Carmen Cobos comparte su tercera vida con Kees Rijninks. Juntos atesoran varias décadas de producción cinematográfica y más de 50 galardones, entre ellos cuatro Gouden Kalf, el mayor reconocimiento que concede la Academia holandesa de Cine. Formados en la Inglaterra de los ochenta, su exitosa carrera dio un vuelco en 2016, cuando a Kees le diagnosticaron párkinson. Con el mismo realismo que siempre ha caracterizado sus documentales, Carmen Cobos y Kees Rijninks se lanzaron a la dirección de un quinto film propio, “Samen”, donde narran las vivencias de un proceso en el que cabe la desesperanza y el optimismo, el crecimiento emocional y el deterioro físico, pero no la distancia. El documental, que se estrena el 5 de diciembre en cines, se adentra en las vidas de otras parejas que están pasando por lo mismo, y descubre la humanidad que en Holanda, a menudo, se reserva de puertas para adentro.
¿Cómo surgió la idea de hacer una película tan personal?
Kees: Fueron unos colegas de profesión quienes al enfermar me preguntaron por qué no hacíamos un documental sobre esto. Al principio nosotros éramos muy reticentes, teníamos claro que de ninguna manera íbamos a grabarnos en esta situación. Pero dos años más tarde empezamos a cambiar de opinión y a pensar que quizás una película pudiera ayudar a otras personas que están pasando por lo mismo. Fue realmente una iniciativa de Carmen, ella quería contar su historia sobre cómo una persona sobrelleva el deterioro físico de su pareja.
Carmen: Kees ha producido películas durante treinta años y quizás por eso, y porque nos sentíamos con fuerza para hacerlo en ese momento, seguimos adelante. Porque lo sorprendente es que cuando hace un tiempo se pusieron de moda los documentales personalistas (egodocumentaries), ¡a nosotros no nos gustaban nada! Y mira, hemos acabado haciendo uno.
En este caso no es un documental sólo sobre vuestra historia, sino que aparecéis como una pareja más de las muchas afectadas por el Párkinson…
Carmen: Sí, es cierto. Pero sigue siendo nuestra historia desde donde partimos. Queríamos hacer una película sobre las emociones, sin intención de denunciar nada ni a nadie. Porque aquí no hay ningún culpable. Yo quería reflejar cómo dos personas se apoyan mutuamente cuando pasan por algo así, cómo son capaces de crecer como pareja a pesar de tener la certeza de que uno de ellos va a terminar muy mal. Y todo eso sin saber el tiempo que pasaremos, cinco, diez o veinte años… viviendo con esa desesperanza.
Kees: Era una ocasión para mostrar también cómo las personas se adaptan a nuevas situaciones como una enfermedad así. Porque al principio uno recibe mucha atención de su médico, pero pasado un tiempo se llega a una especie de limbo durante el cual hay que aprender a convivir con esto, con la sensación de que la enfermedad avanza aunque en el día a día uno no lo perciba tanto. Los doctores no pueden hacer mucho más salvo darnos la medicación apropiada.
«Quería reflejar cómo dos personas se apoyan mutuamente cuando pasan por algo así, cómo son capaces de crecer como pareja a pesar de tener la certeza de que uno de ellos va a terminar muy mal.»
En la película ustedes comparten su experiencia con otras cuatro parejas holandesas en las que uno de los dos padece párkinson, en conversaciones sorprendentemente íntimas ¿Cómo lograron este grado de cercanía? y ¿siguen manteniendo el contacto?
Carmen: Sí, con todos. Nos han ayudado mucho y son personas todas ellas encantadoras. Nosotros hemos compartido nuestra experiencia con ellos y ellos han vivido también algo inusual como es el aparecer en una película. Y a todos les ha gustado mucho, porque han podido expresar sus emociones abiertamente en lugar de hablar sólo sobre los efectos de su enfermedad, que es lo que suele preguntar la gente cuando les visita, cómo se encuentra, si tiene temblores, etc.
