Iglesias donde poder bailar, beber o dormir. Celdas de cárcel en las que montar un negocio o fábricas contaminadas convertidas en pulmón natural. Holanda es la meca de la reinvención de espacios y abandera un movimiento edificado sobre conceptos como la creatividad, la practicidad y la falta de prejuicios. Pero, ¿existen líneas rojas a la hora de reinventar los espacios históricos? Abrimos un debate entre algunos de los actores implicados y descubrimos los mejores ejemplos de este fenómeno tan holandés.

​De las 6.000 iglesias abiertas al culto actualmente en Holanda, la mitad perderán su uso en los próximos diez años. Así lo indican los datos de la Dirección Nacional del Patrimonio Cultural holandés: “Es sólo una aproximación, pero nos basamos en que los holandeses van cada vez menos a la iglesia y en que es muy caro mantener estos edificios, así que, previsiblemente, muchas iglesias se pondrán a la venta en los próximos años y esperamos que un gran número de ellas sean capaces de encontrar otros usos”, explica Mirjam Bloot, líder de proyectos de la  Agenda para el Futuro de Patrimonio Religioso, dependiente de la Dirección Nacional.

Este proceso no es nuevo: entre 1975 y 2008, más de mil iglesias encontraron una nueva función y sólo 300 tuvieron que ser derruidas, según datos de la asociación europea Future for Religious Heritage. Pese a esta alta tasa de éxito, llevar a cabo el proceso de transformación no es fácil: “Hacen falta muchos permisos; te enfrentas al reto de decidir qué vas a hacer en el edificio; tienes que conseguir que se hagan cambios en el plan urbanístico local, gestionar a los propietarios, a las comunidades…hay muchas preguntas que deben ser respondidas”, explica Lilian Grootswagers, consultora de la empresa Erfgoed especializada en la reutilización de patrimonio. Y es que la recuperación de espacios que han perdido su uso original no sólo afecta a los edificios de culto: la desindustrialización, la crisis y otros cambios recientes han ido dejando tras de sí numerosos espacios inertes.

La Westergasfabriek, antes y ahora. Fotos: Westergasfabriek.nl

La Westergasfabriek, antes y ahora. Fotos: Westergasfabriek.nl

Espacios abandonados con final feliz
En muchos casos, el proceso se inicia con un uso temporal y a pequeña escala. “Un sólo edificio puede ser la inyección de vida capaz de revitalizar toda el área que lo rodea”, asegura Grootswagers. Un buen ejemplo de ese proceso es la Westergasfabriek de Ámsterdam, actual polo social y cultural de la capital holandesa y pulmón verde del área oeste de la ciudad, que entre 1885 y 1967 albergó una fábrica de gas para, a partir de entonces, convertirse en un terreno contaminado y en desuso. Para Grootswagers, “todo empezó con la reutilización de un sólo edificio y con eso se consiguió convencer a las autoridades de que no debían destruirlo sino usar la zona entera para algo nuevo y distinto”. Entre 1993 y 2001, el Westergasfabriek tuvo centenares de usos temporales que lograron atraer la atención de los vecinos y colocar al complejo en el mapa todavía antes de determinar cuál sería su uso definitivo.

Algo similar ocurrió con el Strip S, un gigante espacio industrial perteneciente a Philips y ubicado en el corazón de Eindhoven que quedó abandonado cuando, en 1997, la empresa decidió trasladarse a Ámsterdam. “Los primeros que fueron a vivir allí fueron jóvenes ocupas, y entonces, el ayuntamiento y las instituciones de vivienda social de Eindhoven se empezaron a dar cuenta de que, si a la gente joven le gustaba tanto aquella zona, quizás debían hacer algo”, comenta Grootswagers. Actualmente, la zona es un espacio creativo y de convivencia donde jóvenes artistas, emprendedores y estudiantes han encontrado un espacio para vivir y trabajar. Con un objetivo de revitalización similar, Hardebollenstraat, el antiguo distrito rojo del centro de Utrecht, acaba de iniciar una nueva etapa en su historia en la que la prostitución ha dado paso a pequeños negocios creativos que han trasformado las antiguas ventanas en escaparates de artesanía y diseño.

