La décimo sexta edición de la conferencia Spinoza, la cita anual más importante de las letras hispánicas en los Países Bajos, organizada por la Universidad de Ámsterdam, el Instituto Cervantes de Utrecht y la Embajada de España, tuvo lugar el pasado martes 15 de noviembre en la sala Doelenzaal de la universidad. El autor invitado fue en esta ocasión el periodista y escritor gallego Manuel Rivas, «una de las más sobresalientes y originales voces contemporáneas de la llamada literatura periférica española y europea» en palabras de Alberto Gascón Gonzalo, director del Instituto Cervantes de Utrecht, quien destaca “su coherencia discursiva y su rigor literario, siempre ajeno a las modas y a los cánones de una época”. Rivas se suma así al elenco de grandes escritores hispanohablantes que han formado parte de este programa, entre los que se encuentran Carlos Fuentes, Antonio Muñoz Molina, Mario Vargas Llosa, Rosa Montero y Elena Poniatowska.
Como si nos abriera la puerta de su casa y nos invitara a refugiarnos de la lluvia que el martes caía sobre las calles de Ámsterdam, la conferencia de Manuel Rivas se alejó de los encorsetamientos institucionales para ofrecer un relato intimista y nostálgico de una infancia rural, en la que la sabiduría de la cultura popular le enseñaría tanto como la naturaleza de una Galicia que ya no es, de luciérnagas y cantos de grillo. El vínculo con esta vida campesina y sencilla es el mismo que le empuja a visitar, siempre que viene a Países Bajos, el cuadro Los comedores de patatas, de Vincent van Gogh. Y eso mismo hizo el martes antes de acudir a la cita literaria. «Hay algo en su atmósfera que me resulta misterioso y grandioso: la luz del hervor de la fuente de patatas que asciende hacia la tenue lámpara e ilumina los rostros de la familia campesina, que mira con fervor el sagrado alimento. Ese cuadro resume el doble significado de la palabra «fervor» en gallego (hervor y fervor)» confiesa el escritor, quien inspirado en el lienzo del pintor holandés escribió una obra homónima, dura y sutil, rural y universal a la vez, «porque lo que llamamos universal es, en realidad, lo local sin paredes, el punto cero» explicaría después en su conferencia. Sobre esta casilla de salida y de llegada, la «isla inventada» que todos nos creamos, Rivas vertebró una exposición cargada de referencias a su infancia y a familiares que tendrían una fuerte influencia en él y en su obra, como su tío, el barbero Francisco, quien tenía mucha clientela no porque cortara bien el pelo, sino porque contaba buenas historias; o su madre, lechera, la única de la casa que leía ya que su padre, albañil, aprendió a escribir en el servicio militar. De ella también cuenta cómo le dedicó un poema que escribió tras ver por primera vez el cuadro La Lechera de Johannes Vermeer, en el Rijksmuseum de Ámsterdam: «es otro de los vínculos que guardo con Holanda. Mi madre y la joven holandesa se parecían como dos gotas de leche».
Violencia contra la naturaleza
Manuel Rivas es uno de los grandes escritores de literatura contemporánea, tanto en español como en gallego. Periodista durante muchos años, es director de la revista en gallego Luzes y ha trabajado para medios como El Ideal Gallego, La Voz de Galicia y El País. El autor de las aclamadas obras El lápiz del carpintero y Qué me quieres amor – Premio nacional de Narrativa 1996 – creció en el barrio de Monte Alto de A Coruña, «en la última casa de la última calle», en un entorno urbano muy próximo al bosque, el de las meigas, el que suscita miedo y curiosidad. «Hoy es el bosque el que tiene miedo: vivimos una auténtica violencia contra la naturaleza» denuncia el escritor gallego, también co-fundador de Greenpeace España: «la contaminación ha acabado con las luciérnagas, el bicho menudo más nombrado en Galicia, ellos transmiten la información esencial del manuscrito de la vida y nos dicen: la tierra entera está en primera línea de riesgo». Con la metáfora de la literatura como la luciérnaga que alumbra el camino entre la maleza, Rivas reafirma la importancia de la libertad de expresión frente a los totalitarismos, al mismo tiempo que condena la acelerada pérdida de biodiversidad, un proceso de «depredación impaciente» en el que imperan la codicia y la velocidad. Para ambos problemas propone la misma solución. “Debemos proteger las palabras para salvaguardar la realidad. Las palabras sirven para mirar lo que no se puede ver, para decir lo que no se debe”, declara Manuel Rivas. “El infierno es el lugar donde no existen los porqués”, apostilla.
