Los holandeses, grandes viajeros comerciales, dejaron también su huella en Estados Unidos. La gran manzana fue Nueva Ámsterdam antes de pasar a manos inglesas y recibir el nombre de Nueva York, y todavía algunos de sus barrios hacen referencia a pueblos y ciudades holandesas como Haarlem o Breukelen, que se convirtió en Brooklyn al cruzar el charco. Menos conocida es la relación entre la tradicional política de asilo de los Países Bajos y los principios de la democracia estadounidense. En los últimos meses, sin embargo, la imagen de nación tolerante que los Países Bajos proyectan desde hace siglos, se ha visto seriamente comprometida.

En 1620, un primer grupo de refugiados ingleses salió de la ciudad holandesa de Leiden con destino a la costa este norteamericana. Esta localidad, que los había recibido en1609, destacaba por su legendaria resistencia al asedio de las tropas españolas y su espíritu de acogida: un tercio de sus habitantes eran refugiados. Los años pasados en Leiden tuvieron una clara influencia en los puritanos ingleses. La separación entre religión y estado, con instituciones como el matrimonio civil, son elementos de los que se beneficiaron durante su estancia holandesa y que posteriormente incorporarían a las normas de la comunidad que fundaron en Norteamérica y que se consideran una de las fuentes de la primera constitución estadounidense. La celebración anual de la liberación de Leiden, ocurrida el 3 de octubre de 1574, parece haber servido también de inspiración para la tradicional fiesta norteamericana de Acción de Gracias. Pese a que el arenque y el estofado típicos tuvieran que ser sustituidos por productos locales como el pavo y la calabaza. El Museo de los “Pilgrims” de Leiden permite conocer como transcurrió la vida de estas familias inglesas en la que fuera la segunda ciudad de los Países Bajos, además de contar con valiosos archivos históricos.

La libertad religiosa y tolerancia hacia otras culturas sigue siendo uno de los pilares fundamentales de la sociedad holandesa actual. Quizás por ello resulten tan chocantes las declaraciones del Ministro de Asuntos Exteriores holandés que, durante un encuentro celebrado en julio, cuestionó la posibilidad de la convivencia pacífica en sociedades multiculturales. Pero éste no fue el único incidente que sacudió al país este verano: la orden de expulsión de dos niños armenios –que llevaban diez años en los Países Bajos y cuya madre había sido expulsada el año anterior– convulsionó no sólo a la clase política sino también a gran parte de la sociedad.

Afortunadamente, el Señor Ministro se ha retractado de sus controvertidas declaraciones y ha pedido disculpas hasta en el Parlamento. Y Lili y Howick, los niños armenios, podrán seguir viviendo en los Países Bajos. Su expulsión fue revocada en el último momento aludiendo a nuevas circunstancias en el caso, aunque bien podría ser por el clamor popular y las voces disidentes dentro de la misma coalición gobernante.

Los Países Bajos no son inmunes a la ola de populismo que se expande por la vieja Europa. Y aunque no hay duda de que la inmigración es un problema complejo, desde luego no es nuevo. Además del respeto mutuo, puede que la solución pase por recordar que todos hemos sido inmigrantes en algún momento de nuestras vidas, o que, como mínimo, tenemos algún antepasado que lo fue. Obama, Bush, Marilyn Monroe o Roosevelt, son algunos de los célebres descendientes de aquellos hombres y mujeres que, hace casi 400 años, se atrevieron a cruzar un océano en un cascarón de madera, en condiciones muy precarias, para darles un futuro mejor a sus hijos. ¿Les suena la historia?