Las manos de Charlotte Landsheer llevan 56 años tocando y moldeando arcilla. Lo que para muchos se quedó en una bonita afición de infancia, para ella es una tradición familiar que lleva nombre: Cor Unum. El taller que durante décadas dirigió su padre, también ceramista, en Den Bosch, sigue siendo, casi 65 años después, un lugar de encuentro entre diseñadores de renombre y un grupo entregado de modeladores, esmaltadores y otros profesionales con algún tipo de limitación física o psicológica. Esta combinación de labor social y trabajo artesanal es el secreto del éxito de Cor Unum, cuyos diseños emanan pureza, humor, ganas de vivir y un gran saber hacer. Esta es la historia de cómo el arte se encontró con la arcilla, y justo a su lado, una mujer infatigable les supo dar forma y crear algo grande.

¿Cómo empezó Cor Unum?

Fue fundada por un sacerdote de una parroquia católica cerca de aquí, de Den Bosch, en 1953. Decidió crear un taller de cerámica para que las personas que vivían en la calle o que sufrían algún tipo de discriminación social pudieran venir a formarse y aprender un oficio. Aunque él no sabía nada sobre ello. Mi padre, que había estudiado en la escuela de Artes y Oficios y era ceramista de profesión, fue quien se encargó desde el principio de toda la formación y de la parte técnica, como voluntario. Años más tarde, en 1958, empezaron a proliferar en el país las empresas estatales con una función social, y el ayuntamiento de Den Bosch pensó que Cor Unum podía ser una de ellas. Le pidieron a mi padre que elaborara un plan de negocio para lograr emplear al mayor número de personas con algún tipo de limitación física o psicológica, en cualquier fase del proceso de producción. Así fue como arrancó Cor Unum, y como sigue hoy en día.

De eso hace más de sesenta años, ¿cómo han logrado mantenerse?

Desde 1958 y hasta finales de los ochenta, Cor Unum estuvo financiada por el Estado. Pero poco a poco este tipo de empresas públicas empezaron a desaparecer. En 1998 el ayuntamiento dejó de financiarnos y retomó el negocio una familia. Entonces nos convertimos en una auténtica empresa de la que ellos eran los propietarios. Hasta que en 2009 se declararon en suspensión de pagos. Recuerdo pasarme los días en la calle con mis compañeros, protestando para que nos nos cerraran. Entonces decidí que debía retomar yo lo que un día dirigió mi padre y que tenía que ser una fundación que vele por la pervivencia de la cerámica como oficio artesano y que además dé trabajo a personas que lo tienen difícil para encontar uno en el mercado laboral habitual. Era y es una visión idealista, volver a los orígenes de lo que esto empezó siendo. Pero era la única salida que yo veía. Los once años que fuimos empresa me sirvieron para formarme más, para ganar años de experiencia y esta oportunidad llegó cuando yo sentí que podía tomar las riendas de Cor Unum. Además, ya tenía asumido que nadie se hace rico como ceramista, el objetivo debía ser otro.

Charlotte, en un momento de la entrevista. Foto: Alicia Fernández Solla

Y usted lleva toda su vida vinculada a este taller…

Así es. De pequeña mi casa estaba llena de objetos de Cor Unum diseñados y producidos por mi padre. Después decidí estudiar docencia y cerámica, y así seguí sus pasos. Puede parecer una empresa familiar, porque lo que dejó él lo he retomado yo, pero no lo es. La siento como un hijo mío, he trabajado aquí toda mi vida, pero sigo siendo una directora que debe responder ante un patronato.

¿Qué lecciones ha aprendido de su padre?

Sobre todo aprendí que este trabajo va de la gente, de los que lo hacen posible. De él aprendí que los diseños deben adaptarse a las posibilidades que tiene nuestro equipo para reproducirlo y no al revés. Aquí trabaja un equipo muy diverso de personas, y hemos tenido desde alguien con un párkinson muy avanzado hasta otra persona que no podía levantarse de una cama. Y mi padre siempre intentaba buscar el hueco donde ellos podían realizarse y participar. Él me enseñó a conocer a las personas que trabajan con nosotros y a averiguar qué pueden hacer bien, a buscar las posibilidades en lugar de centrarnos en sus limitaciones. Me encanta la combinación de labor social y de trabajo artesanal. De la época en la que él estuvo al frente no sólo me quedo con sus enseñanzas sino también con todo el conocimiento me transmitieron los que trabajaron con él: es gracias a ellos que ahora nosotros logramos hacer estos productos de tan alta calidad. El conocimiento ha pasado a la siguiente generación y ahora nosotros lo estamos transmitiendo a los jóvenes que vienen aquí a formarse.

