Lleva décadas rescatando obras de arte que han sido robadas en museos holandeses y destapando mafias que trafican con falsificaciones. Arthur Brand asegura que trabaja sólo y que gracias a esta independencia y a que siempre cumple su palabra, se ha ganado la confianza tanto de los criminales más buscados como de la policía holandesa y la Interpol. Entre sus casos figuran el de los caballos de bronce de Hitler y unas porcelanas que la Casa Real holandesa tuvo que devolver a una familia judía. Además, ha colaborado en otros como el del Evangelio de Judas, un papiro de más de dos mil años de antigüedad descubierto en una cueva en Egipto y que llevaba décadas escondido en una caja fuerte en Nueva York hasta que se hizo público. Mientras relata una vida rodeada de informantes y negociaciones de dudosa legalidad, Brand, el único detective experto en arte robado de Holanda, se mueve en tren y utiliza un teléfono móvil de los de antes, sin internet ni whatsapp.

Su vida parece de película…
A veces me comparan con Indiana Jones y me hacen sentir idiota: yo no tengo ni carné de conducir ni sé cambiar una bombilla. Quizás la gente se refiere a casos como los que hemos destapado en Perú, en los que hay dosis de aventura, con objetos rescatados de la misma selva peruana y asesinatos de criminales implicados. Afortunadamente yo salí vivo de eso pero esas historias son algo muy excepcional porque en el mundo del arte los traficantes no matan. Mi trabajo consiste en entablar amistad con gente para sacarle secretos. Y a partir de ahí empiezo a trabajar.

En su página web dice haber formado parte del caso sobre la obtención del Evangelio de Judas pero su nombre no aparece en otros registros de internet, ¿por qué?
El Evangelio de Judas lo encontraron en Egipto en los años setenta, de forma ilegal. Fue llevado a Europa y se quiso vender en el mercado negro. No se logró, y durante años permaneció guardado en una caja fuerte en Estados Unidos. Unos años después, su propietaria, una marchante y coleccionista suiza, descubrió que era verdadero y sumamente valioso. Se trataba de un manuscrito prohibido por la Iglesia, el único ejemplar…y fue entonces cuando un informante me contó que el Evangelio de Judas había aparecido y me mandó unas fotos del manuscrito tomadas en esa caja fuerte. Curiosidades de la vida, todo esto pasó en la misma época en la que El Código Da Vinci de Dan Brown tuvo ese tremendo exitazo. Una historia totalmente ficticia surgió al mismo tiempo que nosotros estábamos viviendo su versión real y ¡nadie lo sabía! Un compañero y yo decidimos mandar las fotos a varios periódicos para hacerlo público. La coleccionista ya no pudo esconderlo más y fue entonces cuando negoció su cesión a National Geographic con la condición de publicar su versión de la historia, en la que ella no aparece como una criminal y yo y otros que la delataron no salimos por ninguna parte.

¿Ha tenido el Evangelio de Judas en sus manos?
Sí, he podido verlo y tocarlo.

Esta marchante suiza era conocida antes de este escándalo, ¿cuál es el perfil de estos coleccionistas fraudulentos?
Las personas que coleccionan arte de forma ilegal son apasionados del arte y están ávidos de un estatus social. Un ejemplo es Leonardo Patterson, un afroamericano procedente de una familia muy pobre de Costa Rica pero sumamente inteligente, una de las personas más listas que he conocido. De joven trabajó para un joyero al que llegaban contrabandistas con tesoros precolombinos que encontraban en la selva y él veía como el joyero fundía el oro para hacer piezas nuevas. Eso le espantaba. Su aprecio por estos tesoros empezó ahí, y él mismo comenzó a adentrarse en la jungla en busca de objetos antiguos para su colección. Lo que encontró lo vendió ilegalmente durante años a coleccionistas europeos. Él, un hombre negro, que no sabía leer ni escribir, fue subiendo poco a poco en la escala social hasta que acabó teniendo amistades con Dalí, Willem de Kooning…gracias al coleccionismo. Cuando tuve que declarar en el juicio contra él, a la salida nos encontramos y me invitó a tomar un café. Eso me encanta de tipos como Leonardo, caen muy bien, estamos en lados diferentes pero nos entendemos. Entenderse es fundamental para poder negociar y recuperar las obras de arte.

