El 2 de enero de aquél 1909 cayó en sábado. Eran las cinco y media de la mañana cuando cientos de patinadores se aventuraron sobre el hielo para recorrer doscientos kilómetros de travesía, deslizando sus cuchillas por los canales que conectan once ciudades de la región de Friesland. El joven sacerdote, fotógrafo y pintor de 25 años, Minne Hoekstra, fue el primero en llegar a la meta, en Leeuwarden, tras 13 horas y 50 minutos patinando sin descanso. Ganó así la primera edición de la competición Elfsteden, la legendaria carrera de patinaje sobre hielo natural más conocida de Holanda. A lo largo del siglo XX se han sucedido otras 14 ediciones, la última en 1997. Entre enero y febrero de cada año, mientras los termómetros bajan, todas las miradas están puestas en el norte del país, donde un grupo de voluntarios que forman parte de la organización ultiman los preparativos de un acontecimiento que sólo tendrá lugar si las condiciones cimáticas lo permiten: deben registrarse al menos diez grados bajo cero durante una semana para que el agua de los canales se hiele lo suficiente hasta obtener 15 centímetros de hielo.

La cita que ni las dos guerras mundiales lograron boicotear – la competición tuvo lugar en 1917, 1940, 1941 y 1942 – lleva más de 23 años sin celebrarse, el período más largo desde que arrancó esta tradición, debido al aumento global de las temperaturas. Al cambio climático se suma este año 2021 el coronavirus, cuya amenaza también ha acabado con las remotas esperanzas de poder acoger la décimosexta edición este invierno, en la que podría ser la primera, y según dicen los meteorólogos, también la última, Elfstedentocht del siglo XXI. Porque no hay holandés que no rememore con nostalgia el placer de patinar sobre los canales helados en invierno, en Gaceta Holandesa queremos rendir homenaje a este aspecto de la identidad de Holanda con un recorrido turístico por cinco de las once ciudades que componen la travesía de las Elfsteden, haciendo parada en los parajes naturales más espectaculares de la región mientras conocemos mejor la historia de este acontecimiento centenario.

Imágenes de la travesía y carrera Elfsteden de 1997, la última celebrada hasta la fecha. Fuente: Omroep Friesland (en frisio). 

Leeuwaarden, la salida y la meta

La capital de Friesland es además de un núcleo pesquero, una parada esencial para conocer la tradición y la cultura frisia. La ciudad alberga el Fries Museum, el museo regional con la colección más grande de Holanda. Localizado en un vanguardista edificio en la plaza principal, es el punto de partida idóneo para este recorrido por las elfsteden, ya que en su exposición permanente se encuentran numerosos objetos e imágenes que cuentan la historia de la carrera, cuyo pistoletazo de salida y meta han tenido lugar siempre en esta ciudad pesquera. Además, el Fries Museum nos descubre la vida y obra de grandes artistas y personajes de Holanda, oriundos de Leeuwarden, como el artista gráfico Maurits Cornelis Escher, el pintor Alma Tadema o la misteriosa espía Mata Hari. A pocos minutos a pie se encuentra el Museo de Cerámica, renovado en 2017. En esta mansión del siglo XVII en la que nació Escher, se muestra hoy una colección que incuye desde piezas de cerámica oriental hasta otras de artistas modernos como Karel Appel. Otra visita obligada es sin duda la torre inclinada de la ciudad, el campanario Oldehove. Edificado en 1529, comenzó a hundirse poco después, por lo que la iglesia de la que debía formar parte nunca llegó a construirse. Para rematar la jornada, nada mejor que tomarse un café – de elaboración propia – o alojarse en Post Plaza. Renovado en 2015, el que fuera la antigua oficina de correos de la ciudad es hoy un espacio único que combina la arquitectura de principios del siglo XX con la decoración interior más chic y contemporánea. Miembro de Luxuryhotels, sus 42 habitaciones están repartidas entre este monumental edificio y su adyacente, la sede del Banco Nacional Holandés durante más de cien años.

El Fries Museum en Leeuwarden. ©Ruben van Vliet Fotografie

La Elfstedentocht está compuesta de una carrera y de una travesía. En la primera sólo pueden participar patinadores miembros de clubes de patinaje de competición. Cada año, los organizadores tienen todo listo en enero, de tal forma que el evento pueda celebrarse 48 horas después de anunciar la idoneidad del hielo.

