Maaike Schoorel es pintora y su obra se ha expuesto en museos y galerías de los cinco continentes. Tras clausurar la muestra retrospectiva que ha realizado de ella el Gemeentemuseum de La Haya, Schoorel vuelve a los pinceles en su estudio de Ámsterdam. Su obra, tan abstracta como figurativa, se acerca al espectador como un susurro, y las imágenes que evoca van llegando poco a poco a la retina como si de un rompecabezas se tratase. Óleo sobre lienzo, trazos invisibles, con su estilo Schoorel se rebela contra la vorágine actual de pantallas y redes sociales y pide sosiego y una vuelta a la experiencia real.
Usted ha trabajado en muchos países diferentes pero su carrera arrancó en Londres…
Sí, allí me quedé cuando terminé mis estudios y desde entonces me representa la galerista Maureen Paley. En esto tuve mucha suerte porque ella es estupenda, yo soñaba con poder trabajar con ella, y tener una galería es la manera de que la gente te tome en serio.
Las galerías forman parte de ese otro lado del mundo del arte que es el negocio, ¿cómo vive usted estas dos facetas, la del artista creativo y del que tiene que vender su obra?
Son dos mundos que se complementan. Mientras una exposición en un museo o participar en una Bienal es lo mejor que le puede pasar a un artista, hay que estar en las ferias de arte para darse a conocer. A mí la atmósfera de las ferias no me gusta, el arte se muestra uno junto al otro, es confuso, y el artista es el último al que quieren ver por ahí. Porque las obras son un producto a la venta. Pero es lo que hay si queremos vivir de esto y en ellas he vendido cuadros a buenos coleccionistas y estar ahí me ha abierto las puertas a una exposición en un museo. En un mundo ideal en el que la creatividad manda, no me gusta que existan estas ferias porque son puro negocio, pero los artistas necesitamos vender obra para sobrevivir.
Desde que ha llegado a Holanda da clases en una Escuela de Bellas Artes en Enschede, ¿cómo combina ambas facetas, la de profesora y la de artista?
Me gusta mucho la experiencia porque los alumnos me recuerdan mucho a mí con su edad. Rebeldes, buscando su sitio, su seña de identidad…y les veo exactamente iguales a cómo éramos nosotros, con la única diferencia de que ellos han crecido con internet y eso les ofrece una exposición muy temprana. Esto es algo preocupante porque nada más empezar sus estudios ya están colgando todos sus trabajos en las redes, que francamente todavía no es bueno. Yo agradezco no haber crecido con internet y que mis primeros trabajos no se conozcan porque ¡son terribles! Y eso se lo digo a menudo, que todo lo que publiquen se quedará ahí para toda su carrera artística y es muy probable que más adelante se arrepientan de haberlo hecho. Porque todo lo que comparten en las redes sociales, en el futuro puede jugar en su contra.
Usted pinta óleo sobre lienzo, una técnica que puede parecer clásica…
Esta escuela en la que trabajo está muy especializada en pintura así que hay muchos alumnos que quieren dedicarse a esto. Pero es cierto que cuando yo estudié no había casi nadie interesado en pintura, en la academia Gerrit Rietveld, en aquella época, todo era arte audiovisual. Cine.