Hardeboolenstraat, el barrio rojo de Utrecht, en 1974 y en la actualidad. Fotos: HetUtrechtsArchief.nl / Belen C.Díaz

Hardeboolenstraat, el barrio rojo de Utrecht, en 1974 y en la actualidad.
Fotos: HetUtrechtsArchief.nl / Belen C.Díaz

Edificios que no son lo que parecen
En otras ocasiones, el detonante de la transformación es la visión de un inversor que decide invertir en el edificio por potencial productividad. Todo empieza con la salida al mercado de un edificio histórico, como una capilla en la localidad de Castricum, a la venta a través del portal inmobiliario Funda. Durante años, iglesias de todo el país han sido adquiridas por compradores para ser reconvertidas en apartamentos, como los de Sint Martinuskerk en Utrecht; librerías, como la Dominicaen en Maastricht; bares, como el Café Olivier en Utrecht, o incluso discotecas como la famosa sala Paradiso de Ámsterdam. También se han creado hoteles de lujo en lugares tan insospechados como grúas de astilleros abandonadas (Hotel Farada en Ámsterdam) o antiguas torres de aguas (Villa Augustus en Dordrecht). Tal y como concluye Lilian Grootswagers, “todo empieza siempre con alguien que tiene una visión, un soñador. Porque sino… ¿a quién se le ocurre comprar un edificio totalmente abandonado?”.

Las causas del éxito del caso holandés
¿Por qué este modelo de transformación funciona mejor en Holanda que en el resto de países de la Unión Europea? Para Mirjam Bloot, se trata de una combinación de motivos: “Por una parte, hay cada vez menos gente que piensa desde la perspectiva religiosa, que es en parte la causa de que haya tantas iglesias en desuso, y por otro lado, nuestra cultura es tradicionalmente muy práctica. Además, vivimos en un país muy pequeño”. Grootswagers comparte estas tesis cuando asegura que “la gente holandesa tiene una mente abierta, es creativa y además, carece de espacio. En Holanda viven 18 millones de personas en una superficie muy pequeña y, por supuesto, en zonas como el Randstad, cada metro cuadrado cuenta”. Además, añade: “yo creo que a la gente le gusta más ir a un espacio reutilizado porque es una experiencia extraordinaria. En el proceso de recuperación de los edificios, se suele intentar que se  reconozca qué ocurrió allí antes, cuál era el uso original del edificio. Eso los convierte en espacios muy diferentes, mucho más especiales que si se  construye un restaurante o un apartamento nuevo”.

Cuando la renovación genera conflicto
Pero el proceso de transformación no es siempre un camino de rosas. “El patrimonio religioso es algo muy emocional para la gente. Las iglesias son puntos de referencia en una ciudad, un espacio lleno de memorias, incluso para las personas no practicantes. Por eso es habitual que la gente se preocupe cuando se entera de que algo va a pasar en su iglesia”, comenta Mirjam Bloot. Un ejemplo reciente del conflicto entre la comunidad y el nuevo propietario es el que ocurrió en Weesp, en la provincia de Noord-Holland, donde los vecinos, al descubrir que en la iglesia de Laurentiuskerk se iba a demoler una parte de la nave central para convertirla en apartamentos, iniciaron una campaña de presión social que, finalmente, logró transformar el proyecto. Hay casos en los cuales las diferencias entre ambos llegan a ser tan extremas que acaban en los tribunales. “No es lo más habitual, pero sí, a veces, pasa”, afirma Bloot.

Otra de las causas que puede generar malestar en el proceso de transformación del patrimonio es la gestión del propio sentimiento religioso. Para Niels Groot, arqueólogo y católico practicante, “los protestantes y los católicos tienen opiniones diferentes sobre lo que el edificio representa o es. Hay un sentimiento diferente hacia el edificio. Los protestantes son más relajados en su vinculación a los templos. Para ellos, es sólo un edificio. En cambio, para los católicos, hay algo que continúa siendo sagrado en las iglesias, porque éstas se bendicen al construirse, se convierten en espacios sacros y su transformación no es algo tan sencillo de gestionar”. En su opinión, “está  bien darle una nueva vida a los edificios, siempre dependiendo de cuál sea ese uso final. Yo creo que lo primero que habría que hacer es ver si otra comunidad cristiana lo puede mantener como edificio religioso -protestantes, ortodoxos…- para continuar manteniendo un culto a Dios”. En caso negativo, Groot considera que deberían primar los usos con sentido social como “un centro de salud o un equipamiento cultural”, ya que de esa manera, se respeta el uso primigenio de la iglesia. “Cuando eso no es posible, hay una línea de opinión con la que, por un lado estoy de acuerdo y por el otro no, y que sostiene que, si no se le puede dar un uso comunitario, es mejor destruir el edificio”.