¿Es fácil para usted gestionar un equipo tan especial y en el que hay que atender mucho a las necesidades individuales de cada uno?

Sí, no me resulta nada complicado. Al contrario, me encanta. Son personas entregadas en su trabajo, es fantástico verles disfrutar, y estoy muy acostumbrada. Ahora trabajan aquí 16 personas, uno de ellos a tiempo completo y el resto de forma parcial. Todos tienen algún tipo de limitación, ya sea física o psicológica. Por ejemplo, contamos con varios que tienen autismo, suelen ser muy precisos en lo que hacen y no les gusta socializar con la gente. También tenemos voluntarios que están en tratamiento psicológico, por un burn-out o algún tipo de trauma, y vienen a hacer cerámica unas horas a la semana como parte de su terapia. Junto con el resto de voluntarios que vienen a ayudarnos con la tienda o aquí en el taller, contamos con unos 15 aproximadamente. Para ellos, trabajar en un taller de cerámica es estupendo, porque pueden florecer en aquéllo que hacen mientras que no tienen por qué sentarse a charlar con nadie, están tranquilos haciendo lo suyo. Como decimos aquí, «la cerámica hace feliz» (klei maakt blij).

¿Qué le aporta la cerámica al que la descubre?

La cerámica es un proceso que implica muchos tipos de acciones diferentes y que encajan con cada tipo de persona según sus habilidades, ya sea desde modelar hasta esmaltar. Lo que todas tienen en común es que se trabaja con un material frágil, la arcilla, que se rompe si no se trata con cuidado. Por eso es fundamental estar tranquilo cuando se hace cerámica. Es el material el que empuja al ceramista a tomárselo con calma y a concentrarse en el proceso. Con la pandemia tuvimos que cerrar el taller durante dos o tres meses y todos nos escribían diciendo que echaban muchísimo de menos no poder hacer cerámica, que les hacía mucha falta. Afortunadamente, a pesar de cerrar las tiendas físicas, las ventas online han ido muy bien, mucho mejor de lo que me podía imaginar. Creo que nuestra función social también se ha valorado ahora más que nunca, porque al comprar un jarrón nuestro, el cliente es consciente de que está apoyando algo más grande: la inclusión social, la sostenibilidad a través de la producción local y el arte de los diseñadores.

Entrada a la tienda, situada en un antiguo garaje de la casa Ford de fachada modernista en el centro de Den Bosch. Foto: Alicia Fernández Solla

Ahora en su tienda vemos objetos de puro diseño de autor pero ustedes empezaron como un taller de alfarería ¿no es así?

Sí, la evolución la mostramos en una estantería en la tienda donde se pueden ver los primeros cuencos y vasos que se fabricaron a mano, con un torno. Cada uno era distinto del otro. Después mi padre, para lograr involucrar al mayor número de personas en el proceso de producción, decidió que el proceso debía ser en serie, produciendo moldes a partir de los cuales se podían extraer piezas idénticas cuantas veces se quisiera. Y así se pudieron incorporar muchas más manos al taller, porque cada persona se especializaba en una fase, casi mecanizada, pero todavía muy artesanal. La cerámica era además un oficio que no se enseñaba en ninguna escuela, la gente llegaba aquí sin saber nada sobre ella. Esto propició que desde entonces y durante muchos años, el taller fuese atesorando moldes de piezas de diseño de gran valor. Cuando Cor Unum quebró en 2009, yo sabía que necesitábamos esos moldes para seguir adelante. Así que llamé a todos y cada uno de los diseñadores para preguntarles si les parecía bien que comprara estos moldes y siguiera reproduciendo sus piezas. Todos me dijeron que sí. El problema era que yo apenas tenía unos cuantos miles de euros para comprar también los hornos y demás. Así que finalmente logramos convencer al juez de la importancia de que estos moldes se quedaran en Cor Unum, porque sólo nosotros conocemos las indicaciones del diseñador para su reproducción. Gracias a este apoyo unánime pude comprarlos todos por un precio irrisorio y así continuar.

