Pionera en el estudio de la astroquímica, la científica holandesa Ewine van Dishoeck es una personalidad en el ámbito de la astronomía a nivel mundial. Presidenta de la Unión Astronómica Internacional (UAI), principal órgano internacional encargado, entre otras funciones, de bautizar todos los cuerpos celestes, ha sido premiada con un Spinoza, el galardón holandés de mayor reconocimiento, así como el Kavli Prize en astrofísica, entre otros muchos. Ha dedicado su vida a investigar las llamadas nubes moleculares, el espacio casi oscuro que queda entre las estrellas y los planetas, fascinantes porque en ellas se gestan las nuevas generaciones de estos astros. En su despacho de la Universidad de Leiden, forrado con imágenes del universo, nos colamos una mañana soleada de primavera para hablar con ella de agujeros negros, del futuro prometedor de la astronomía y del significado de ese punto azul pálido.

Es la astronomía la madre de todas las ciencias?

En cierto modo sí (ríe), podemos decir que es el alma. En el centenario de la UAI el pasado mes de abril en Bruselas, alguien dijo de ella que es la “expresión de la humanidad” porque es la ciencia más antigua y porque prospera cuando la humanidad prospera, va de la mano.

Usted ha afirmado que puede que seamos la primera generación que logre responder a la pregunta de ¿estamos solos en el universo?

Sí, así es, porque finalmente tenemos la tecnología que lo permitirá averiguar. En las décadas pasadas la astronomía se ha centrado en descubrir los primeros exoplanetas (planetas fuera de nuestro sistema solar) y ahora sabemos que, de media, cada estrella tiene un planeta que le orbita. Tanto los telescopios desde la Tierra como el telescopio espacial Kepler lanzado por la NASA, han sido muy útiles para descubrir exoplanetas pero la tecnología disponible ha permitido detectar sobre todo los más grandes y aquellos que orbitan demasiado cerca de su estrella. Son planetas gigantes, como Júpiter, que no son tan atractivos cuando se trata de analizar señales de vida porque, además, hace demasiado calor en ellos. Pero ahora, con las nuevas misiones que va a lanzar la ESA, como Plato o Ariel, se podrán detectar planetas medianos y que orbitan más alejados de su estrella, es decir, planetas templados parecidos a la Tierra y que podrían contener moléculas de agua en estado líquido. Y aquí, en la Tierra, ya está construido en Chile el Extremely Large Telescope (ELT), un telescopio de 40 metros de diamétro con el que Europa ha puesto el listón muy alto. A partir de 2025 podremos, gracias a él, mirar a estos exoplanetas y descubrir mucho más sobre el universo. A este se suma el telescopio James Webb, de 6 metros, más pequeño pero que, al lanzarse al espacio (previsto para 2021), no tendrá la atmósfera terrestre como barrera.

Todavía falta un tiempo, algunas personas son muy optimistas y aseguran que en cinco o diez años ya podremos detectar otros lugares habitables en el universo. Yo opino que no vale con descubrir que ha habido agua, tiene que darse una combinación de varios elementos químicos en una misma atmósfera, como la presencia de oxígeno y metano. Pero en todo caso la tecnología para responder a la gran pregunta ya está lista.

¿Vive la astronomía una época dorada?

Sí, podríamos decir que sí. Desde hace unas décadas se ha avanzado muchísimo. Si miramos a estos últimos cien años podemos ver que en los años veinte empezaron a aparecer los primeros telescopios de un par de metros de diámetro; después llegaron la Primera y la Segunda Guerra Mundial y posteriormente, en los setenta y ochenta, la exploración espacial y la tecnología heredada de la guerra hicieron que la astronomía prosperara mucho. Desde entonces hemos estado reuniendo datos y descubriendo constantemente. Hemos tenido un desarrollo estable de todas las tecnologías implicadas en astronomía, desde posicionamiento a rayos X y óptica. Pero ahora todas ellas se están combinando y llega una nueva ola en cuanto a desarrollo tecnológico se refiere.

Ewine va Dishoeck, señalando una imagen por ordenador del telescopio espacial James Webb. Foto: Nacho Calonge

En este sentido, la revolución del Big Data nació en la astronomía, ¿no es así?

Sí, la astronomía fue una de las ciencias que tuvo que innovar para poder trabajar con grandes flujos de información. Los astrónomos han tenido que buscar soluciones para recoger todos esos datos y poder manejarlos y compartirlos bien. Ahora está en todas partes, hasta en nuestros móviles, pero el big data empezó en la astronomía. El peligro de este “tsunami de datos” es que los árboles no nos dejen ver el bosque: los datos nos permitirán desarrollar avances magníficos, pero esto no debe quitarnos tiempo para sentarnos a pensar. No debería sustituir a la reflexión y al pensamiento.

