Si bien es cierto que los holandeses se encuentran entre las personas más educadas que he conocido; saludándose y disculpándose con una sonrisa y una breve conversación aunque no se conozcan de nada; utilizando las bonitas palabras alstublief o graag cada vez que piden cualquier cosa, no es menos cierto que pueden ser también las personas más directas. En el mejor y el peor sentido de la palabra. A menudo, lo que una persona holandesa considera sinceridad, a los recién llegados, y los no tan recién llegados, nos puede parecer, incluso, algo maleducado.
Siempre recuerdo una escena que viví en la universidad de Nijmegen, donde estudié mi posgrado. Al final de una clase, un profesor nos preguntó a los alumnos qué nos había parecido. Varias compañeras como yo, del sur de Europa, nos quedamos bastante sorprendidas cuando escuchamos a una alumna holandesa contestar que le había parecido completamente inútil. Lo dijo así, literalmente, en inglés: quite useless. Lo que en mis años de carrera universitaria en Madrid hubiera sido motivo de expulsión de clase (cuando yo estudié la carrera a los profesores de universidad se les debía reverenciar), el profesor lo recogió con total impasibilidad e incluso con interés. Ciertamente, una de las cualidades más salientes de los holandeses con las que las personas migrantes nos chocamos habitualmente es ese carácter tan directo, sin andarse por las ramas y sin necesidad de eufemismos.
Las diferencias culturales entre el país de origen y el de acogida son sólo uno de los estresores que contribuyen a las dificultades de funcionamiento de las personas migrantes, que se pueden llegar a encontrar perdidas ante esta clase de comportamientos. Pero hay más estresores que, prolongados en el tiempo y repitiéndose habitualmente, pueden dar lugar a síntomas de ansiedad y a lo que se ha denominado duelo migratorio. En casos extremos la ansiedad se convierte en crónica, lo cual en el caso de la persona migrante se conoce como síndrome de Ulises. ¿Qué son los estresores y cuáles son los que más nos afectan cuando migramos?
Estresores: siempre a nuestro alrededor
Los estresores son situaciones o circunstancias que cuando se dan, provocan una respuesta de estrés. Esta, tal y como la definió Hans Selye, uno de los padres de la teoría sobre el estrés, se compone de tres fases: –
- Alarma: el organismo se prepara y ocurren cambios fisiológicos y psicológicos (sudoración de las manos, taquicardia, etc).
- Resistencia: el organismo intenta adaptarse a la situación con los menores costos posibles.
- Agotamiento: la lucha por la adaptación no ha funcionado y da lugar a la cronificación.
Los que hemos emigrado a otros países sabemos que el proceso migratorio es un evento vital de una magnitud tal que trastoca nuestra forma de vida, nuestros conocimientos previos, nuestra forma de ser y actuar, y nuestra manera de ver el mundo. Por supuesto, nuestro organismo intenta adaptarse. Sin embargo, en este proceso de cambio, de exposición a estresores que nos son desconocidos, que se repiten, que cambian en cuanto a intensidad, claramente hay un proceso de duelo. Preguntando a mi alrededor a migrantes hispanohablantes en Holanda, algunos estresores que se repiten en casi todas las narrativas son:
- Reuniones de trabajo.
- Citas de juegos con familias.
- Búsqueda de trabajo en un entorno desconocido.
- Estabilidad económica e independencia económica.
- Funcionamiento del sistema de salud.
- Situaciones relacionadas con el desconocimiento del idioma.
- Falta de apoyo social (sobre todo al principio del proceso).
- Diferencias culturales en cuanto a horarios, alimentación, personalidad, etc.
Un duelo singular
Como señala Achotegui (2002), el de la migración es un duelo muy diferente que ocurre cuando perdemos a un ser querido. Entre otras razones porque lo ¨perdido¨ sigue ahí aunque esté lejos. De hecho, considera que hay siete duelos distintos en la migración: el de la familia y amigos, la lengua, la cultura, la tierra (el paisaje, la luz, el clima), el estatus social, contacto con el grupo étnico y riesgos que ciertos grupos de personas migrantes llevan acarreados a su identidad. En este sentido, el duelo migratorio es un duelo recurrente, y tal vez presente a cada paso que damos.
Hay que recordar que el hecho de migrar a otro país afecta también a nuestra identidad, a cómo nos vemos en cada uno de nuestros roles vitales. Pensemos, por ejemplo, en las personas que migran por razones laborales y durante cierto tiempo están desempleadas o se ven obligadas a trabajar en algo que no les gusta por necesidad. Todas estas circunstancias dejan una huella en cómo nos veíamos antes de emprender el viaje y después. ¿Quién sabe si volveremos a ser los mismos? ¿O tal vez mejores?
Cuando este duelo se prolonga demasiado en el tiempo y se hace más intenso de tal forma que entorpece la vida diaria de la persona migrante, hablamos del síndrome de Ulises. No es una enfermedad sino una psicopatología que se encuentra en el espectro más amplio (Achotegui, 2002). Lo ideal sería que, no sólo en Holanda, sino en cada país que haga gala de su diversidad, se tuvieran en cuenta las diferencias culturales en las necesidades de atención psicosocial. Por ejemplo, estableciendo profesionales de la salud mental que atendieran en los idiomas nativos de la persona que busca ayuda y que conocieran los aspectos intrínsecos del proceso migratorio. Pero también de forma individual se pueden emprender acciones para, poco a poco, sobrellevar el duelo migratorio, entre otros:
- Meditar (como forma de trabajar con la ansiedad) y hacer deporte.
- Hacerse miembro de asociaciones culturales del país de origen situadas en nuestra ciudad, donde conocer gente en nuestra misma situación.
- Buscar un taalmatje que nos ayude no sólo a mejorar el idioma sino también a acercarnos a la cultura holandesa.
- Leer prensa en nuestro idioma que nos desgrana la vida y cultura holandesas.
- Salir a la calle a pasear, observar y, por qué no, interaccionar con vecinos, compañeros de trabajo, etc.
De vez en cuando, mejor reírse
Y, por último, no olvidemos que a veces es mejor reírse de lo que uno no entiende en lugar de consumir tanta energía intentando darle un sentido. Simplemente a veces no lo tiene. El año pasado di a luz a mi hijo, que decidió venir al mundo diez larguísimos días después de la fecha establecida por las matronas. Por alguna razón, tuve contracciones durante cinco días sólo por la noche: durante el día desaparecían haciendo improbable que el parto fuera a suceder en ningún momento cercano. Recuerdo que el día antes de dar a luz, ya por un poco de desesperación rayana en la indiferencia le pregunté a mi matrona por qué me pasaba. Me contestó, muy tranquilamente, que eso era normal en algunas razas de mono. Y lo más sorprendente es que me lo dijo con una sincera intención de ayuda. Me quedé mucho más tranquila y por primera vez en cinco días me reí a carcajadas.