Hindeloopen, de telares y cuchillas

Esta ciudad, y no pueblo, de apenas mil habitantes, es uno de los lugares más pintorescos de Friesland. En su pequeño puerto pesquero, siglos atrás un enclave comercial importante del Zuiderzee, y sus callejuelas de fachadas de ladrillo, el tiempo pasa más despacio y el silencio se escucha en cada esquina. Hindeloopen es, según varios blogueros frisios, el destino perfecto para pasear, siendo la caminata que recorre el dique hasta la caseta azul de salvamento, la más recomendada. En el tema que nos ocupa, la pequeña ciudad frisia tiene mucho que contar. En ella se encuentra el museo del Patinaje (Schaatsmuseum) de Holanda, una iniciativa familiar que arrancó en 1983 y que hoy puede visitarse en una de las bonitas casas del centro. La historia completa de la Elfsteden puede conocerse a través de múltiples imágenes, vídeos y testimonios de participantes. Tal y como reza su web, cuenta además con la colección más grande de patines del mundo, entre ellos, el par más grande nunca visto, de seis metros de largo. El museo muestra también otro de los atractivos turísticos de Hindeloopen: su artesanía. Muebles de madera tallados, ropa y todo tipo de textiles se producen con un patrón de motivos florales específico de esta ciudad. Existen varios talleres abiertos al público donde se pueden adquirir estos objetos de artesanía y conocer el proceso de elaboración, que se remonta al siglo XVII y tiene sus orígenes en las culturas escandinavas. Y antes de abandonarla, merece la pena disfrutar de uno de los platos de pescado del emblemático restaurante Sudersee, mientras se pone la oreja para intentar adivinar alguna palabra de su dialecto, el hindelooper, al parecer, todavía más antiguo que el frisio.

En la edición de 1986 participó el rey Guillermo, entonces príncipe, bajo el seudónimo W.A. van Buren. Un año antes también hubo carrera, y fue la primera vez en la que se permitió la participación de mujeres.

Bolsward, el corazón de la Elfsteden

A cien kilómetros de Leeuwarden se encuentra Bolsward, exactamente en la mitad del trayecto de la travesía por las once ciudades. También aquí es donde arranca y termina, cada lunes de Pentecostés – en mayo -, la carrera ciclista que ha heredado el nombre de la de patinaje. De 235 kilómetros, en ella participan cada año cerca de 15.000 ciclistas. De Bolsward es conocido su monumental ayuntamiento, en la plaza principal, un edificio del siglo XVII construido en el llamado estilo manierista frisio. Convertido en museo de la ciudad, puede visitarse previa cita y sigue utilizándose para la celebración de bodas. Pero sin duda el monumento más atractivo de esta pequeña ciudad es el antiguo convento medieval Broerekerk. Construido en el siglo XIII, el convento se derrumbó dos siglos después pero las ruinas de la iglesia permanecen en pie, a pesar del incendio que sufrió su tejado en 1980. Hoy están cubiertas por un inmenso tejado de cristal, dotando al lugar de un carácter original y renovado. Tras un paseo por el centro, se puede conocer más sobre la historia de la región visitando la única curtiduría de piel de oveja que queda en los Países Bajos, fundada en 1861. Y es que la raza frisia de oveja es todo un emblema del norte de Holanda, siendo Friesland la región del país donde se registran el mayor número, una cantidad que va en aumento. Se crían para la producción de leche y queso, aunque su lana está muy valorada y ya son varias las iniciativas sostenibles que promueven la elaboración de ropa de lana cien por cien frisia. Para terminar la ruta por Boswald, nada mejor que hacerlo en la cervecería artesanal US Heit que elabora la que dice ser la cerveza frisia por excelencia, sólo con ingredientes naturales de la región.

Entre la primera y la última edición de la Elfsteden, el tiempo en el que los ganadores de la carrera recorrieron los 200 kilómetros se ha reducido a la mitad: en 1909 Hoekstra lo logró en 13 horas y 50 minutos; Angement, en 1997, cruzó la meta tras 6 horas y 49 minutos.