En astronomía, ¿se comparte el conocimiento entre países?

El estudio de la astronomía siempre ha sido muy abierto, muchos de los archivos de los grandes observatorios son de acceso libre. La NASA fue la que empezó con esta política de compartir los datos que llegan de sus satélites, un año después de recogerlos. Los científicos que trabajan en un determinado telescopio disponen de ese primer año para hacer uso exclusivo de la información y después ésta se pone a disposición de todo el que quiera consultarla. Esto es fundamental para favorecer la investigación no sólo en los países directamente implicados sino también en países menos desarrollados cuyos astrónomos sólo necesitan un ordenador para obtener la información y empezar a investigar. El satélite Gaia es un ejemplo estupendo de esto: la Agencia Espacial Europea (ESA) hizo públicos los datos que recogía de forma inmediata y para todo el mundo.

¿También se comparte la información cuando se trata de los Objetos Próximos a la Tierra, los que podrían impactar en nuestro planeta?

Actualmente se está trabajando muy activamente en la monitorización de estos NEO’s (Near Earth Objects), algo que me parece absolutamente fundamental. Las probabilidades de un impacto son mínimas pero sabemos que puede pasar, como ocurrió hace 65 millones de años. Se calculan las órbitas de estos asteroides y se estudian sus trayectorias pero hay muchos de ellos y seguirlos de cerca es un gran reto. En todo caso, en nuestro ámbito de trabajo, la astronomía, todo es muy transparente y las cuestiones políticas no interfieren. Si esto cambiara, yo sería una de las que tendría que hacer algo al respecto.

¿Es la reciente imagen del agujero negro un buen ejemplo de esta colaboración conjunta entre países?

Sí, absolutamente. Porque la obtención de los resultados sobre el agujero negro ha sido posible gracias a ALMA (Atacama Large Millimeter Array), el mayor proyecto astronómico del mundo, con 66 radiotelescopios en el desierto de Atacama (Chile). Es sin duda un éxito el haber podido unir fuerzas y que trabajen juntos científicos y astrónomos de Europa, Norteamérica y Asia.

Imaginar estrellas y planetas puede tener tanto de ficción como de ciencia, según se mire. ¿Les preocupa a ustedes la desinformación en torno a los fundamentos básicos de la astronomía?

Claro que nos gustaría que todo lo que se publique y se postee se fundamente en el contenido contrastado y real, y en este sentido la UAI cuenta con varias personas trabajando en las redes sociales. Pero también queremos saber lo que la gente entiende por astronomía, y por eso, en el centenario de la organización, el pasado mes de abril en Bruselas, quisimos invitar a personalidades de fuera para que nos dieran su visión. Y fue muy interesante escucharles. Todos coincidieron en que la astronomía es una ciencia que inspira, que resulta sumamente atractiva para la gente joven. A todo el mundo le fascina un agujero negro, saber si hay vida en otros planetas, y esta curiosidad podemos usarla los astrónomos para implicar a los jóvenes en el estudio de las ciencias. No tiene por qué ser astronomía, también puede ser química, física, biología…

Usted preside la mayor organización mundial dedicada a la astronomía, y uno de sus objetivos es educar y sensibilizar sobre esta ciencia. En algunos lugares del mundo, ¿qué papel juega la religión al enseñar sobre el universo en las escuelas?

Es cierto que en algunos lugares la religión está tan presente que, cuando uno mira al cielo e indaga sobre los orígenes de la Tierra, el relato de la creación interfiere en lo que nosotros transmitimos. Y esto nos lo encontramos en todas partes, incluso en Estados Unidos. Mientras los estudiantes tengan una mentalidad abierta y sepan discernir y aprender los datos contrastados, entonces hay esperanza. El problema es que las redes sociales y los círculos sociales cerrados no suelen favorecer este aprendizaje: a menudo vemos que una misma historia empieza a transmitirse de unos a otros, repitiéndose sin parar y acaba haciéndose tan grande que ya no hay manera de destruirla.

Ewine van Dishoeck, en un momento de la entrevista, en su despacho de la Universidad de Leiden. Foto: Nacho Calonge

¿Es esta una amenaza de nuestro tiempo?

