Una de cada tres viviendas en Holanda es una vivienda social. Así como se lee, en este país que cuenta con unas 7 millones de viviendas, una de cada tres familias paga un alquiler menor al valor de mercado. Holanda es uno de los países con mayor cantidad de viviendas protegidas en el mundo. La mayor cantidad de ellas se concentran en las grandes ciudades: así en Ámsterdam, Róterdam y La Haya esa relación es de uno de cada dos, es decir, la mitad de sus viviendas son protegidas.

Más de un siglo de historia

Desde mediados del siglo XIX, Holanda se vio velozmente transformada por la incipiente industrialización, que fue acompañada de la realización de grandes obras de infraestructura. De esta época es el Canal del Mar del Norte (1824) y la polderización de grandes superficies, como el Harlemmermeer (1852), que se recuperaban para la agricultura, uno de los sectores económicos más fuertes de los Países Bajos. La mecanización de la agricultura y la aparición de una industria fabril diversa generaría un gran movimiento migratorio del campo a la ciudad, creciendo la población urbana como nunca antes.

Este crecimiento vertiginoso provocó un empeoramiento de las condiciones de vida de ciudades como Ámsterdam, que en poco tiempo se volvieron intolerables e insalubres. La ciudad aumentaba de población pero no de superficie, ya que todavía se encontraba al pie de las murallas. Cuando a finales del siglo XIX finalmente cayeron los muros y la ciudad comenzó a expandirse, lo hizo gracias a inversores y especuladores que, sin ningún tipo de prurito, aprovechaban la necesidad de vivienda para hacer negocio con los precarizados trabajadores. Así surgía el primer anillo alrededor de las viejas ciudades, pero las condiciones de vida seguían siendo muy precarias. Las casas solían ser de una habitación, en la que vivía una familia entera, y muchas no contaban con cuartos de baño. Las camas, llamadas “alcobas” eran armarios empotrados en la pared y sin ventanas.

La creación del sistema de vivienda social

Ante una situación que empeoraba y tomando como ejemplo algunas experiencias que ya se estaban poniendo en práctica en el extranjero, el Gobierno de entonces promulgó la Ley de la Vivienda en 1901 (Woningwet). Esta ley es la base sobre la que se construyó todo el sistema de la vivienda social en Holanda y que, con modificaciones, todavía rige hoy en día. Por aquel entonces, la normativa planteaba de manera concreta cuál sería la intervención del Estado en el mercado de la vivienda, de una manera liberal y revolucionaria para la época. Sus tres puntos fundamentales eran: en primer lugar, que el Estado no construiría sino que financiaría a las Asociaciones y cooperativas de viviendas para que ellas edificaran; en segundo lugar, que las ciudades de más de 10.000 habitantes debían planificar sus ampliaciones urbanas y revisarlas cada diez años; y por último, que los ayuntamientos debían definir una regulación mínima de obligado cumplimiento para todas las nuevas construcciones.

Así fue cómo el Estado intervino directamente en la planificación urbana, dándole un enorme impulso tras la Segunda Guerra Mundial y especialmente durante los años sesenta y setenta, décadas en las que se contruiría la mayor parte de las viviendas sociales que hoy existen en el país. Pero, ¿por qué tantas? La respuesta reside en la intención clara de Holanda de construir un enorme Estado del Bienestar. En él, la vivienda era considerada un derecho y no un producto de especulación. El Estado se hacía cargo de todos sus habitantes y de sus necesidades básicas de la cuna a la tumba, como solía decirse. Salud, educación, recreación y vivienda estaban asegurados por un Estado omnipresente y regulador de toda la sociedad. Los arquitectos y urbanistas imbuidos en esta cultura paternalista decidían cómo y dónde debía vivir cada sector social, también definidos por otros profesionales como sociólogos y antropólogos. De esta manera se construyeron no solo millones de viviendas, sino barrios enteros y hasta ciudades donde los distintos grupos sociales (solteros, familias jóvenes, familias numerosas, ancianos, etc.) eran ubicados estratégicamente, junto a escuelas, hospitales, servicios, zonas de trabajo y de recreación para dar forma a una sociedad perfectamente programada.

Y los tiempos cambiaron

Qué locura, estarás pensando ¿no? La ciudad tan programada al milímetro. Pero los tiempos empezaron a cambiar y el mundo no siguió el rumbo que estos visionarios esperaban. Es más, muy pronto las nuevas generaciones vieron en toda esa maquinaria una especie de encarcelamiento social, un sentimiento unido a la nueva época en la que la individualidad y la diversidad cultural comenzarían a exigir su lugar y sus derechos. Así fue como Holanda cambió, y las nuevas exigencias sociales y las tendencias políticas fueron transformando poco a poco el país. Las familias que habían podido beneficiarse de ese florecimiento económico de la posguerra, habían logrado ahorrar y ahora querían decidir dónde vivir, por lo que la construcción de viviendas de compra privada resurgió en la década de los setenta. De allí en adelante la vivienda social comenzaría lentamente a perder su preminencia y los holandeses irían decantándose por la adquisición de casas mediante hipotecas. En los años ochenta y noventa, todo lo que fuera intervención del Estado comenzaría a ser mal visto, y el sector de la vivienda social se convirtió en objeto de crítica de muchos partidos políticos, como si de un ataque frontal se tratara. Al mismo tiempo, la especulación con el negocio de la vivienda siguió creciendo y hoy en día, hasta las mismas asociaciones de viviendas sociales se han visto implicadas en fraudes y en graves problemas económicos.

Portada de una de las web de viviendas sociales.

La vivienda social hoy

Quienes vivimos en Holanda estamos acostumbramos a ver nombres como De Alliantie, Ymere, Vestia, Eigen Haard, Rochdale y tantas otros, todos ellos de empresas propietarias de la gran mayoría de las viviendas sociales del país. Los Países Bajos sufre actualmente una fuerte crisis en torno a la vivienda, por varios motivos que no trataremos ahora. En esta situación, la vivienda social lleva años arrastrando problemas como las largas listas de espera, que en algunos sitios llegan a ser de hasta diez años. Pero más allá de estas circunstancias y de las idas y venidas ideológicas que hayan podido afectarle, lo que resulta innegable es que la vivienda social es un factor esencial en la configuración de la ciudad actual, donde vemos cómo se va ampliando la brecha entre los que más tienen y los que menos. En un tiempo en el cual las ciudades ya no cuidan a sus habitantes como antes, sino que incluso les mandan fuera, la vivienda social asegura un techo a sectores vulnerables y tan disímiles como los estudiantes o los ancianos, así como a las familias con salarios mínimos a las cuales la vida se les haría aún más costosa y difícil si tuviesen que desplazarse a barrios alejados o a otras ciudades, como está sucediendo en muchos otros lugares de Europa. Este ratio de “uno de cada tres” se mantiene y sigue siendo la base de gran parte de las negociaciones sobre construcción en cualquier rincón de los Países Bajos. Pero aunque es algo que parece garantizado, queda claro que nada permanece fijo, por eso, los derechos ganados por una generación deberían ser redefinidos y defendidos por la siguiente, para que todos puedan seguir disfrutando de ellos.