Las elecciones municipales no suelen desatar pasiones entre el electorado holandés y las últimas, celebradas el pasado 21 de marzo, no han sido una excepción. Y es que resulta difícil perder la cabeza cuando no hay disputas mediáticas entre candidatos a dirigir una alcaldía o grandes debates ideológicos en torno a programas de gobierno rompedores. Solo se elijen concejales entre unas listas en las que, con suerte, podemos reconocer las siglas de los partidos que se presentan. Mientras que los alcaldes hasta ahora, y pendiente de que se concrete el nuevo procedimiento de elección, han sido nombrados por el monarca en base a una recomendación del concejo municipal. Lo que explicaría que pese a ser una de las pocas ocasiones en la que parte de los extranjeros residentes en los Países Bajos también podemos ejercer nuestro derecho al voto, el porcentaje de participación sigue siendo bastante bajo. La confianza en el modelo existente, que no da muchos sobresaltos, podría ser otro de los factores de esta ecuación.
Por lo que respecta a los resultados, tampoco han sido muy llamativos. Si los medios de comunicación internacionales se quedaban con la noticia de la pobre actuación del partido anti-islámico de Wilders, los holandeses destacaban la victoria de las formaciones locales –se han impuesto en 164 de los 335 municipios– y el ascenso de los Verdes en las ciudades más progresistas como Ámsterdam o Utrecht.
El contrapunto lo ha puesto el referéndum sobre la Ley de vigilancia de las comunicaciones en internet que tuvo lugar en paralelo y cuyos resultados acaban de procurar un buen dolor de cabeza a la coalición gobernante. Convocado gracias a la iniciativa de un grupo de estudiantes universitarios, el referéndum ha conseguido poner en primer plano la preocupación ciudadana por las crecientes potestades que esta nueva ley otorgará –a su entrada en vigor el 1 de mayo– a los servicios de seguridad del Estado en materia de vigilancia de comunicaciones privadas. La cuestión de fondo no puede ser más actual: seguridad versus privacidad. ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar para sentirnos seguros?
En resumen, esta primavera se lleva el verde, combinado con un arco iris de colores locales difíciles de agrupar en una tonalidad concreta, pero que en general tiran hacia los “tonos” más conservadores. Y para sorpresa de muchos, con la negativa ciudadana a apoyar la mencionada ley, parece que el rojo acaba de instalarse en los pasillos de La Haya. Rutte III tendrá que hacer malabarismos para conciliar el resultado de un referéndum que, pese a no ser vinculante, implica una obligación moral de revisar y ajustar determinados aspectos de la ley para preservar nuestra esfera privada. Tal como están las cosas por el mundo, no puedo evitar pensar que ojalá se dieran más procesos electorales tan “aburridos” como éste.