¿Son buenos momentos para Cor Unum?

Sí, la verdad es que nos va bien. La fundación se financia únicamente a través de la venta de sus productos y el beneficio que obtenemos debemos reinvertirlo en nuestra actividad. En este sentido, la inversión más importante que hemos hecho en los últimos años ha sido trasladarnos a este precioso edificio. Antes estábamos en la antigua fábrica De Gruyter, también muy bonito, pero más alejado del centro. Aquí estamos más expuestos al público, por lo que pudimos abrir una tienda a la entra mucha gente, atraída también por la de muebles de diseño que hay aquí al lado. Por su bonita fachada parece increíble, pero este espacio fue durante muchos años el garaje y taller de reparación de la casa Ford. Se construyó a principios del siglo XX y hace unas décadas fue adquirido por el ayuntamiento. Pero estuvo mucho tiempo cerrado, hubo interesados que quisieron alquilar el espacio pero por diversas razones no llegaron a instalarse aquí. Una de ellas, la más importante, era que el ayuntamiento quería que lo ocuparan empresas o iniciativas originales, con un concepto ligado al diseño y a la arquitectura tan especial del sitio. A nosotros nos parecía el lugar ideal para Cor Unum pero no podíamos pagar el alquiler tan alto que pedían así que hablamos con Mister Design, que buscaba una nave grande para su showroom, y juntos nos propusimos al ayuntamiento. Les gustó mucho la idea de combinar diseño de muebles y artesanía de autor y nos lo concedieron. Llevamos tres años en este lugar y estamos muy contentos. Además de este paso importante, otro buen motivo para decir que son buenos momentos es el aspecto formativo de Cor Unum, porque estamos creando escuela. Desde que comencé como directora en 2009 quise darle un empuje a la función formativa del taller, así que visité varias escuelas de oficios donde se forman a diseñadores y modeladores para proponerles incluir la cerámica en su programa. Desde entonces muchos de sus estudiantes, de esa y otras escuelas, hacen sus prácticas aquí. Y a menudo se quedan trabajando después.

Charlotte, junto a su madre Anna, quien lleva dedicada a Cor Unum casi 65 años, como responsable comercial y también ceramista. Sostiene un jarrón creado por ella a partir del típico botijo español. Foto: Alicia Fernández Solla

Charlotte, junto a su madre Anna, quien lleva dedicada a Cor Unum casi 65 años, como responsable comercial y también ceramista. Sostiene un jarrón creado por ella a partir del típico botijo español. Foto: Alicia Fernández Solla

Muchos de los objetos que venden muestran formas imposibles, ¿nunca dicen que no a un diseño?

No, casi nunca decimos que no. Tenemos algunos tan difíciles como el de Alessandro Mendini, un objeto complicadísimo de producir, pero poder trabajar con él es una oportunidad tan única que no podíamos no intentarlo. Nuestros diseñadores proceden sobre todo de Italia, Bélgica y Holanda. Y se trata de trabajar juntos con el diseñador para ver cómo podemos adaptar su idea para hacerla realidad. Durante las primeras décadas mi padre era el único diseñador, pero cuando él paró de tabajar, el nuevo director buscó a otros de fuera del mundo de la cerámica que se sumaran al proyecto. Y así fue como el conocido diseñador de joyas Gijs Bakker se convirtió en el director de arte y diseño de Cor Unum. Fue él quien empezó a contactar a los primeros diseñadores para involucrarles, todos ellos jóvenes artistas, por aquél entonces, pero que él supo que llegarían a ser grandes nombres. Tuvo muy buen olfato. Yo comenzaba a trabajar aquí y aprendí mucho de aquella época, de las tendencias del diseño, de cómo mirar a un objeto… fue fantástico. Desde entonces muchas de las colaboraciones con los artistas de renombre parten de ellos mismos, como Claudy Jongstra (Premio Nacional de Arte 2018). Ella nos llamó porque quería hacer una vajilla especial para las cenas que da en su taller, y entablamos una buena relación porque nos motivan los mismos valores de impacto social, trabajo artesanal y productos naturales. En general los diseñadores vienen a nosotros con sus diseños, nosotros los producimos y ellos se llevan un tanto por ciento de la venta.