Obra Odalisque in Grey, de Maaike Schoorel. A la derecha, detalle de su estudio en Ámsterdam. © Fernández Solla Fotografie
Y además, su estilo tan minimalista no se percibe bien en una pantalla…
Sí, es verdad que yo demando una atención pausada y que el espectador venga a verlo y esto puede ir en contra de la tendencia actual. Pero me ha sorprendido siempre la buena acogida que tiene, como si la gente estuviera deseosa de vivir una experiencia real, en vivo y en directo. Les invito a que formen parte de mis cuadros, a que participen. Hay personas que dicen que no ven nada, eso yo no lo puedo controlar, pero a otros les gusta mucho el reto.
Usted ha comentado a menudo que le atrae mucho los estudios científicos que tratan la forma en la que el cerebro percibe las imágenes, cómo las registra y cómo las asocia con nuestros recuerdos, ¿piensa en esto cuando está en pleno proceso creativo?
Estos estudios neurocientíficos me interesan muchísimo. Entre otros el trabajo de uno de los más conocidos, Ramachandran. Él explica, por ejemplo, que al margen de la relación que tengamos con nuestra madre, todos tenemos una reacción física al ver una imagen de ella, y nuestras manos sudan, por ejemplo. Y eso también ocurre con las formas y los colores que miramos. Nuestro cerebro realiza asociaciones que pasan a los neurotransmisores de nuestro cuerpo. En el caso de mis cuadros, las formas se van percibiendo poco a poco en un proceso similar. Y cada color tiene una velocidad diferente, tardan más o menos en ser percibidos por nuestra retina. El rojo viaja más rápido y el azul más despacio, por ejemplo. A mí me interesa romper la jerarquía de cómo solemos mirar a las cosas: si tengo una taza con uno logotipo rojo, en una foto mi atención se iría al logo rojo mientras que en mi cuadro lo que destaco es el reflejo de la luz sobre la loza, un detalle que en una imagen real acabaría dominado por el elemento rojo que tiene más fuerza. Hay un científico que quiere trabajar conmigo precisamente en esto y me parece sumamente interesante.
Usted, ¿iba para pintora?
¡No! No hay nada en mi vida o en mi infancia que pueda hacer entrever que acabaría dedicándome a esto. Mi curiosidad por la pintura empezó cuando me fui de viaje para estudiar italiano, antes de empezar mis estudios universitarios, y allí conocí a unas mujeres sudafricanas que llevaban el arte en las venas, era una expresión que les salía con toda naturalidad. Ellas me mostraron una parte de mí que no conocía, y me hicieron ver que era capaz de pintar. Desde entonces todo ha sido un largo proceso de aprendizaje. Pero lo que aprendí con ellas me hace estar convencida de que cualquiera puede ser artista, de que no hay nada que impida a una persona ser capaz de reproducir en un papel, en un lienzo, el modelo que tienen enfrente. Si no sale como uno quiere, esto también está influido por cómo creemos que nuestro dibujo debería ser, si debería parecerse mucho o poco a lo que estamos viendo. Y si no se parece, eso no es menor arte que el hiperrealista. Realmente creo que yo, u otro artista, podría enseñar a cualquier persona a serlo, eso sí, siempre que tenga curiosidad y ganas para aprender. Ese es el único requisito. Y voy más allá: no creo en la idea del genio artista, para nada, creo que es una invención de nuestra sociedad.
En su exposición con los grandes maestros holandeses, sus cuadros colgaban junto a otros de Vermeer o Rembrandt. ¿Cómo fue la experiencia?
Fue muy bonita porque la exposición en el museo Frans Hals se hizo muy bien. Pero me daba vértigo que mi trabajo se expusiera al lado del suyo. Después de años pintando y contando con el apoyo de mi gente, de repente temí que mi trabajo se desvaneciera al mostrarlo junto al de estas obras maestras. Pero no fue así, creo que el museo hizo una buena labor para que ambas propuestas se sostuvieran, con las diferencias evidentes de una obra pintada en el siglo XVII y la actual. Y es bonito ver cómo el proceso de búsqueda del color y de la luz es similar: cómo estas obras tienen muchas capas de color, nos son planas, un trabajo que es el mismo que puedo hacer yo. Tengo una auténtica obsesión por explorar texturas y colores diferentes, por trabajar la pintura al óleo en todas sus posibilidades, por ejemplo, para que el color negro no sea el que sale del tubo de pintura sino que resulte de mezclar rojos y verdes. De esta forma se obtiene un negro menos plano, en el que se entrevén los tonos de ambos colores.

Exposición en el museo Frans Hals de Haarlem, junto a obras de grandes maestros holandeses. A la derecha, Maaike con sus mezclas de colores, en un momento de la entrevista. © Fernández Solla Fotografie
Ha vivido y trabajado en Londres, Nueva York, Roma y Ámsterdam, ¿cómo ha influido el entorno en su obra?
Está claro que cada experiencia me influyó en cierta manera aunque no sabría decir si esta evolución está marcada sólo por el entorno o porque voy cumpliendo años y voy madurando como artista. En Londres fue donde encontré mi estilo. En Nueva York tuve la impresión de que la gente es más práctica, más atrevida, en una cultura del “hacer sin pensar demasiado”. Los pintores americanos con los que charlaba a menudo me decían que probara sin darle muchas vueltas, que no me complicara mucho. Y este nuevo impulso me liberó bastante porque venía de vivir 15 años en Londres donde había acabado estructurando mucho mi trabajo. En Nueva York rompí mis propias reglas, me dejé llevar y empecé a pintar con lápices, ceras y otros materiales nuevos para mí. Y Roma fue otra experiencia muy distinta. En esa época pintaba sobre viejas fotografías. Quizás porque en Roma los trazos de su historia son tan visibles, con frescos renacentistas junto a una construcción contemporánea…eso me animaba a decirme a mí misma, ¿por qué todo mi trabajo tiene que ser tan limpio? Puedo pintar encima de otra cosa.
¿Y en qué momento se encuentra ahora?
Sencillamente sigo explorando. Al contrario de lo que ocurre en esta sociedad en la que la juventud se valora tanto, creo que la vida del artista puede florecer cuando se hace mayor. Al pintor americano Philip Guston le conocemos por los cuadros que pintó cuando tenía cincuenta años y no por lo que hizo antes. Creo que todavía no he llegado al pico de mi carrera, y no sé si llegaré algún día. Pero da igual. Porque lo que importa es el proceso, el camino.

Maaike Schoorel en un momento de la entrevista. En el centro, The Interior (2014) y sala en la Fundación Memmo en Roma (2016)