En el artículo anterior hablábamos de la época en la que surgieron las primeras casas de muñecas en Holanda y su uso, a lo largo del siglo de Oro. Hoy hablaremos de cómo eran, cómo estaban hechas y por qué.
Las casas de muñecas de esa época son características de Alemania, Inglaterra, Francia y Holanda. Las holandesas son las más detalladas y las más caras. En los países católicos del sur no se extendió el uso de las casas de muñecas. En ellos las miniaturas representaban belenes y la llegada de los Reyes Magos, mientras que en el norte de Europa no tenían tan presente esa adoración y en ellos se representaba la vida cotidiana a través de las viviendas.
Para hacer estas grandes casas de muñecas se compraban unos gabinetes especiales en los que se representaba el interior de la vivienda mediante unas cajas que se podían extraer, cada una de ellas sobre un espacio diferente de la casa. Más tarde se representaría también el exterior de la casa -con materiales valiosos como el marfíl, el caparazón de tortuga y maderas exóticas – e incluso el jardín, y se conectarían las diferentes habitaciones mediante puertas y escaleras.
Las puertas exteriores del gabinete ocultaban el interior de las casas de muñecas, que al abrirlas aparecían otras dos puertas que representan la fachada de la casa. Algunas tenían todavía una tercera capa de puertas de vidrio, para dejar ver el interior y protegerlo.
Como podéis suponer estas casas de muñecas no eran baratas: estaban compuestas por una mezcla de muebles y cajas provenientes de subastas y de objetos de miniatura hechos por artesanos de la plata y la madera, especialmente a pedido. Una casa como la de Sara Rothe podía llegar a costar unos 20.000 florines. Para que os hagáis una idea, en aquella época un trabajador medio ganaba 600 florines al año, una sirvienta alrededor de 80 florines y el alcalde de Ámsterdam -donde ella vivía- unos 50.000 florines al año. Jacob Ploes van Amstel, su marido, ganaba 8.000 florines al año, una cantidad relativamente baja comparada con otras familias adineradas o incluso con su propio hermano, que ganaba 25.000 florines.
- lExterior de la casa de muñecas de Sara Rothe, en el museo Frans Hals de Haarlem
- A la derecha, dibujo de su interior, de libro dedicado a esta casa y publicado por el mismo museo © Frans Halsmuseum Haarlem
La casa típica del canal, imposible de reproducir
En Alemania las casas de muñecas imitaban las casas reales incluso en su exterior, con su sótano, acera con escalera doble hasta la entrada y cuatro chimeneas que llegaban al tejado. Como la que se encuentra en el Frans Halsmuseum de Haarlem, y que fue propiedad de Sara Rothé.
Sin embargo, las casas de Ámsterdam ubicadas a lo largo de los canales no se parecían a las miniaturas ya que eran de gran profundidad (hasta 60 metros) y de fachadas estrechas (no más de 10 metros). La razón no era otra que la de evadir impuestos, ya que estos eran proporcionales a los metros lineales de fachada y a la superficie de su ventana exterior.
Realizar un modelo de estas casas suponía un problema ya que las habitaciones se encontraban una detrás de otra. En la actualidad, la mayoría de las casas de muñecas que se pueden admirar disponen de tres plantas en las que se colocan las diferentes cajas con las habitaciones, lo que tampoco representaba la realidad. Un problema adicional era dónde colocar el jardín. En la casa de Sara Rothé, en el Gemeente Museum de La Haya, éste se encuentra entre la cocina y el dormitorio de dar a luz.
- La curva de oro de Ámsterdam, en el cuadro de 1671 de Gerrit Adriaensz. A la derecha, casa de muñecas alemana de finales del siglo XVII / wikipedia.
Esta última habitación, la de dar a luz, resulta bastante curiosa ya que Sara y Jacob no llegaron a tener hijos. Las casas de muñecas serían heredadas por sus sobrinas tras la muerte de Sara en un trágico accidente: según publicó un periódico local de la época (1751), “volviendo a su casa desde su segunda residencia a las afueras de Ámsterdam, la carroza volcó y cayó a un canal. Sara Rothé no pudo ser recatada a tiempo debido a su gran obesidad”. Y es que, recordemos, los holandeses adinerados de aquel tiempo no dejaban de comer galletas…
Si queréis leer más sobre este tema, en el libro “La casa de las miniaturas” de Jessie Burton (ficción) la autora narra la historia de Nella, una joven casada con un hombre dos veces mayor que ella, un distinguido comerciante de 1686, quien le obsequió con una casa de muñecas. Vivieron en una mansión en la “Curva de Oro” de Ámsterdam, llamada así por tener las casas más caras y ricas de la época (ubicada en el Herengracht, entre Leidsestraat y Vijzelstraat). La novela narra una historia de misterio en pleno Siglo de Oro y que recrea el ambiente del Ámsterdam de finales del siglo XVII.