Ante una cuestión tan polémica, parece lógico plantear si sería necesario crear una legislación que marcara unas líneas generales sobre lo que se puede o no hacer en un antiguo edificio de culto. Todas las partes coinciden en que no. “Lo interesante es tener esa discusión y tratar de encontrar un sentido común sobre lo que se debe o no hacer. Pero no buscamos un acuerdo escrito, ni una ley, porque no se debe hacer eso. Es mejor crear un estado de opinión, un debate social sobre el tema para tratar de hallar espacios de encuentro”, asegura Mirjaam Bloot. Por su parte, Niels Groot considera que “una vez la Iglesia decide vender el edificio, ya no puede opinar sobre él. No creo que el Estado deba determinar en qué tipo de edificio se debe convertir porque entonces pasa a formar parte del libre mercado, y el gobierno no debe opinar al respecto”.

En palabras de Lilian Grootswagers, “un edificio solo és útil si tiene un objetivo, así que si la sociedad cambia, y los edificios quedan vacíos y abandonados y lo único que hacemos con ellos es restaurarlos, se perderán. No puedes invertir dinero en edificios que están cerrados todo el tiempo, porque es dinero público. Los edificios sólo pueden sobrevivir y ser traspasados a las nuevas generaciones si se usan. Un edificio vacío no es nada. No tiene alma”.

La cárcel más antigua de Holanda recobra vida

Wolvenplein, la cárcel más antigua de Holanda, rebautizada temporalmente como De Vrije Wolf, busca comprador. Ubicada en el corazón de Utrecht, la prisión fue construida en 1856, catalogada como monumento nacional en el año 2000 y cerrada en 2014 por falta de presos. Desde entonces, a sus instalaciones se les han dado numerosos usos temporales: se han organizado exposiciones de arte, scape-rooms, eventos para empresas e incluso bodas. De sus celdas, donde ahora trabajan artesanos y emprendedores, se escapan sonidos de herramientas y teclados que, a menudo, se mezclan con las conversaciones de los visitantes que pasean por la instalación. Robean Visshers, diseñador de joyas artesanas, es uno de los nuevos inquilinos: “la gente llega aquí esperando encontrarse un sitio que dé mal rollo y, cuando descubren la cárcel, se sorprenden”. Asegura que su espacio de trabajo “no sólo no me hace sentir incómodo, sino que me encanta. Como artesano que soy necesito estar en un sitio que me inspire. Además, aún no he conocido a nadie a quien no le haya gustado”. Para Visshers, la cárcel no sólo le ofrece un espacio de alquiler a un precio asequible, sino que también le ayuda a vender mejor sus creaciones. “Cuando la gente viene, lo primero que hago es llevarles a dar una vuelta por el recinto. Una vez lo han visto todo, su estado de ánimo cambia, están más positivos, y entonces, es más fácil que me compren algo. La cárcel, en cierta manera, me ayuda en mi estrategia de marketing” asegura.

Mientras todo esto ocurre en el interior del edificio, fuera, los vecinos se preguntan cómo les afectará la nueva vida de Wolvenplein. Esther de Koning y su pareja llevan 15 años viviendo en una de las antiguas casas de los guardas, dentro del recinto de la cárcel. “Nos gusta vivir en un edificio con historia”, afirma. La ventana de su cocina enmarca la vista del lugar por donde solían entrar las furgonetas con los detenidos, pero, pese a ello, asegura que nunca sintió miedo por compartir su parcela con una cárcel. “Quizá incluso nos sentíamos más seguros, porque siempre había alguien vigilando con  las cámaras y nadie podía entrar en el recinto sin control”. ] Aún ahora, dos años después del cierre de la cárcel y tras la apertura del recinto a la ciudadanía, Esther se asusta cuando ve a alguien caminar frente a su ventana: “¡aún no me he acostumbrado!”, bromea. Nadie conoce aún el futuro de Wolvenplein, pero De Koning es capaz de imaginar muchos horizontes.