Los Países Bajos es el país de la Unión Europea donde menos antibióticos se recetan. Con una media de once dosis al día por cada cien habitantes, se consumen tres veces menos que en Grecia, el país de la región con el mayor porcentaje, según datos publicados por el Centro Europeo de Prevención y Control de las Enfermedades (ECDC). La firme voluntad política de acabar con la resistencia a estos fármacos, algo que se está convirtiendo en un problema de salud pública mundial; junto con una cultura calvinista que propicia el uso mínimo de medicamentos, han logrado situar a Holanda a la cabeza de esta lucha internacional. Mientras expertos aseguran que el resto de países deberían seguir su ejemplo, en las consultas médicas, los pacientes extranjeros se quejan del monopolio del paracetamol.

Con la llegada del frío, las clínicas, los hospitales y las farmacias se han llenado de anuncios del ministerio de Sanidad acerca de las consecuencias de abusar de los antibióticos. Páginas web divulgativas (www.daarwordtiedereenbetervan.nl) y folletos con alertas como “el antibiótico no es un antigripal” forman parte de esta campaña que el Gobierno holandés ha incluido en su nuevo plan One Health, con el que pretende reducir a la mitad el consumo innecesario de los antibióticos antes de 2019. Esta política tan restrictiva sorprende en un país que ya registra los niveles más bajos de consumo de Europa, un reducto rodeado por otros donde la normativa es más laxa, como Bélgica, con casi el doble de consumo por habitante. “Holanda lleva décadas siendo muy prudente con los antibióticos pero al ser un país pequeño, ahora tenemos que tomarlo todavía más en serio para evitar el contagio por bacterias multi-resistentes de pacientes que vienen de otros países” explica Sabine de Greeff, responsable del departamento de Farmacoresistencia e Infecciones Asociadas a la Salud del RIVM, el Instituto Nacional holandés de Salud Pública y Medio Ambiente.

El equipo A

La lucha contra estas bacterias que han dejado de ser sensibles a los antibióticos habituales han puesto en pie de guerra a los países industrializados. Durante la presidencia de turno de la UE en la primera mitad de este año, Holanda ha abanderado esta cruzada proponiendo un modelo que ataje el problema desde varios frentes: por un lado, a través de la prevención del contagio en hospitales y por otro, promoviendo la reducción del uso de antibióticos en las granjas de animales y el ganado. Con una inversión total de 25 millones de euros, el Gobierno contempla también la financiación de nuevos antibióticos para combatir a estas súper bacterias. “Tratar una infección de orina provocada por una bacteria sensible puede costar tres euros al día frente a los 400 que cuesta un antibiótico de última generación para acabar con una bacteria multi-resistente” detalla Rocío Ramos, internista residente de la unidad de Microbiología Médica del hospital universitario de Utrecht. Por este motivo, desde hace un año se ha comenzado a implementar en los hospitales holandeses el llamado Equipo A, un grupo compuesto por un infectólogo, un microbiólogo y un farmacéutico que controlan todas las dosis de antibióticos que se administran a los pacientes, una medida que según Rocío Ramos “es única en Europa y permite que el control sea mucho más exhaustivo. Todo lo relacionado con los antibióticos pasa por ellos, y si éstos creen que un fármaco no se debe dar, su decisión se respeta. El papel del microbiólogo aquí es esencial, algo que por ejemplo en España no ocurre”. Se espera que en la próxima década, los 90 hospitales del país cuenten con un Equipo A. Además de este control diario, cada hospital dispone de una unidad de aislamiento de pacientes susceptibles de portar la llamada bacteria SAOR, un estafilococo resistente a gran parte de las penicilinas y otros antibióticos habituales y por lo tanto muy peligroso. “Al llegar al hospital, si el enfermo afirma haber estado ingresado en otro hospital fuera de Holanda, sea donde sea, o haber entrado en contacto con animales de granja, se le deja unos días en observación para descartar que esté infectado con SAOR. Aquí todos los pacientes que vengan de fuera son portadores de la bacteria hasta que se demuestre lo contrario” explica Rocío Ramos. Gracias a esta medida de prevención, en 2015 se aislaron a 3.500 enfermos susceptibles de portar SAOR, evitando que pudieran contagiar al resto, tal  y como publica el RIVM en su informe NethMap de 2016.