Kees: Fuimos poco a poco, quedando con ellos varias veces hasta que estuvieron preparados para contar su historia. El que además nosotros fuéramos uno de ellos, pasando por lo mismo, les dio confianza. Porque no eran entrevistas sino un intercambio de experiencias. Y también nos ayudó mucho nuestro médico, del que todos somos pacientes, una gran persona que se implicó desde el principio cuando le comentamos el proyecto y se encargó de buscar a las personas que podrían participar. Él fue el quien se lo comentó a cada uno. Y viniendo de su médico, todos accedieron porque se sintieron seguros. En el estreno muchos vinieron con sus familiares y algunos nos agradecieron que les mostráramos este aspecto de sus seres queridos. El editor, cuyo padre murió de párkinson, nos dijo que ojalá hubiese tenido él esta información acerca de la enfermedad de su padre, porque lo habría tratado de diferente manera.

Kees Rijninks, en un momento de la entrevista, en el salón de su casa en Ámsterdam. Foto: Alicia Fernández Solla
Una de las parejas cuenta cómo ella, en estado avanzado de la enfermedad, ingresa en una residencia y vuelve a salir meses después porque ninguno de los dos se acostumbra. ¿Es esto una crítica al sistema holandés de residencias para personas dependientes?
Carmen: No, no es una crítica. Pero sí refleja una realidad por la que pasan todos los enfermos de este tipo en Holanda. Cuando le pregunté a nuestro médico qué podría hacer el día que Kees no pueda valerse por sí mismo, me dijo claramente que la única alternativa era la residencia. Y yo me negué rotundamente, ese día sentimos hundirnos profundamente. Es horroroso pensar en ello, pero hemos tenido que hacerlo y hemos visitado una cerca de casa para que yo pueda ir a visitarle a diario, y otra en la que también puede ingresar la persona de la pareja que esté “sana” para vivir juntos. Pero en la práctica esta idea no funciona, no es cierto que vivan juntos.
Kees: Lo que llamamos “mantelzorg” podría funcionar, tener a una enfermera que nos ayude durante el día, pero todo depende de lo mucho que empeore. Y en nuestro caso vivimos en un segundo piso y tengo que subir 56 escalones para llegar a mi casa. Por ahora es un buen ejercicio pero luego ya veremos. Los de la película tienen la suerte de que viven en una casa unifamiliar y ella puede estar en el piso de abajo. Para subir, ¡él le ha construido un ascensor! Y una bicicleta con una especie de sidecar, es ingeniero y ha hecho todo esto él solo. Es increíble.
¿Cómo les ha ayudado a ustedes la realización de este documental?
Kees: En Holanda hay 52.000 personas que padecen párkinson y cada uno la sufre de una manera diferente. Yo puedo tener temblores pero puedo seguir hablando, y otros tendrán síntomas diferentes que además van y vienen incluso en un mismo día. Por eso no podemos anticipar lo que nos va a pasar, ni nosotros ni los médicos: hay muy poca información sobre ello. El documental nos ha servido para conocer las vivencias de otras personas, algo que hasta ahora no habíamos hecho sobre nuestra propia vida. Edith, la señora que aparece en una silla de ruedas, es la que está más impedida de todos nosotros, lleva 14 años con Párkinson. Y ver cómo se toma la vida, con ese optimismo, es realmente alentador.
Carmen: A mí me ha servido para relajarme, para disfrutar más el momento y tomarme las cosas con menos dramatismo. Porque hoy Kees puede tener un mal día pero quizás mañana esté mejor.
Ahora que menciona a Edith, ellos son la única pareja del documental que reza…
Carmen: Sí, es verdad, y debo decir que a mí también me ayuda mucho, es la única esperanza que me queda. Rezo cada día y sólo pido poder estar aquí, con la misma energía para ayudar a Kees. La fe viene muy bien en momentos así de la vida, me sirve para pensar que incluso si los médicos no encuentran solución, todavía podemos tener suerte. ¿no? (mira a Kees)
Kees: Sí, bueno, yo provengo de una familia muy atea. No creo en Dios, sí en la idea de que nuestra vida tiene un propósito, eso es lo que me ayuda. Sé que hacer películas se me da bien y que tengo Párkinson: estas dos facetas juntas me permiten crear algo con el propósito de ayudar a otras personas a entender mejor esta enfermedad de la que se habla tan poco pero que mucha gente a nuestro alrededor ha sufrido.