Arthur Brand, en un momento de la entrevista. A la derecha, el cuadro La Musicienne, de Tamara de Lempicka, recuperado por Brand en 2016, siete años después de su robo en un museo en Holanda. © Fernández Solla Fotografie

Esta relación tan cercana que entabla con estos coleccionistas y marchantes perseguidos por la justicia me lleva a preguntarle, ¿dónde está la línea roja que no puede cruzar?
Varios me han dicho que me pagan un millón de euros para callarme la boca, si lo hubiera aceptado habría cruzado la línea. Hasta ahora no lo he hecho y en nuestra relación queda implícito que no hay nada personal. Al igual que con la mafia ucraniana, es “strictly business”. Mientras todos lo veamos igual no hay problema.

Pero la mafia ucraniana todavía le debe 19 cuadros al Westfries Museum, ¿dice que la relación sigue siendo buena?
En este caso la negociación se paró hace unos meses y nosotros tuvimos que presionarles a través de la prensa. Pero antes de llegar a este punto habíamos logrado recuperar cinco de esos cuadros. Me tocó negociar con unos militares que ya sabíamos que eran violentos, no era una situación fácil, pero logramos convencerles de que el valor que ellos estimaban que tenían los cuadros, 50 millones de euros, no era ni mucho menos eso. Fui a Ucrania y me reuní con ellos para decirles que el museo les ofrecía un millón y medio de euros por los cuadros, que ese era el valor real que tenían estos cuadros. Siempre intento lograr un acuerdo en el que ambas partes ganen, porque lo que yo hago no es ilegal ya que nunca negocio con los ladrones de las obras sino con los que las han adquirido en el mercado negro y quieren sacarle dinero. Así que mi labor es ofrecerles la recompensa que merecen por devolver los cuadros, pero al hacerlo yo, que soy anónimo e independiente, se fían más que si fuera un funcionario del Gobierno o la Interpol. En el 90 por ciento de los casos, las obras se canjean en pago por un asunto pendiente de drogas y otro tráfico ilegal así que las personas con las que yo acabo negociando no son los que lo han robado.

Aún así no dejan de ser tan criminales como los ladrones…
Sí pero si yo voy con esa idea no me traigo ni un cuadro. Todo aquél que encuentre una obra que ha sido robada y la entregue tiene derecho a un diez por ciento de la recompensa y esa es la baza que yo juego con ellos, que esa recompensa es para ellos. Sin entrar a juzgarles. Son criminales, no hay duda, pero están en posesión de una obra que no pueden devolver libremente por la situación en la que están. Y mi único interés es que esos cuadros vuelvan al lugar de dónde fueron robados.

En algunos casos como el de los caballos de Hitler, usted denunció a su informante, quien le mostró donde estaban las esculturas después de que usted se hiciese pasar por el asesor de un supuesto comprador corrupto. ¿Cómo logra que sus fuentes sigan confiando en usted?
La relación nunca se termina. Este mundo es muy pequeño y los que trafican con arte se odian entre ellos. Si uno le vende un objeto a otro por cinco millones y resulta ser falso, al que han timado le quedan dos opciones: puede matarle, pero esto no pasa en el mundo del arte; o puede ir a uno de los investigadores como yo al que le puede contar lo que ha ocurrido para que el asunto llegue a la policía. Por eso me siguen contactando y no han acabado conmigo. Ellos saben que ando por aquí, que siempre vuelvo y que les puedo ser útil. Me han amenazado muchas veces, el servicio secreto ucraniano ha estado detrás de mi: pero siempre me digo a mí mismo que cuando me amenazan significa que estoy más cerca de conseguirlo. Al responderles sin miedo nunca han ido a más. Y desde hace años ya no me amenazan, porque me conocen.

Una cosa es que ya le conozcan y otra que se pongan en sus manos, ¿cómo lo consigue?
La clave está en hacer las cosas al contrario de lo que deberíamos. Cuando se roba un cuadro, en lugar de ir primero a por los ladrones, vamos en búsqueda de la obra porque si lo hacemos al revés, perdemos toda posibilidad de devolver la obra. Debemos esperar un tiempo hasta que ese cuadro robado ya haya pasado a manos de otro y entonces entro yo. A esta gente no se le puede arrestar porque en efecto no han robado el cuadro y en muchas ocasiones ni ellos saben quién los robó. Mi objetivo es recuperar el arte robado y espero que la policía después pueda arrestar al ladrón, pero en eso yo no colaboro. Además, en Holanda es más fácil trabajar que en otros muchos países gracias a la transparencia de los museos. En Perú, son los mismos museos los que están implicados en esta red de tráfico de arte, mientras que aquí eso es algo impensable.

Imagen de archivo de las esculturas a la entrada de la Cancillería de Hitler en Berlín.