Franeker y Dokkum, de compras y astronomía

Ambas son ciudades muy pequeñas, con un centro tranquilo por el cual aparentemente nunca pasa nada. Si no fuera porque una de ellas esconde un museo patrimonio de la Humanidad de la Unesco y otra es conocida por su comercio chic y sostenible, de emprendedores locales que siguen las tendencias más hip de Ámsterdam. En una de las fachadas antiguas de Franeker se puede leer la palabra «Planetarium«. Dentro, hace más de tres siglos, un astrónomo aficionado, Eise Eisinga, creó en el techo de su salón un planetario, un modelo con el sol y seis de los ocho planetas del sistema solar que todavía hoy siguen girando, convirtiéndose en el planetario en funcionamiento más antiguo del mundo. Eisinga lo ideó para combatir el bulo que corría entre la población de que el alineamiento de los planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y la Luna, del 8 de mayo de 1774 provocaría que la Tierra se viese expulsada de su órbita y quemada por el Sol. Tardó siete años en demostrar la falsedad y su prueba es hoy una joya que asombra a adultos y niños, en perfecto estado de conservación. Y si esto no es un motivo extraordinario para visitar Franeker, quizás al más aventurero le convenza la propuesta de partir rumbo al Círculo Polar ártico. La compañía de veleros Tall Ship Company, de Franeker, organiza cada año expediciones en barco desde el puerto noruego de Tromso para avistar ballenas y orcas y si hay suerte, completar el viaje con la experiencia de ver una aurora boreal en alta mar, a bordo de un velero con más de cincuenta años de antigüedad.

El planetario de Eisinga, en Franeker. © Theo de Witte

Para un patinador de la competición Elfsteden, llegar a Dokkum significa estar muy cerca de la meta ya que este bonito pueblo representa la última etapa de la dura prueba. Con un casco histórico cuidadosamente conservado, de coquetos monumentos a escala reducida, el pueblo podría servir como maqueta para mostrar la quintaesencia de la vida tradicional holandesa. Además de su ayuntamiento, su parque de perfectas proporciones geométricas y la iglesia erigida en homenaje al obispo de nombre Bonifacio, asesinado aquí en el siglo VIII, Dokkum cuenta con más cafés y tiendas originales de las que se puede esperar para su tamaño y popularidad. Una parada para comer en el café Artisante o tomar algo en el Cafebar Knus puede ser la ocasión perfecta para probar la bebida típica de aquí, la Beerenburg, que con un 30% de alcohol, recuerda a la jenever, el conocido destilado holandés a base de enebro, pero de sabor más suave y especiado. Todos los delicatessen típicos de Friesland se pueden comprar en Zuivelhoeve Dokkum, calificada en 2014 como la mejor tienda de quesos y lácteos de Holanda. Después de hacerse con una buena selección, se puede culminar esta excursión con un buen paseo por el parque nacional Lauwersmeer, en el extremo más septentrional del país y muy cerca de Dokkum. Esta reserva natural a orillas del mar de Wadden acaba de cumplir 50 años, medio siglo tras el cual se ha convertido en uno de los mejores lugares del país para observar todo tipo de aves y estrellas, ya que se trata de uno de los dos únicos enclaves del país con la certificación Dark Sky, lo que garantiza que goza de escasa polución lumínica, condición indispensable para la observar el cielo estrellado, un auténtico lujo en Holanda.

A los ganadores de la competición, la asociación nacional Elfstedentocht les concede la cruz de las Elfsteden, que se fabrica de la misma manera desde 1909. Los once primeros hombres y mujeres en atravesar la meta reciben también una medalla. Para los que no participan en la competición pero sí en la travesía, deben sellar su tarjeta en 11 postes instalados a lo largo de estos 200 kilómetros con el fin de validar su participación.

Lugares especiales para alojarse

Recorrer la región de Friesland puede ser la escapada perfecta para huir unos días del bullicio del Randstad. Estos tres alojamientos con carácter añaden una experiencia más inusual y enriquecedora.

Ljeppershiem Vakantiepark – Dormir en medio de la naturaleza

Estas tres cabañas de madera para una, dos y tres personas, aseguran un buen descanso en un entorno calificado por Lonely Planet como el tercer paraje mejor conservado de Europa.

Dormir como un frisio – Esta pequeña casa vacacional para cuatro personas de arquitectura típica de la zona se encuentra en el bonito pueblo de Hindeloopen.

Un barril de vino como habitación – Sin duda se trata de uno de los alojamientos más originales de Holanda. El hotel Vrouwen van Stavoren cuenta con varias habitaciones dobles instaladas en enormes barriles de vino y está situado en Stavoren, otra de las ciudades de las Elfsteden.