En ese sentido, si bien se muestra como una persona optimista, reconoce que el cambio climático es lo que le provoca una mayor desesperanza. Ante lo inevitable, porque «el incendio ya está aquí y no acaban de llegar los bomberos», la única alternativa posible es hablar. De nuevo, ese puñado de palabras. En constantes referencias a su pasado y a su vida en A Coruña, Rivas relató una anécdota de su infancia: «Un día mi padre me regaló un grillo, se lo sacó del bolsillo y me mostró cómo cantaba. Para mí, aquel canto del grillo en el barrio orillero en el que vivíamos es mi punto cero. Hace tiempo que no oigo cantar a los grillos ni veo luciérnagas. Llegará un momento en el que dejaremos de recordar lo desaparecido».
Tierra de emigrantes
Ante una sala llena de hispanohablantes residentes en Países Bajos, de inmigrantes procedentes de Galicia, de otras regiones de España y de varios países de Latinoamérica, Manues Rivas se refirió al cosmopolitismo que dotaban a su entorno las cartas y las postales que llegaban de lejos, enviadas por los muchos gallegos que emigraron en los años sesenta y setenta. «De Cuba, de Venezuela, de países de Europa, desde pequeño viví ese sentimiento cosmopolita gracias a todos ellos. La gente adulta, aunque mucha no sabía leer, como mi padre, era muy culta, tenían una gran sabiduría popular gracias también a estos emigrantes». Para el escritor, emigrar no significa necesariamente abandonar un lugar sino «reexistir», construir otro refugio que reescribe el anterior. Si bien su madre quiso en cierto momento que él también se fuera, Manuel Rivas ha preferido quedarse en su tierra natal, donde reside con su mujer, en la Costa da Morte. «Somos un pueblo anfibio, como el holandés, siempre entre el mar y la tierra». Por su defensa de la naturaleza y por su calidad literaria, el director del Instituto Cervantes de Utrecht, Alberto Gascón Gonzalo, define a Manuel Rivas como «un autor indispensable para entender la literatura española de las última tres décadas, cuya capacidad para fusionar el lenguaje poético, el discurso humanista y ecológico y el compromiso social han hecho de él una suerte de adelantado al tiempo literario actual».
La Lechera de Vermeer, poema de Manuel Rivas:
Hace siglos, madre, en Delft, ¿recuerdas?,
tú vertías la jarra en casa de Johannes
Vermeer, el pintor, el marido de Catharina Bolnes,
hija de la señora María Thins, aquella estirada,
que tenía otro hijo medio loco,
Willem, si mal no recuerdo,
el que deshonró a la pobre Mary Gerrits,
la criada que ahora abre la puerta
para que entres tú, madre,
y te acerques a la mesa del rincón
y con la jarra derrames mariposas de luz
que el ganado de los tuyos apacentó
en los verdes y sombríos tapices de Delft.
La misma que yo soñé en el Rijksmuseum,
Johannes Vermeer encalará con leche
esas paredes, el latón, el cesto, el pan,
tus brazos,
aunque en la ficción del cuadro
la fuente luminosa es la ventana.
La luz de Vermeer, ese enigma de siglos,
esa claridad inefable sacudida de las manos de Dios,
leche por ti ordeñada en el establo oscuro,
a la hora de los murciélagos.