 

La labor del microbiólogo en los hospitales holandeses es esencial. Abajo, vídeo divulgativo del ministerio de Sanidad sobre la resistencia antibiótica de las súper bacterias (en inglés).

Antibióticos de estraperlo

Los blogs para expatriados que se instalan en Holanda (Cómo llegar a Holanda o Europeanmama) están llenos de consejos sobre cómo lograr que el médico de cabecera “escuche”, o mejor dicho, que recete el antibiótico sin esperar demasiado. Lo que para muchos representa una mala práctica médica, para profesionales como Jeroen Birnie, es una simple diferencia cultural: “no hay duda de que si estamos ante una neumonía bacteriana recetaremos el antibiótico inmediatamente. Pero mientras no esté claro, como calvinistas que somos, preferimos esperar hasta estar seguros de que no se trata de un virus. Y el paciente suele entenderlo muy bien. Es la única forma de no abusar de estos medicamentos porque en la mayor parte de los casos estamos ante un virus y para eso sólo cabe aguantarse y esperar”. Reconoce que este rasgo cultural provoca que sus pacientes extranjeros “se pasen entre seis meses y un año acudiendo al médico de su país y trayéndose los antibióticos en la maleta pero poco a poco se dan cuenta de que aquí también lo hacemos bien y confían en nosotros”. Y es que aguantar el dolor forma parte de la genética holandesa, tal y como se desprende de dichos coloquiales como pijn is fijn (el dolor está bien), algo que según comenta Rocío Ramos, “puede derivar en casos extremos de pacientes que esperan demasiado en su casa, con fiebres y tiritonas, y que se resisten a ir al médico. A veces hay que llevarles directamente al hospital cuando se podrían haber tratado con un antibiótico mucho antes. Y eso es algo impensable en España”.

​Tanto De Greeff como Birnie consideran que el éxito del uso adecuado de los antibióticos radica en un sistema de atención primaria donde el médico de cabecera manda. “Nosotros los médicos holandeses tratamos a toda la familia, a la madre, a los niños…y por eso cuando nos vienen con su hijo enfermo y nos cuentan lo que les pasa, conocemos perfectamente a la madre porque la hemos tratado como paciente. Ese conocimiento global de toda la familia junto con nuestra experiencia clínica nos ayuda mucho a saber cuándo actuar con un antibiótico” explica. De Greeff además asegura que el filtro tan fuerte de los médicos de cabecera le permite al Estado controlar de forma directa cada fármaco que se administra en la atención primaria porque “todo está sistematizado y al no venderse ni un sólo antibiótico sin prescripción médica, podemos saber el consumo exacto de estos fármacos en todo el país”.

 

Según datos del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC), entre 2011 y 2014, de los pacientes ingresados por neumonía en Holanda sólo un 0.8 por ciento fueron insensibles al tratamiento con penicilina, el tipo de antibiótico más común para tratar esta enfermedad. En España esta cifra era del 15 por ciento mientras que en Malta casi un 39 por ciento de los pacientes había desarrollado resistencia.

Junto al consenso de que el abuso de los antibióticos provoca resistencia existe otra certeza y es el coste de un tratamiento de este tipo. “Nuestra política de prevención empezó hace veinte años como una manera de controlar el gasto que suponía administrar antibióticos de forma equivocada. Fue por una cuestión de dinero que este protocolo se inició” concluye Sabine De Greeff. Si bien todos coinciden en que los antibióticos se recetan sin presión alguna siempre que sea necesario, Rocío Ramos explica que tanto en el hospital como en la atención primaria “se intentará dar siempre el fármaco de menor espectro, que suele ser también el más barato. No es peor, ni mucho menos, pero quizá más incómodo para el paciente porque supone cuatro tomas en lugar de tres o porque no sabe a fresa y al niño le puede costar un poco más tomarlo. Para estos detalles sí se mira el gasto”.