Sí, lo es. Y todo el mundo es consciente de ello. En el mundo académico tenemos muy presente que hay que llegar a la opinión pública. Yo doy muchas charlas en todas partes para transmitir nuestro conocimiento fuera, y estoy aquí sentada contigo haciendo esta entrevista. Divulgar requiere mucho esfuerzo y no está vinculado al trabajo de investigación pero hay que hacerlo, no cabe duda.

Quizás su tesón haya tenido algo que ver en el auge de la astronomía como afición porque ¿no le parece que ha crecido mucho en los últimos años?

Es increíble, la astronomía amateur es un boom. Actualmente existen astrofotógrafos fabulosos como Babak Tafreshi, que captan las imágenes más bonitas que puedes imaginar del cielo nocturno. La astronomía amateur siempre ha existido pero desde hace una década el avance de la tecnología ha permitido que puedan hacer una contribución real al estudio de la astronomía. Porque ahora se pueden comprar telescopios domésticos con una calidad estupenda y cámaras de fotos magníficas para la astrofotografía. Hay muchos más astrónomos aficionados que de profesión, la diferencia es abrumadora. Si la UAI tiene 13.500 miembros en todo el mundo (todos ellos profesionales), sólo en Italia existen 56.000 astrónomos aficionados.

Pero paradójicamente, mientras el número de astrónomos no para de aumentar también lo hace la contaminación lumínica, en el mundo entero…

Este es uno de los problemas en el que hacemos más hincapié desde la Unión. Proteger los cielos oscuros es esencial para la astronomía y lo digo desde Holanda, uno de los peores lugares del mundo en contaminación lumínica por culpa de los invernaderos iluminados, que son los causantes de gran parte de esta luz. Nosotros proponemos cambios tan sencillos como cubrir la parte superior de las farolas urbanas para que luz irradie hacia abajo. Y por ejemplo las luces LED son muy malas, por varios motivos. Antiguamente las farolas tenían lámparas de sodio, un químico que irradia la luz en una franja naranja muy estrecha. Pero estas LED son luces blancas y en ellas hay mucho azul, que no es nada bueno ni para las personas ni para la contaminación lumínica. Ya hay una alternativa llamada Amber LED que irradia una luz naranja mucho menos perjudicial.

La vía láctea desde el altiplano chileno. Foto: Babak Tafreshi.

¿Queda mucho por saber sobre nuestro sistema solar?

¡Sí! Por ejemplo, todavía no sabemos como se formó Júpiter y no lo entendemos muy bien. Urano y Neptuno son dos de los planetas de nuestro sistema solar que se asemejan más a los exoplanetas que estamos descubriendo. Los llamamos “supertierra” porque tienen varias veces la masa de la Tierra. Pero de estos dos sólo tenemos la información que envió la Voyager, nada más. Hay mucho que nos queda por aprender de nuestro sistema solar.

La inversión para este tipo de investigación, ¿es suficiente?

Digamos que los políticos, más que antes, se están centrando en proyectos a corto plazo, también a la hora de financiar proyectos científicos. La Historia nos enseña que la ciencia fundamental, tanto en astronomía como en otras ciencias, lleva a resultados a largo plazo que son muy valiosos. Pero la política actual está obsesionada con esta visión cortoplacista de la investigación, de uno o dos años, que en nuestro campo no es nada. Incluso la industria no quiere esto: todos los científicos queremos investigar para lograr grandes avances en la próxima década. La astronomía se sitúa al inicio de esta cadena de innovación. Nosotros somos los que les pedimos a los ingenieros lo imposible: “queremos ver este punto enano en esta luna de Júpiter”, algo parecido a poder leer una matrícula de Los Ángeles desde Holanda. Puede que nuestros proyectos a corto plazo no sean rentables pero estamos seguros de que a futuro les revertirá porque el aprendizaje que sacan de ello es inmenso.

A diario uno no suele pararse a pensar en la muerte del Sol o en cómo se formó la Luna. En su caso, ¿qué le aporta a su vida diaria la astronomía?

En mi investigación hemos descubierto que alrededor de cada estrella y de cada sistema planetario que se forma hay suficientes moléculas de agua y de material orgánico como para dar lugar a un sistema solar como el nuestro, una Tierra como la nuestra, incluso varios miles de océanos de agua. Los ingredientes para crear un sistema planetario están ahí, por lo que la eterna pregunta de si estamos solos se contesta sola. Ese punto azul pálido que nos regaló la Voyager nos lleva a pensar que, lo más probable, es que haya muchos otros planetas como el nuestro ahí fuera.