¿Qué criterios aplican a la hora de seleccionar con qué diseñador trabajar?

En realidad no nos guiamos por un critero fijo, si creo que son buenos sigo adelante. Si miras a los 50 diseñadores que tenemos, todos sus objetos tienen una identidad propia pero emanan un cierto estilo común, como si las manos de las personas que trabajan aquí detrás imprimieran un mismo sello. No sabría decirte qué es, tenemos muchos diseñadores diferentes pero hay algo que los hace pertenecer a Cor Unum: la manera de terminar el proceso, los materiales, los pigmentos… no tenemos ningún diseño extremadamente recargado, con dorados o barrocos.

¿Ha cambiado la percepción que tiene la gente de la cerámica, algo que hasta hace unas décadas se consideraba un arte menor?

Sí, creo que sí. Por dos razones: por un lado, cada vez se experimenta más con este material desde el punto de vista artístico, y por otro, la cerámica ahora se enseña en las Escuelas de Diseño. Así, para muchos estudiantes se convierte en una opción muy interesante para desarrollar su talento y su creatividad. Durante los años ochenta, Cor Unum atravesó una etapa difícil porque las vajillas y los objetos de cerámica empezaron a producirse en masa, se importaban de China, se vendían en Ikea y no era posible competir en precio. Para nosotros, esta otra manera de mirar a la cerámica, como objeto artístico más que funcional, es lo que nos ha permitido diferenciarnos y mantenernos. Y al mismo tiempo le damos valor a este oficio y ensalzamos la importancia del diseño de autor.

¿Qué meta se pone para los próximos diez años?

Que Cor Unum permanezca tal y como es ahora mismo, una fundación con su tienda a pequeña escala. Creo que para lo que hacemos es mejor no crecer demasiado, así podremos seguir apostando por el diseño social, elaborado sin prisas. Hace unos años recibimos un encargo enorme del ministro de Asuntos Exteriores, tuvimos que realizar 800 jarrones de Roderick Vos y nos llevó un año y medio hacerlo. Fue una bonita experiencia pero supuso un esfuerzo enorme para nosotros. Así que mejor trabajar más despacio.

Bryan van Schooten – Modelador

Cuando recibimos un boceto de parte de un diseñador, Bryan se encarga de crear el molde de escayola para la pieza. «Hice mis prácticas aquí durante seis meses, después seguí estudiando y cuando terminé Lotte me llamó para preguntarme si quiería trabajar en Cor Unum, y no me lo pensé dos veces. De mi trabajo me gusta el reto que supone idear cada vez un molde nuevo para un objeto diferente, es un aprendizaje constante porque nunca hay dos iguales».

Irene Driessen – Esmaltadora

Irene lleva tres años trabajando como esmaltadora en Cor Unum. «El diseñador nos muestra el color que quiere para el esmalte de su objeto, entonces yo me encargo de buscar la mezcla de pigmentos que produce ese color y después lo esmalto. Al principio no es fácil acertar pero después de varios años ya sé cómo lograr la mezcla adecuada. Lo que más me gusta de mi trabajo es la precisión y lo perfeccionista que debo ser para esmaltar bien. A veces puedo tardar dos días hasta que doy con el tono, nunca sale a la primera. Cuando después voy a otras tiendas, como el Bijenkorf, y veo uno de nuestros jarrones a la venta, esmaltado con el color que yo conseguí, hace que me sienta orgullosa y muy contenta. Mi tono preferido es el verde azulado y con el que es más difícil trabajar es con el rojo. Este se producía antes con un material que ahora está prohibido usar, y el actual no cubre igual de bien, es muy complicado esmaltar con él. De Cor Unum me encanta el ambiente familiar que hay, desde el primer día me sentí como en casa».