Carmen: Para una generación como la nuestra que no ha padecido ninguna guerra y que tenemos la suerte de vivir en un país que funciona, trabajando en lo que nos gusta… que de repente te digan que el deterioro es inevitable y que no hay solución, es muy difícil de encajar. Yo conocí a Kees cuando no tenía párkinson y ahora mi marido envejece tres años en uno. La gente a veces nos dice que al menos no es cáncer, pero para mí no tiene que ver con la enfermedad sino con el deterioro físico. La enfermedad nos confronta a nuestra propia existencia, a nuestra vejez.

Carmen Cobos, durante la entrevista. Foto: Alicia Fermández Solla
Este es el primer film en el que hablan de ustedes, ¿verdad?
Kees: Sí, así es, y eso la convierte en una película totalmente diferente de las demás. Hablar de uno mismo es más complicado, y más sencillo a la vez.
Carmen, usted es española, ¿vive esta enfermedad peor por no estar en su país de origen?
Carmen: Cuando uno vive lejos del resto de su familia a menudo se pregunta qué pasaría si alguien cercano enfermara. Ahora que es mi marido siento que a mis padres la distancia les ayuda, cuanto más lejos mejor, porque sienten que no le corresponde a Kees sino a ellos, quizás, el pasar por algo así. Y aunque aquí llevo muchos años y he logrado montar un buen negocio, lo cierto es que no tengo grandes amistades. Muchas personas aquí me han aconsejado que viva mi vida, al saber que Kees estaba enfermo, y no lo puedo entender. Mi familia, en todo caso, nunca ha mantenido las tradiciones, todos vivimos fuera, y a todos nos gusta llevar nuestra vida, a mis padres también. Lo mismo para Kees, no recibimos apoyo familiar.
En los años ochenta se fue a vivir a Inglaterra y después aquí, ¿nunca pensó en volver a España?
Carmen: La verdad es que no. Me encanta mi país, y ya viví una parte de mi vida allí, pero siento que quiero aprovechar estas otras experiencias vitales, disfrutarlas, y quizás algún día volveré. Pero no lo sé, porque ya no conozco la España de hoy, he perdido el contacto con ella. Ya no sé ni lo que cuesta un café. No es algo que me incomode, porque nunca he sido una persona que busque hacer comunidad: fui a Inglaterra porque me enamoré de un inglés, con la intención de conocer ese país y después me vine para acá porque me enamoré de un holandés, con la misma idea de conocer cómo se vive en Holanda. Y siempre vinculando mi vida con la producción de documentales, que aprendí cuando empecé a trabajar en la BBC.
Usted Kees es un reconocido productor de cine aquí en Holanda y juntos han tenido una exitosa carrera con muchos premios, ¿qué tiene que tener un buen productor?
Kees: En nuestro caso, cada uno tenemos nuestra propia empresa de producción pero nos complementamos muy bien y trabajamos juntos desde que vinimos aquí en 1997 (desde Inglaterra, donde ambos residían). Carmen es muy buena organizando y planificando y a mí se me da bien la fase de desarrollo e implementación de un proyecto. Y lo que creo que realmente funciona para nosotros es que nos metemos de lleno en el filme, estamos en el rodaje junto con el director y nuestra implicación es total. A veces esto mismo hace que un proyecto no salga adelante. Porque nosotros veníamos de un sistema totalmente diferente: en Inglaterra el productor es la figura principal, el que incluso redacta el guion y después busca a un director para que lo ponga en marcha. Aquí no es así. La mitad de las películas que hemos producido en Holanda las hemos escrito nosotros y la otra mitad fue el director el que vino a nosotros. Y entonces les avisábamos, ¿estás seguro de que quieres trabajar con nosotros? Porque vamos a estar todo el tiempo encima, en el rodaje y en cada paso que des, porque queremos hacer una buena película.
