Mi idea era denunciar la producción masiva y barata de sudaderas y la falta de una solución para los kilos de ropa que tiramos en los contenedores. Se intenta exportar a países en desarrollo pero ellos no las quieren porque estas prendas dan mucho calor. Y cuando se destruyen, todas las partículas del plástico con el que está hecho este poliéster van al agua. Yo abogo porque dejemos de consumir botellas de plástico y porque dejemos de producir ropa hecha con este poliéster barato y tan contaminante. En la industria de la moda hay un fuerte desequilibrio en muchos aspectos: las condiciones de los que fabrican la ropa en países más pobres que luego se vende masivamente en Occidente; el coste de producción de algo sostenible respecto de la prenda que no lo es… es una locura.
La moda low-cost ¿es un problema o una oportunidad para cambiar las cosas a nivel global?
Hoy en día hay más información que nunca sobre este desequilibrio, provocado sobre todo por estas marcas, pero al mismo tiempo la industria va tan rápido que no sé si llegaremos a tiempo de enmendar nuestros errores. Al menos yo no seré una de las diseñadoras que los cause. Lo que tiene que surgir es una legislación europea que determine el precio justo de una prenda de ropa y lo que todo eso conlleva. Esta es la única manera de asegurar que el proceso de producción se hace bien.
En su proyecto recalca que una hamburguesa cuesta lo mismo que una camiseta: cinco euros. Si pensamos en una camiseta blanca, unisex, ¿cuál sería su precio si tuviéramos en cuenta el coste real de fabricarla en Holanda, por ejemplo?
Vamos a ver, para hacer una camiseta blanca normal harían falta cuatro horas de trabajo, en producción industrial. El trabajador debería ganar el salario mínimo por hora, unos diez euros. Nos ponemos en 40 euros, a lo que sumamos los gastos de logística y el margen que se lleva el que la vende. Teniendo todo esto en cuenta, una camiseta blanca debería costar 50 euros.

Conny Groenewegen muestra retales de pruebas donde utiliza desde algodón egipcio a lana italiana. Detrás, lanas tejidas con hilo de plástico reciclado. © Nacho Calonge
Según esto, mucha gente no podría comprarse la prenda básica de ropa. ¿No ve positivo que HyM, Zara y otras marcas de low-cost democratizan la moda, haciéndola accesible a todo el mundo?
No lo veo así porque no se trata de que todos podamos comprar mucho. Si pensamos que hoy en día una persona se gasta el 8 por ciento de sus ingresos en ropa, es mucho menos de lo que era antiguamente, cuando el gasto en ropa era del 20-30 por ciento. Creo que no le estamos dando a la ropa el valor que debería tener, y creo que deberíamos estar dispuestos a pagar más y a comprar menos. Si comparamos una prenda de ropa actual con otra de los años sesenta, en general, las de hoy tienen menos calidad, porque están hechas para durar menos. Y hoy en día da igual la marca que compremos, porque hasta la más cara produce en China, con un hilo de la misma calidad que el de la marca más barata.
Entonces no tenemos mucha opción, ¿cómo podemos comprar ropa que dure?
Hay una solución…yo sólo compro en tiendas de segunda mano. Una o dos veces al año compro dos piezas nuevas muy caras, de diseñadores que me encantan, y el resto lo compro en tiendas de segunda mano. A mí me encanta, porque además en Holanda tenemos todas las opciones, desde tiendas vintage de ropa muy buena hasta las kringloopwinkel donde se puede comprar incluso al peso. Y además me gusta mucho ir porque es una forma de ver las tendencias de la gente, lo que más se ha llevado en un determinado momento, los colores… yo siempre encuentro lo que busco allí. En Ámsterdam suelo ir a Ruilhoek.
Cada vez más, las firmas de moda dependen de los influencers para publicitarse, ¿cree que las redes sociales homogeinizan el ideal de belleza?
Sí lo creo, estamos creando clones. Todo el mundo quiere llevar la misma ropa a pesar de tener culturas muy diferentes. Sólo tiene que ver con la imagen, no con la experiencia. La gente compra porque está indecisa, como una manera de comprar su satisfacción personal. Pero aunque suene a tópico, esta no es la manera de alcanzar la felicidad, es justo al revés.

Arriba, retal elaborado a partir de hilo de metal y seda. A la derecha, uno de los diseños de Conny Groenewegen realizado con este nuevo material. © Nacho Calonge