¿Quién diría que está más implicado en este tráfico ilegal: los marchantes, los coleccionistas o las casas de subastas?
Le tengo que dar la razón a los falsificadores cuando dicen que si bien es cierto que ellos hacen algo que no está bien y que es ilegal, el hecho de que las casas de subastas compren sus objetos, en muchos casos sin preguntar dos veces sobre su procedencia, pone en cuestión la integridad de éstas. Quién es peor…últimamente ha habido varios escándalos de obras falsas que Sotheby’s ha puesto a subasta. En estos casos está claro que no lo sabían pero tengo otra anécdota que nos lleva a pensar lo contrario: en 2013 se produjo un robo en un museo en Venlo, aquí en Holanda. De los tres cuadros de Jan Schoonhoven que se llevaron, yo logré dar con dos, y los devolvimos al museo. Pero el tercero no lo recuperamos porque había sido vendido en Sotheby’s cuatro meses después del robo. Imagínate, un museo holandés denuncia que se ha producido este robo, se publica en todos los medios, y muy poco después sale a subasta en Londres. No sé si lo sabían pero desde luego podrían hacer mucho más por saber. Casi un tercio de lo que se vende en el mercado del arte es totalmente falso o su procedencia se ha alterado. En China hablamos del 90 por ciento, casi todo es falso. En el mundo del arte es fácil cometer fraude porque hay un vacío legal enorme y una gran falta de interés por sacarlo a la luz.

Ahora que menciona a los falsificadores, en una entrevista a una revista española usted afirmó que uno de los grandes es un español, ¿puede contarnos algo más sobre él?
Llevamos muchos años siguiéndole la pista y podemos confirmar que existe. Se trata de un hombre que trabajó como restaurador en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Como ocurre con muchos falsificadores, antes fueron restauradores, y  fue entonces cuando aprendió a trabajar los bustos romanos que después copió. Cuando años después supimos que él los falsificaba, varios expertos aseguraron que eran auténticos porque estaban realizados con el mismo tipo de bronce utilizado en las esculturas del año cero, de la época romana. Y nosotros averiguamos que este falsificador, del que sólo sabemos que se llama Pedro O. , compraba monedas de oro romanas, auténticas, que después fundía para esculpir los bustos a partir de unos moldes. No sé si sigue vivo, pero que existe y que ha falsificado muchos bustos romanos, de eso no hay duda. Espero que en unos meses podamos publicar más información sobre él.

En el documental Blood Antiques usted habla del arte robado por los grupos terroristas islámicos, cuéntenos cómo lo descubrió.
A partir de 2003, tras estallar la guerra en Afganistán, empezamos a ver a miembros de estos grupos terroristas por las casas de subastas europeas. De Afganistán y otros países de Oriente Próximo, venían a vender los objetos que habían sacado de su país. En 2009 hicimos este documental y a raíz de él pudimos comprobar cómo funcionaba todo esto: un pobre paisano en Siria encuentra enterrado algo que le parece valioso y lo lleva al que le dicen que le puede pagar más dinero. En muchos casos cae en manos de un miembro de un grupo terrorista que le paga una miseria a cambio de algo que saben que podrán vender por mucho dinero. Ellos informan a otra persona y así hasta que llega a oídos de los marchantes que lo adquieren sin preguntar. Y así se va implicando cada vez más gente hasta que acaba siendo imposible dar con el culpable.

Tráiler del documental en el que se pueden ver las dos versiones que una galerista da a Arthur Brand y a otra persona acerca de sus obras afganas.

Y usted, ¿colecciona arte?
Sí, yo también colecciono. Me gusta cualquier objeto u obra que cuente una historia y tengo de todo tipo. En mi caso todo es comprado.

Ya imagino, pero tendrá información privilegiada y estará seguro de que es auténtico…
No tengo mucho tiempo para comprar en subastas y está claro que si uno quiere comprar arte barato, ese es el arte robado. Pero yo soy la última persona en el mundo que haría eso: primero porque no tengo ese carácter y segundo porque como profesional de esto nunca me arriesgaría.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?
De este trabajo me encanta la aventura, el no saber dónde estaré la semana que viene y por supuesto la relación con el arte. Soy el único que hace esto en Holanda así que creo que tengo el trabajo asegurado. Pero el 70 de lo que hago se basa en asesorar a coleccionistas y particulares que buscan una obra concreta o quieren verificar la autenticidad de algo que han comprado. Los casos como los caballos de Hitler son una pequeña parte de mi trabajo pero lo disfruto muchísimo. Son auténticas aventuras.

A la izquierda, Arthur Brand junto al Dalí rescatado en 2016. En el centro, portada del reportaje de National Geographic sobre el descubrimiento del Evangelio de Judas. A la derecha, Brand en un momento de la entrevista en el museo Kunsthal KAdE de Amersfoort. © Fernández Solla Fotografie