«En Inglaterra el productor es la figura principal, el que incluso redacta el guion y después busca a un director para que lo ponga en marcha. Aquí no es así.»
En Holanda el cine documental tiene más éxito que los largometrajes de ficción, ¿por qué?
Kees: Creo que es un rasgo cultural. En Holanda somos buenos ejecutando iniciativas, somos un país de hacedores. Y eso provoca que no tengamos imaginación, tendemos al realismo, al pragmatismo. El mismo Rembrandt era un gran pintor de la vida real, cotidiana. El documental es un género muy realista, y por eso gusta tanto. Y además, hay subsidios. Ya en los ochenta, Holanda apostó fuerte por la producción documental para la gran pantalla, y no tanto para la televisión, como solía ser lo habitual. Para un productor de documentales, poder proyectar una película en distintos cines es una maravilla, comparado con darla una sola vez en la televisión, después de todo el esfuerzo que supone hacerla. Esto me pasaba cuando trabajaba para la BBC o Channel 4: nos pasábamos dos años trabajando para estrenar un domingo por la tarde, una sola vez, y listo.
Carmen: Es increíble, pero en Holanda los documentales obtienen un mayor número de espectadores en proporción con su presupuesto que las películas de ficción. Quizás también tienen éxito porque al holandés en general le gusta explorar, conocer otras realidades y culturas. Son muy abiertos y eso hace que acepten mejor al diferente: no se fijan tanto en cómo hablas o en cómo vistes, sino en lo que puedes aportar a la sociedad como persona. En Inglaterra, con mi mal acento inglés, yo nunca podría haber llegado hasta donde lo he hecho aquí en Holanda. Siempre habría sido la andaluza exótica. Mientras que en Holanda me siento una más a la que, además, se le permite que cometa errores.

Detalle de los premios que han obtenido por sus películas, entre ellos cuatro Gouden Kalf, el Goya holandés. Foto: Alicia Fernández Solla
Como directora, en estos últimos años usted ha rodado documentales sobre músicos, amantes de los gatos y enfermos de párkinson, ¿qué tienen en común estos personajes, estas historias?
Carmen: Todas ellas están relacionadas con mi propia vida, estas personas me quedan cerca y siento una gran curiosidad por saber más de ellas. Yo quería dirigir y siempre recibía el mismo consejo: haz una película de algo cercano a ti. Entonces decidí empezar por una historia de músicos en el Concertgebouw porque Kees y yo somos asiduos y nos encanta. Y con los gatos es porque conocemos a mucha gente que les adora y que se emocionan cuando hablan de él. “Puedes cuidar de mis hijos pero no de mi gato” me llegan a decir.
¿Seguirá dirigiendo?
Carmen: Sí, seguro, mi carrera no ha terminado con esta película. Con la enfermedad de mi marido mi mundo se ha vuelto más pequeño, o yo más reflexiva, quizás, lo que me llevará a hacer otro tipo de películas. Cada una me da algo nuevo y quiero explorar diferentes aspectos de la vida sin irme lejos de aquí. Me gustaría rodar un documental sobre la menopausia, porque es un proceso por el que pasamos todas las mujeres y del que apenas se habla. Nunca habría imaginado dirigir una película sobre este tema, estamos a la espera de recibir la financiación y si la obtenemos seguiremos para adelante.
Kees: La siguiente película que ya estamos a punto de preparar y para la que ya tenemos financiación es la segunda parte de este relato sobre el párkinson, en la que seguiremos a una investigadora de la Universidad de Ámsterdam (UvA) que puede haber encontrado una cura. Pero todo dependerá de lo que empeore yo estos años. El documental pretende transmitir esperanza, pero también desesperación, porque los pacientes de hoy sabemos que no llegaremos con vida al momento en el que este tratamiento esté disponible. A mí me basta con saber que podrá servir para ayudar a otros.